Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Caminando, lo encontrarás
Don Quijote y Sancho recitaron lo mejor de la prosa castellana yendo de camino, como el
discurso de los años dorados que pronunció “El caballero de la triste figura”, acompañado
de unos cabreros que gentilmente le ofrecieron unos tasajos de cabra. Rafael Sanzio quiso
plasmar a los sabios del mundo antiguo, Sócrates y Platón, en la escuela peripatética,
filosofando mientras caminaban. Así aparecen en la pintura “La escuela de Atenas”.
Jesús también realizó innumerables curaciones y enseñó las verdades de nuestra fe yendo
de camino, como si de algo informal se tratara. Cuando perdonó a Pedro por haberlo
negado tres veces, lo invitó a caminar por la ribera del lago de Galilea y de una forma
delicadísima lo redimió. De camino Jesús se encontró con la Samaritana. A Saulo de
Tarso, acérrimo perseguidor de la Iglesia, Jesús le salió al paso yendo de camino a
Damasco.
Pasando por debajo de un sicómoro Jesús llamó a Zaqueo, y de camino les hizo a sus
apóstoles una de las preguntas más importantes del evangelio: “¿Quién dice la gente que
soy yo? Ellos le contestaron: Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros que Elías; y
otros, que alguno de los profetas. Entonces Él les preguntó: Y vosotros ¿quién decís que
soy yo?” (Mc. 8,27).
La vida de Jesús es toda ella solemne, pero sus formas y sus palabras estuvieron revestidas
de una encantadora sencillez y naturalidad. Los momentos apoteósicos son fácilmente
identificables como lo fueron el sermón de la montaña, la transfiguración o la pasión, pero
hubo muchos otros eventos que pasaron con sigilo, pero no por ello dejaron de tener la
fuerza de la revelación. Así es como actúa Dios. Hay momentos emblemáticos
celosamente guardados en el alhajero de nuestros recuerdos: la muerte de un ser querido, el
habernos librado de de un fatal accidente, la experiencia profunda de un encuentro místico
con Dios. Pero hay muchísimos otros en los cuales Dios nos sale al paso de modo discreto e
imperceptible, como lo hizo con los discípulos de Emaús que llenos de tristeza
abandonaban la ciudad santa de Jerusalén porque se sentían decepcionados. Jesús les salió
al paso de camino, les explicó las escrituras y pasó con ellos aquel día hasta el momento de
partir el pan.
La gracia de Dios actúa de modo permanente y con tanta naturalidad que pareciera fruto del
azar. “Teme la gracia de Dios que pasa y no vuelve”. La gracia es la intervención de Dios
que continuamente nos mueve a desear el bien, a ser auténticos y se vale de las cosas
ordinarias: una lectura, una conversación, el testimonio de fervor y fidelidad de otra
persona.
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