La fe a examen
Definirse cristiano o cristiana hoy tiene sus riesgos o sus disculpas o sus
contradicciones. Podemos parecer o ser. Parecer es más fácil, incluso
cómodo. Ser implica la totalidad de la vida, la acogida y adhesión a
Jesucristo en su seguimiento y discipulado sin ambages, sin sucedáneos, sin
máscaras, sin compromisos sociales. Entonces, la fe y la vida se identifican,
se plasman en una única realidad.
Isaías comienza con un grito que expresa el contenido último de la fe: “El
Señor me ha abierto el oído”. La fe en sentido estricto es escuchar, agudizar
el oído en sintonía plena con la Palabra y con quien es la Palabra. El Pueblo
de Israel disminuía en su fe cuando se hacía sordo a la voz de los profetas y
despreciaba los mandatos del Señor.
Quien pone el termómetro de la fe en esta liturgia dominical es Santiago.
“Una fe sin obras está muerta”. No basta la adhesión interior a Dios. Nos
llevaría a un intimismo ilusorio sin referencia de humanidad y de historia. La
fe auténtica se expresa en el amor, en la solidaridad, en la capacidad de
compartir. La fe necesita cierta visibilidad para que el testimonio se haga
legible y el nombre de cristiano sea corresponsable a su identidad.
Sin duda, es Pedro quien arranca el acto de fe más profundo en nuestra
celebración. Otros evangelistas no dudan en acentuar la admiración de
Jesús en la confesión de Pedro. El problema es que Pedro quería una fe en
un Jesús poderoso, triunfalista. Esa fe así es satánica. Es que los demonios
también creen. Jesús lo reprende en forma vehemente: “Eres Satanás”.
Nada gratificante. La fe cristiana es en Jesús Crucificado. Lo demás, es
traición y lleva a la negación.
Cochabamba 16.08.12
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com