Encuentros con la Palabra
Domingo XXIV del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 8, 27-35)
(...) el que quiera salvar su vida la perderá
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Hace algunos meses me llegó un mensaje por la Internet que contaba que el 14 de
Octubre de 1998, en un vuelo trasatlántico de la línea Aérea British Airways tuvo lugar el
siguiente suceso: A una dama la sentaron en el avión al lado de un hombre de raza negra.
La mujer pidió a la azafata que la cambiara de sitio, porque no podía sentarse al lado de
una persona tan desagradable. La azafata argumentó que el vuelo estaba muy lleno, pero
que iría a revisar en primera clase a ver por si acaso podría encontrar algún lugar libre.
Todos los demás pasajeros observaron la escena con disgusto, no solo por el hecho en
sí, sino por la posibilidad de que hubiera un sitio para la mujer en primera clase. La señora
se sentía feliz y hasta triunfadora porque la iban a quitar de ese sitio y ya no estaría cerca
de aquella persona. Minutos más tarde regresó la azafata y le informó a la señora:
“Discúlpeme seora, pero efectivamente todo el vuelo está lleno... pero afortunadamente
encontré un lugar vacío en primera clase. Sin embargo, para poder hacer este tipo de
cambios le tuve que pedir autorización al capitán. Él me indicó que no se podía obligar a
nadie a viajar al lado de una persona tan desagradable”.
La señora con cara de triunfo, intentó salir de su asiento, pero la azafata en ese momento
se voltea y le dice al hombre de raza negra: “Seor, ¿sería usted tan amable de
acompaarme a su nuevo asiento?” Todos los pasajeros del avin se pararon y
ovacionaron la acción de la azafata. Ese año, la azafata y el capitán fueron premiados por
esa actitud. La empresa se dio cuenta que no le había dado demasiada importancia a la
capacitación de su personal en el área de atención al cliente. Por tanto, se hicieron
algunos cambios de inmediato. Desde ese momento en todas las oficinas de British
Airways se lee el siguiente mensaje: “Las personas pueden olvidar lo que les dijiste. Las
personas pueden olvidar lo que les hiciste. Pero nunca olvidarán como los hiciste sentir".
Qué bueno es este ejemplo para exaltar las palabras que dirigió Jesús a sus discípulos
después de la discusión sobre quién era él y el anuncio de su pasin: “Si alguno quiere
ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que
quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa mía y por acepar el
evangelio, la salvará”.
Nuestra sociedad nos ha ido acostumbrando a buscar lo mejor para nosotros. Incluso, los
padres de familia le enseñan a sus hijos e hijas a no dejarse de los compañeros y
compañeras. Primero yo, segundo yo, y si alcanza para un tercero, también yo, parece ser lo
normal en nuestras relaciones interpersonales y sociales. Los que buscan el poder político,
económico, social y cultural, pocas veces están pensando en el beneficio de los demás.
Pero mucho más escasa es la disposición a sacrificarse o a entregarse por los otros a costa
de nuestro bienestar y mucho menos de nuestra vida. ¡Qué distinto es el mensaje de Jesús,
el Mesías, como Pedro lo reconoció delante de sus compañeros! Su proyecto va en
contravía de nuestros valores. No podemos olvidar que el que quiera salvar su vida, con toda
seguridad, la perderá. Ni podemos perder de vista que cuando se está dispuesto a perder la
vida por los demás, a lo mejor lo pasan a primera clase...
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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