“Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora””
Mt 25, 1-13
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LES ASEGURO QUE NO LAS CONOZCO
«Los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría.» Pablo describe muy bien
las motivaciones religiosas de su tiempo. ¿Cómo se presenta la situación en
nuestros días? A nuestro alrededor pululan nuevas expresiones de religiosidad,
algunas de tipo sincretista, otras siguen la fascinación de lo exótico, otras aún apelan
al sentimiento. La dificultad que representa predicar un Evangelio que se basa en la
«locura de la cruz» no es menor que las dificultades encontradas en la comunidad de
Corinto.
¿Qué le «piden» o qué «buscan» en él los discípulos de Jesús? Durante su vida
terrena aparece ya Jesús como «el gran buscado». Lo buscan, en efecto, muchas
personas, de modo particular o en grupo, con motivaciones variadas e intensidades
diversas. En su nacimiento fue buscado por unos magos venidos de lejos para
adorarle, por los pastores invitados por el mensajero celestial, y por Herodes, que
quería matarle. Siendo adolescente en Jerusalén, lo buscan con ansia sus padres, al
creerlo perdido. Durante su ministerio público es buscado por unos discípulos
fascinados, por enfermos deseosos de ayuda y por adversarios dispuestos a cogerle
en algún fallo. Hacia el final de su vida fue buscado por los sacerdotes y por los
maestros de la Ley para eliminarlo, por Judas para traicionarle y por los soldados
para capturarlo. Tras su muerte, lo buscaban también tanto amigos como enemigos
en su sepulcro.
¿Y se deja encontrar Jesús? No siempre. Ante quien lo busca con la pretensión de
encontrarle a su propia manera Jesús reacciona sistemáticamente con un rechazo
claro. En Cafarnaún, cuando le dicen los discípulos: «Todos te buscan», Jesús
responde de modo irónico: «Vamos a otra parte» (Mc 1,37ss). Muchos de los que
hoy buscan a Jesús podrían recibir de él la misma respuesta, o peor aún, la que el
esposo dio a las vírgenes necias: «Les aseguro que no las conozco».
ORACION
Señor, tú nos has prometido: «Pedid, y recibiréis; buscad, y encontraréis; llamad, y
os abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le
abren» (Mt 7,7), ayúdame a saber buscarte. A buscar no tus milagros, no tus dones,
sino a ti, Hijo de Dios, que por amor moriste en la cruz para salvarme a mí y a todos.
Haz que no deje nunca de buscarte, sino que «al buscarte te encuentre; y al
encontrarte te busque aún más» (san Agustín). Haz que yo sienta también la
invitación que dirigiste a tus primeros discípulos que te buscaban: «Venid y ved» (Jn
1,39).
Y si, por motivos que sólo tú conoces, no quisieras que te encontrara enseguida, o
debiera demorarse tu venida, haz que sepa velar pacientemente con las lámparas
llenas de aceite. Cuando llames a mi puerta, haz que corra con solicitud a tu
encuentro (cf. Ap 3,20) y, cuando llame a tu puerta, ábreme.