Fiesta. Natividad de la Santísima Virgen (8 de septiembre)
Padre Julio Gonzalez Carretti
Lecturas bíblicas
a.- Miq. 5, 1-4: El tiempo en que la madre dé a luz.
En esta lectura el profeta Miqueas está anunciando la caída de los reino del Norte o
Israel y del Sur o Judá como castigo de sus pecados. Esperanzador como Isaías que
les habló del Emmanuel (7,14), también les anuncia la venida del Mesías. Anuncia
que Dios entregará a su pueblo a sus enemigos hasta que Dios cumpla sus
amenazas de un modo misterioso en su justicia y misericordia, no sólo por sus
pecados sino porque tiene un plan de salvación por medio de su Mesías, el
“Gobernador de Israel” (v.1). Si bien, el profeta lanza este anuncio o hace con un
lenguaje misterioso, porque vislumbra el futuro con esperanza y fe, no conoce el
cómo, se va realizar cuanto anuncia. Cita la ciudad de Belén de Efratá, la ciudad de
David, la misma de la que fue escogido como pastor, para ser rey de Israel, no dice
explícitamente, que ahí nacerá el Mesías, sino que saldrá de allí, es decir, que
saldrá de la dinastía de David (cfr. Mt. 2,5-6). Es llamativo que el profeta mencione
sólo a la madre, la doncella que dará a luz, la madre del Mesías, es posible que el
profeta esté pensando en la doncella de Isaías, oráculo pronunciado unas décadas
antes. El hijo cumplirá el programa de los tiempos mesiánicos: que él será jefe
pastor davídico, su gobierno se realizará con la fuerza de Yahvé, y que su reino
será de paz y tranquilidad hasta los confines de Israel; donde todos los hijos de
Israel tendrán su espacio. Todo un anuncio gozoso de los tiempos del Mesías que
encontró en Jesús su realización, cuyo reino está en marcha hasta su consumación
escatológica. La profecía de Miqueas supero su tiempo hasta llegar a Jesús y desde
ÉL hasta nosotros realizándose en la vida de cada bautizado y completa lo que falta
a la Pasión del Señor. Belén de pequeña aldea, es signo de lo que es grande a los
ojos de Dios; como pequeña se proclamará la que está llamada a ser Madre del Hijo
de Dios, Virgen generosa, Madre fecunda (cfr. Lc.1,48).
b.- Mt. 1, 1-16.18-23: La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo
En esta lectura encontramos dos secciones; la genealogía de Jesús (vv.1-17) y
luego el nacimiento de Jesús (vv.18-25) Mateo, al comienzo de su evangelio nos
presenta su genealogía de Jesús que pretende mostrarnos como desciende de
nuestro padre Abraham, viene de la dinastía de David, y tiene un padre, cuyo
nombre es José, esposo de su madre María. Esta genealogía nos presenta los
antepasados de Jesús, pero su fin es, hablarnos de la realidad tangible de la
Encarnación del Hijo de Dios en la naturaleza humana. Este misterio de nuestra fe,
no es un mito, una idea, ni nada parecido, es una realidad palpable: Dios se hace
carne y habita entre nosotros. Puso su tienda entre nosotros, dirá Juan (cfr. Jn.1,
14). El todo Santo, se hace profano, entra en la historia, se inserta en la
naturaleza humana para rescatarla de la indigencia, en que había caído. Si
Jesucristo, es la plenitud de la revelación, Mateo, piensa en la preparación de tal
revelación, y ahora quiere demostrarlo comenzando desde el AT., de ahí el sentido
de esta genealogía. Jesucristo, fórmula de fe, con que encabeza dicha genealogía,
Jesús, es el Cristo, el Ungido, el Mesías, hijo de David, hijo de Abraham (v.1). Es el
Mesías, en quien tienen cumplimiento las esperanzas de Israel. El evangelista,
conjuga historia y teología: tres partes con catorce nombres cada una, indica
perfección y plenitud, doble de siete, la perfección y providencia de Dios en
disponer su plan de salvación, que culmina en Cristo Jesús. En este caso concreto,
viene a significar, la disposición divina para ordenar la historia salvífica anterior
que encuentra su cénit en Cristo Jesús. Mateo, pretende con este ordenamiento
establecer que ha habido un maravilloso plan trazado por Dios y llevado adelante
por su voluntad soberana. El origen de Jesús, se remonta hasta Abraham, es decir,
al primero en recibir las promesas de parte de Dios para su pueblo Israel. Por
medio de Abraham, Yahvé prometió la bendición a todos los pueblos de la tierra,
su actitud de fe, le fue reconocida como justicia, es decir, como colaboración al
proyecto divino (cfr. Gn.15,6). En Abraham, se concentran las promesas de un
pueblo, nacido del querer divino, que se proyecta hacia su futuro cumplimiento.
Por lo mismo, son mencionados todos los patriarcas, Judá y sus hermanos, es decir,
todo Israel. Luego viene el destierro babilónico, y se hace un resumen de la
historia de Israel, hasta que “Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el
esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo” (v. 15-16). El Mesías así
queda injerto en la historia de Israel, con lo cual puede ser comprendido y
adquiere sentido su misión. En un segundo momento (vv.18-25), el evangelista,
nos habla del nacimiento de Jesús. José asume la paternidad legal de Jesús. Al
final de la genealogía, la última mencionada era María (Mt. 1,16), pues ahora el
evangelista, trata de explicarnos esa paternidad de José, pero todo cambia, Jesús
nace de María, por una obra particular, exclusiva y directa de Dios. Si bien, por
José, el hijo entra en la descendencia davídica, porque lo adopta, la llegada del
Mesías, se debe por la obra de Dios en la historia de Israel, prodigiosa y
extraordinaria como ninguna. Los datos evangélicos hablan a las claras de la
intervención del favor divino: María ante de ir a vivir con José su prometido, resulta
que espera un hijo del Espíritu Santo (v.18). Repudiarla en secreto era la intención
de José, el varón justo, pero el ángel se lo impide, para explicar el prodigio del feliz
estado de su mujer: por obra del Espíritu Santo (vv.19- 20). Esta revelaciones por
sueños, nos recuerdan las que recibía José, el hijo de Jacob (v.16; cfr. Gn. 37,2).
Todo esto concluye, con que Jesús, es el Mesías, hijo de Abraham inserto en el
pueblo de Israel, como hijo de David, está dentro de las expectativas mesiánicas,
pero lo más importante: Jesús viene directamente de Dios (cfr. Mt.3,17). Vemos
cómo Dios Padre, se vale de personas concretas para llevar adelante su plan de
salvación. María, será la madre natural y José, el padre legal del vástago legítimo,
que se sentará en el trono de David: Jesús como Mesías (vv. 19-23). El esposo,
José, no duda en hacer la voluntad de Dios en su matrimonio. Las palabras del
ángel, le dan la seguridad que necesitaba, luz para emprender la misión que se le
confía. Será el padre legal del hijo de María, venido del Espíritu Santo, para salvar
a su pueblo de los pecados. La duda, fue reemplazada por la obediencia a la fe.
Así como José, desciende de David por razones genealógicas, también se inserta
en el dinamismo de la obediencia a la fe, con la que asume una misión, que está
en la economía de la salvación dispuesta por Dios Padre. Dos veces menciona el
evangelista el nombre del Niño (vv. 21.25), no es sólo la denominación de la
persona, sino que se relaciona con ella misma, es ella misma (cfr. 1 Sam. 25, 25).
Conocer el nombre de una persona puede significar tener influencia o autoridad
sobre ella, de ahí la necesidad a veces de guardarlo (cfr. Gn.32, 29; Jc. 13,18),
pronunciarlo crea vínculos estrechos con la persona (cfr. Gn. 2, 19-20). Jesús
viene a significar Salvador (v.21). Pero encontramos el otro pasaje en ya no se le
denomina Jesús, sino Enmanuel, es decir, Dios con nosotros (cfr. Is. 7,14). Aquí
vemos, como el evangelista hace referencias proféticas para dejar de manifiesto
que el Mesías entra en el proyecto de salvación ya en curso, pero además, cómo
Dios es cercano a su pueblo. Este Mesías, según Mateo, es la garantía cierta que
Dios está presente en medio del pueblo, la misma que el Resucitado hará
extensiva hasta el final de los tiempos (cfr. Mt. 28,20). Es así como Enmanuel, y el
Resucitado, en la visión de Mateo, asegura ese estar con nosotros, permanente del
Mesías y del Dios Altísimo. De este modo José, como María, se convierte en modelo
de fe y obediencia a la voluntad del Padre eterno. En el día del nacimiento de la
Santísima Virgen María, la contemplamos como aurora de nuestra salvación. Feliz
día Virgen María, felices nosotros por tenerte como Madre espiritual, Madre de la
Iglesia y del Carmelo.
San Juan de la Cruz, hace una relectura del prólogo del prólogo del evangelio de
San Juan, sólo nos quiere enseñar que el Padre, es el sólo Padre del Salvador
Jesús, y que de María su Madre recibió la carne:
- “Y el que sólo Padre, / ya también tenía Madre, / aunque no como cualquiera/
que de varón concebía, que de las entrañas de ella/ él su carne recibía, / por lo
cual Hijo de Dios/ y del hombre se decía” (Romance acerca de la Encarnación (vv.
280-285)
Himnos
I
- Hoy nace una clara estrella,/ tan divina y celestial,/que, con ser estrella, es tal,
que el mismo sol nace de ella.
- De Ana y de Joaquín, oriente/ de aquella estrella divina,/ sale luz clara y digna
de ser pura eternamente;/ el alba más clara y bella/ no le puede ser igual,
que, con ser estrella, es tal, / que el mismo Sol nace de ella.
- No le iguala lumbre alguna/ de cuantas bordan el cielo, porque es el humilde
suelo
de sus pies la blanca luna:/ nace en el suelo tan bella/ y con luz tan celestial,
que, con ser estrella, es tal, /que el mismo Sol nace de ella.
- Gloria al Padre, y gloria al Hijo, /gloria al Espíritu Santo,/ por los siglos de los
siglos. Amén.
O bien
- Canten hoy, pues nacéis vos,/ los ángeles, gran Señora,/ y ensáyense, desde
ahora,
para cuando nazca Dios.
- Canten hoy pues a ver vienen/ nacida su Reina bella,/ que el fruto que esperan de
ella
es por quien la gracia tienen.
- Dignan, Señora de vos,/ que habéis de ser su Señora, /y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
- Pues de aquí a catorce años, /que en buena hora cumpláis,/ verán el bien que nos
dais,
remedio de tantos daños.
- Canten y digan, por vos,/ que desde hoy tienen Señora, /y ensáyense desde
ahora,
para cuando venga Dios.
- Y nosotros que esperamos/ que llegue pronto Belén,/ preparemos también/ el
corazón y las manos.
- Vete sembrando, Señora,/ de paz nuestro corazón,/ y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.
Oración:
Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido
las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos
aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento. Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.