“debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado”
Lc 4, 38-44
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
PARA ESTO HE SIDO ENVIADO
Evangelización y nueva evangelización (esta última expresión se repite ahora de manera
pacífica en nuestro vocabulario) son términos bastante difundidos en nuestros días. Se habla
también, de una manera bastante espontánea, de evangelización de las culturas o de
inculturación de la fe. ¿Es posible clarificar estos términos a la luz de la página evangélica que
hemos leído hoy? Parece ser que sí.
“Debo anunciar...”: en primer lugar, se requiere una sacudida que despierte la conciencia de
todo cristiano a la ineludible tarea de ser testigo del Evangelio en todas las situaciones de la
vida. También el Concilio Vaticano II ha subrayado y confirmado esta necesidad, y ha querido
fundamentarla en el acontecimiento sacramental del bautismo. Podemos remitirnos al n. 10 de
la Lumen gentium o al n. 3 de la Apostolicam actuositatem.
“Debo anunciar la Buena Noticia de Dios”: parece indispensable recordar que el objeto de la
evangelización no es la Iglesia , sino el Reino de Dios: este término ha de ser entendido no en
un sentido puramente local, como si hubiera que entrar en un determinado lugar, dentro de un
recinto bien establecido; hemos de entenderlo más bien en un sentido espiritual destinado a
señalar, en primer lugar, la soberanía de Dios a la que estamos sometidos y la comunidad de
salvación que camina hacia el Reino.
“Para esto he sido enviado”: es como decir que no hay evangelizacin sin misin. No es
indispensable una misión apostólica; es suficiente con referirse -como hace el Concilio Vaticano
II- al bautismo y a la vocación que hemos abrazado. De ellos nos viene no sólo el derecho a ser
servidores de la Palabra aquí y ahora, sino que también recibimos las energías espirituales
necesarias para tal misión.
ORACION
Oh Señor, libérame de la envidia, que mina mi crecimiento y toda relación interpersonal. El
fuerte deseo de tener lo que pertenece a los otros crea divisiones y rivalidades; libérame de los
celos, definidos por Dryden como “ictericia del alma”, sentimiento que desencadena frustracin,
cólera y rencor en quien dirige a otro la atención que desea tener para sí mismo, sentimiento
que contamina la vida ajena y envenena la propia.
Concédeme, en cambio, la libertad que no teme las críticas ni quiere atraer las alabanzas, que
conduce a la anchura de miras y está hecha de humildad, tolerancia e inteligencia, que está
exenta de intereses egoístas y cree en la colaboración de cada uno contigo, único y verdadero
artífice. Oh Seor, haz que tenga siempre ante mí tu divisa trinitaria: “Uno para todos”.