La Parábola de los Talentos.
Mt 25, 14-30
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
"EL QUE SE GLORÍA, QUE SE GLORÍE EN EL SEÑOR".
El fragmento paulino de hoy -en particular, la frase final: "El que se gloría, que
se gloríe en el Señor", hace pensar en María y en su canto del Magníficat. Ella,
recordando su propia vida, descubre en ésta, con conmoción, el proyecto
grandioso de Dios, reconoce que es bienaventurada porque Dios ha hecho
grandes cosas en ella, sierva humilde. Presumiendo en el Señor, María
«proclama su grandeza». Se trata de un encuentro estupendo entre la gracia
generosa del Creador y la gracia humilde de la criatura, entre la gratuidad pura
y la gratitud sincera.
El siervo malvado de la parábola, por el contrario, ha empequeñecido a su señor.
Ve y juzga a su amo con la medida de su mezquindad, con la tacañería de su
corazón. En vez de estarle agradecido por el talento recibido y de sentirse
bienaventurado por la ocasión que se le da de desarrollar su capacidad, se cierra
en su inercia, en su miedo y en su tristeza. Nos viene a la mente, por asociación
espontánea, la figura de otro hombre, el primero, Adán. Nos viene a la mente el
diálogo entre Dios y Adán después del primer pecado: A la pregunta de Dios:
«¿Dónde estás?», le responde: «... tuve miedo y me escondí» (Gn 3,9ss). ¿No
será que, en la raíz del pecado, se encuentra siempre una sospecha mezquina
sobre la inmensa bondad de Dios?
ORACION
Señor Jesús, tanto tú como tu madre, María, ensalzasteis en un Magníficat al
Padre. Al ver regresar a tus discípulos «llenos de alegría» de la misión, porque
habían podido multiplicar los talentos que tú les habías entregado y habían
podido recoger los frutos visibles de su actividad misionera, le dijiste al Padre:
«Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas
cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí,
Padre, así te ha parecido bien» (Lc 10,21). Contagiado por la alegría de tus
discípulos y movido por el Espíritu, también tú estabas exultante. Al contemplar
la grandeza del Padre y su ternura con sus criaturas pequeñas y humildes, tu
corazón se llenaba de admiración y salieron de tu boca aquellas palabras.
Deja, oh Jesús, que nos unamos a tu oración de alabanza, del mismo modo que
nos asociaste a ti en la oración del Padre nuestro. Alégrate también por
nosotros, tus discípulos de hoy, cuando, por tu gracia, consigamos hacer algo
con nuestros talentos, y considéranos en el número de los «pequeños» por los
que ensalzaste en tu Magníficat al Padre.