XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
Lecturas bíblicas
a.- Is. 35, 4-7: Los ciegos verán, los sordos oirán y el mudo hablará
En la primera lectura encontramos con este pasaje, puesto entre los oráculos de
Isaías, aunque por su estilo y teología, pertenece a una época posterior. Es posible
que haya sido escrito, durante el exilio babilónico, donde el pueblo de Israel
experimentó el dolor y la falta de esperanza, cuando las promesas de Yahvé,
parecían no cumplirse en el tiempo. He aquí la clave de esperanza, en los tiempos
mesiánicos, donde el profeta pone su mirada y contempla que se cumplirán las
promesas divinas. El profeta confía en Yahvé, en tan alto grado que se atreve de
alguna forma en soñar, contra toda esperanza en el regreso de los exiliados a
Jerusalén (cfr. Is. 35,10). El Señor manifestará su poder y su gloria e reiniciará su
historia de alianza y amistad, fidelidad inquebrantable para con su pueblo. El exilio
representa el tiempo de la prueba, pero no es la voluntad definitiva de Yahvé para
su pueblo, es un Dios de vida y esperanza cierta. La acción salvadora deberá ser
muy concreta, intervención directa en la vida de su pueblo, hombres y mujeres.
Comienza en lo interior del corazn humano: “¡Ánimo, no temáis! Mirad que
nuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará” (v.
4). Las limitaciones físicas del hombre serán superadas: los ciegos verán; los
sordos escucharán palabras de esperanza y los cojos y tullidos, saltarán llenos de
júbilo, lo mismo los mudos que podrán proclamar las misericordias del Señor (vv.
5-6). Esta manifestación de la gloria de Dios, llegará también a la naturaleza,
puesto que surgirán aguas y torrentes en la estepa, asegurando apagar la de su
pueblo, cuando pase por estos parajes, cuando Israel vuelva a su tierra (v.7). La
visión del profeta, contempla la acción salvadora de Dios que integra el cosmos y al
hombre; todo se transforma por la expresa voluntad de Dios. Es la preparación del
regreso de los hijos de Dios, su pueblo, que contemplará en su historia la acción
salvadora y gloriosa de Dios, vida y salvación para Israel, y que redundará en bien
para toda la humanidad.
b.- Sant. 2,1-7: Dios elige a los pobres como herederos de su reino.
La segunda lectura condena el favoritismo y la acepción de personas como
contrario a “a la fe que tenéis en nuestro Seor Jesucristo glorificado” (Sant 2,1).
Hacer distinciones entre los hombres, en base a la categoría social, a la fama o al
poder, es una actitud del mundo, contraria a la fe cristiana. Dios mismo, “no hace
acepcin de personas” (cfr. Hch. 10,34). La idea era ya conocida en el Antiguo
Testamento, en donde se condena la parcialidad de los jueces que, en lugar de
aplicar la ley de igual forma en todos los casos y para todas las personas, se
dejaban influenciar por la condición de las personas, para las cuales debían
administrar la justicia. Bastaría recordar una de las primeras instrucciones del libro
del Deuteronomio: “No haréis en juicio acepcin de personas, escucharéis al
pequeño lo mismo que al grande, no tendréis miedo al hombre pues la sentencia es
de Dios” (Dt 1,17). Cuando un cristiano se deja guiar de favoritismos y
parcialidades en el modo de tratar a las personas, actúa exactamente como un juez
impío y sin conciencia. Pero aún hay una razón teológica más fuerte: la preferencia
de Dios por los pobres (cfr. Sant 2,5). Por eso, cuando la Iglesia concede privilegios
especiales a los ricos y a los poderosos, no sólo asume una actitud injusta, sino que
traiciona su propia vocación y desvirtúa el proyecto de Dios.
c.- Mc. 7, 31-37: Curación de un sordomudo por Jesús.
En el evangelio Jesús sana a un sordomudo, en territorio pagano, que representa a
todos los pobres, marginados, enfermos y pecadores. Las gentes, judíos, le llevan
un sordomudo para que le imponga las manos, imagen de la impotencia humana,
para aliviarle o sanarle. Jesús asume la miseria humana: introduce sus dedos en los
oídos y toca su lengua con su saliva. Estos son los preparativos, lo definitivo, no
serán esos gestos, sino la eficacia de su palabra soberana. Jesús elevando los ojos
al cielo, es decir, en comunión con su Padre celestial, conmovido interiormente dice
al enfermo: “Effetá” (v. 34), es decir, “Ábrete”. En su mentalidad todo el hombre
está enfermo, y cuando se sana, todo el hombre se recupera también, los órganos
dañados. El efecto es inmediato: los oídos se abren y la lengua se suelta. Todo el
hombre queda sano. Los gestos de Jesús, son para establecer un tipo de relación
con el enfermo, no puede haber palabras. Le toca los oídos y la lengua con saliva,
para comunicarle su deseo de sanarlo, pero Jesús exige silenciar ese milagro, con lo
que quiere indicar que Dios obra la salvación sin exhibiciones, pero la gente
proclama su admiración (v. 37). El milagro se realizó aparte de la gente, reserva y
privacidad, respeto por el enfermo, y lo que Jesús quiere evitar, es toda sombra de
magia y sensacionalismo, en contra de los curanderos del lugar; el que sus manos
y palabras sanaran, eran para Jesús actividad salvífica y manifestación divina de la
que conserva su misterio. El elemento fundamental, es el aspecto religioso
explicitado por dos gestos: levantar los ojos al cielo entendida como oración al
Padre, comunión con su voluntad; el segundo signo es su palabra eficaz, semejante
a la voluntad de Dios al momento de la Creación (v.34; cfr. Gn. 1, 3). Las dolencias
que afectan al hombre, quedan eliminadas para que vuelva a brillar la belleza
original de la Creación. Toda esta curación es signo de la creación nueva, la que
Dios recreará en el futuro; si al comienzo Dios lo hizo todo bien, no será menor el
grado al final de los tiempos puesto que lo hará todo nuevo (cfr. Gn.1; Ap. 21,2). Al
milagro sigue la orden de Jesús de no hablar de ello a nadie, puesto que el
conocimiento de Jesús debe nacer de una experiencia personal, adhesión amorosa
de ÉL y no por otros motivos, que no sean los de la fe. Pedagógicamente, se trata
que los hombres reflexionen, y se encaminen al ámbito de la fe. No deja Jesús su
actividad, pero sí rehúye la gente curiosa, hambrienta de nuevas sensaciones, lo
suyo no es un espectáculo. Marcos, quiere hacer resaltar la actitud de Jesús, lo que
desencadena el interés por la persona de Jesús, ya que sus obras salvíficas son de
Dios y de ÉL, lo que avala su condición de Mesías y de Hijo de Dios. Si bien Jesús
quiere permanecer oculto, el secreto mesiánico propio de Marcos, pero sus obras
no se lo permiten. El evangelista, quiere suscitar entre los creyentes la conciencia
clara, de quién es Jesús: el único y verdadero enviado de Dios, por quien llega la
salvación, en quien se cumplen las antiguas promesas. La persona, las obras y
palabras de Jesús, sólo pueden ser comprendidas desde el ámbito de la fe,
permanece en su misterio; los hombres quedan pasmados, fuera de sí, pero el paso
a la fe, no es inmediato. Pero todo esto, está dentro de la pedagogía divina, porque
Jesús todavía no ha subido a la cruz, para dar su vida por muchos (cfr. Mc. 8, 31;
10,45). Marcos, observa que la gente, contrariamente a lo querido por Jesús,
“pregonaban” (v.36), el milagro del que eran testigos, con lo cual contemplamos
una paradoja: mientras Jesús está en territorio mayoritariamente pagano, calla y
desea mantener oculto el milagro, en cambio, los propios paganos se convierten en
pregoneros, anunciadores de la salvación, que Él ha manifestado con ese prodigio.
En el colmo de su admiración exclaman: “Todo lo ha hecho bien” (v.37; Gn.1,1-
2,4), donde se subraya la bondad de Dios en su Creación; cumplimiento de lo
anunciado por Isaías, los sordos oirán y los mudos cantarán, en los tiempos del
Mesías (cfr.Is.35,5s). Jesús optó por los necesitados, a ellos dedicó la primera de
las bienaventuranzas (cfr. Mt.5,1), y las parábolas de la misericordia, en que Dios
se cuida de ellos. ÉL hizo de su opción, signo de la llegada del Reino de Dios para
todos los hombres, pero en forma especial, por los necesitados, hoy un sordomudo
que vuelve a la vida. Effetá, abre tus oídos al Evangelio de la gracia salvadora y
encontrarás a Jesús Resucitado, capacitado para anunciarle.
Santa Teresa de Jesús, contempla a Jesús como modelo de contemplativo en su
Pasión de amor por la humanidad. Pide luz para sus ojos verle amándola hasta dar
la vida por ella, y por nosotros. “¡Oh Seor mío!, cuando pienso por qué de manera
padecisteis y cómo por ninguna lo merecías, no sé qué me diga de mí, ni dónde
tuve el seso cuando no deseaba padecer, ni adónde estoy cuando me disculpo. Ya
sabéis Vos, Bien mío, que si tengo algún bien, que no es dado por otras manos sino
por las vuestras; pues ¿qué os va, Señor, más en dar mucho que poco? Si es por
no lo merecer yo, tampoco merecía las mercedes que me habéis hecho. ¿Es posible
que he yo de querer que sienta nadie bien de cosa tan mala, habiendo dicho tantos
males de Vos, que sois bien sobre todos los bienes? No se sufre, no se sufre, Dios
mío, ni querría yo lo sufrieseis Vos, que haya en vuestra sierva cosa que no
contente a vuestros ojos. Pues mirad, Señor, que los míos están ciegos y se
contentan de muy poco. Dadme Vos y haced que con verdad desee que todos me
aborrezcan, pues tantas veces os he dejado a Vos, amándome con tanta fidelidad.”
(Camino de Perfección 15,5).