EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Lucas 6,20-26.
Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: "¡Felices ustedes, los
pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices
ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los
proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será
grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de
ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos
trataban a los falsos profetas!
Comentario del Evangelio por :
León XIII, papa de 1878 a 1903
Encíclica Rerum Novarum, 20
«Dichosos los pobres»
Los desfavorecidos aprenden de la Iglesia que, según el juicio del mismo Dios,
la pobreza no es un oprobio, y que no deben enrojecer por el hecho de tener que
ganar el pan con su trabajo. Esto es lo que Cristo nuestro Señor confirmó con su
ejemplo, él que «siendo rico, se hizo pobre» (2C 8,9) para la salvación de los
hombres; el cual, siendo Hijo de Dios y Dios él mismo, quiso ser tenido a los ojos
del mundo por hijo de un obrero; y llegó a pasar gran parte de su vida trabajando
para ganarse la vida. «¿No es este el hijo del carpintero, el hijo de María?» (Mc
6,3).
Cualquiera que tenga bajo su mirada este modelo divino comprenderá
fácilmente lo que queremos decir: la verdadera dignidad del hombre y su
excelencia residen en su forma de obrar, es decir, en la virtud; la virtud es
patrimonio común de los mortales, al alcance de todos, de los pequeños como de
los mayores, de los pobres como de los ricos; tan solo la virtud y los méritos, donde
sea que se encuentren, obtendrán la recompensa de la bienaventuranza eterna.
Aún más, es hacia las clases infortunadas que el corazón de Dios parece inclinarse
con predilección. Jesucristo llama bienaventurados a los pobres; invita con amor a
ir hacia él a todos los que sufren y lloran para consolarlos (Mt 11,28); abraza con
más tierna caridad a los pequeños y oprimidos.
Ciertamente que estas doctrinas están hechas para humillar al alma altiva de
los ricos y volverlos más compasivos, para levantar el ánimo de los que sufren y
llamarlos a la confianza. Podrían ellas disminuir la distancia que el orgullo se
complace en mantener; sin dificultad se llegaría a que los dos lados se dieran la
mano y las voluntades se unieran en una misma amistad.
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