XXIII D OMINGO DEL T IEMPO O RDINARIO “B”
Is 35, 4-7a; Sal 145; St 2, 1-5; Mc 7, 31-37
L A P ALABRA
“Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha
elegido Dios a los pobres del mundo para
hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que
prometió a los que lo aman?” (St 2, 5)
“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del
sordo se abrirán” (Sal). El Señor abre los ojos al
ciego (Is). Todo lo ha hecho bien; hace oír a los
sordos y hablar a los mudos. (Mc)
M EDITACIÓN
Las lecturas litúrgicas muestran hoy un paralelismo evidente. Por la concordancia
de las distintas citas, se puede comprender que Jesús es el anunciado por las profecías,
pues el Evangelio destaca la coincidencia entre el texto de Isaías, del salmista y de San
Marcos respecto a los signos mesiánicos.
En los domingos anteriores Jesús aparecía mayor que el profeta Eliseo, más que
Moisés y más que Elías. Hoy se resaltan las señales identificativas con las que en las
Sagradas Escrituras se da a conocer al verdadero Mesías. Señales con las que el mismo
Jesús argumenta su identidad ante los discípulos de Juan el Bautista, cuando le
preguntan si Él es el verdadero Mesías o tienen que esperar a otro.
Podemos aplicar las lecturas de hoy para iluminar las circunstancias sociales en
las que estamos envueltos. Necesitamos contemplar con fe y desde la Palabra de Dios la
realidad. Necesitamos que se nos abran el sentido creyente de la historia y el oído del
corazón para saber interpretar los signos de los tiempos en clave positiva, reveladora de
salvación.
Lo que nuestros ojos ven y lo que oyen nuestros oídos, quizá no nos produce
esperanza, y menos al retorno de unos días de vacaciones, cuando de nuevo chocamos
con la realidad de un comienzo de curso repleto de noticias recias de desempleo y
situaciones críticas, ante el futuro adverso respecto a la situación social.
Si en días anteriores recibíamos la invitación a ser como el ángel del desierto, que
sirvió agua y pan al profeta desesperanzado, este domingo podemos asumir la misión de
ser, de alguna forma, los apoyos necesarios, como son los ojos y el oído, para que
aquellos que viven a nuestro lado no perezcan en medio de las dificultades, sino que se
abran a la esperanza.
Los ojos y los oídos abiertos son imagen del don de la fe, del regalo de saber ver e
interpretar los acontecimientos desde una dimensión teologal. ¿Te sientes con la luz de
la fe en los ojos y con la sensibilidad creyente en los oídos, para afrontar con visión
trascendente la realidad?
O RACIÓN
«Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en
persona, resarcirá y os salvará»