“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la
buena noticia”
Lc 4, 16-30
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA PREDICACIÓN ES ANTES QUE NADA UN ACONTECIMIENTO DE GRACIA
Tanto Pablo como Lucas tocan en esta liturgia de la Palabra el tema de la predicación. Este se
sitúa en el comienzo del camino de la fe, que por su propia naturaleza lleva a la salvación. Es
ésta una ocasión propicia para detenernos en el valor teológico de la predicación, entendida
como acto litúrgico que, en cuanto tal, participa de la economía sacramental. Esta última, en
efecto, nos viene dada a través de los signos litúrgicos -y entre ellos hemos de enumerar, a
buen seguro, la predicación-, los cuales «realizan lo que significan».
La predicación es antes que nada un acontecimiento de gracia: como los habitantes de Corinto,
como los contemporáneos de Elías y de Eliseo y como los contemporáneos de Jesús, también
nosotros nos encontramos situados no ante un acontecimiento puramente humano, aunque en
ocasiones sea digno de admiración, sino ante un gesto que, aunque sea en medio de la
debilidad, es portador de un mensaje ajeno -el de Dios- y de una gracia que viene de lo alto. La
predicación cristiana se vale de las profecías veterotestamentarias, pero se sitúa en el presente
histórico: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar». La
referencia a los tiempos pasados no es, obviamente, un alarde de cultura, sino más bien
memoria actualizadora de algunas profecías que contienen una promesa divina. De modo
similar, la referencia al presente histórico no es violencia a la libertad de los individuos, sino
más bien una invitación autorizada a no prescindir, por pereza o por ligereza, de la Palabra de
Dios.
Por último, la predicación apostólica se encuentra en el comienzo de un itinerario de fe que
Pablo, entre otros, se encarga de trazar también en los dos primeros capítulos de su primera
carta a los cristianos de Tesalónica. Quien tenga la paciencia de leerlos encontrará en ellos un
esbozo bastante completo de la «teología de la predicación». De todos modos, aconsejamos
sopesar todo esto con lo que escribe Pablo en 1 Tes 2,13: «Por todo ello, no cesamos de dar
gracias a Dios, pues al recibir la Palabra de Dios que os anunciamos, la abrazasteis no como
palabra de hombre, sino como lo que es en realidad, como Palabra de Dios, que sigue
actuando en vosotros los creyentes»
ORACION
Señor Jesús, hablaste ayer, pero, sordos a tu mensaje de salvación, «todos los que estaban en
la sinagoga se llenaron de indignación». Sigues hablando hoy para proclamar de nuevo el amor
del Padre que nos libera de toda opresión, pero pocos te escuchan y te aceptan. Hablarás
mañana y tu anuncio seguirá siendo de nuevo incómodo y muchos intentarán alejarte. ¿Por
qué?
Tu Palabra, Señor, sólo encuentra morada en un corazón abierto al Espíritu y a la sorprendente
novedad de tu Evangelio: al que anuncia le es indispensable hacerse un corazón impregnado
de verdad, libre de miedos, de objetivos personales, de presiones inútiles; estar preocupado
únicamente por hacer conocer al Padre y su amor ilimitado por la humanidad; al que escucha le
es indispensable tener un corazón deseoso de conocer al Señor que pasa y le invita. Tu
Palabra, Señor, tiene siempre en sí misma el poder de sanar y de curar: con tal de que sea
acogida libremente, nos transforma por dentro y obra maravilla