DOMINGO XXIV. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.
Mc. 8, 27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea
de Felipe; por el camino, pregunto a sus discípulos: - «¿Quién dice la gente
que soy yo?» Ellos le contestaron: - «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y
otros, uno de los profetas.» Él les pregunto: - «Y vosotros, ¿quien decís que
soy?» Pedro le contesto: - «Tu eres el Mesías.» El les prohibió
terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos: - «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho,
tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y,
de cara a los discípulos, increpó a Pedro: - «¡Quítate de mi vista, Satanás!
¡Tu piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamo a la gente y a sus discípulos, y les dijo: - «El que quiera
venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me
siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su
vida por mí y por el Evangelio la salvara.»
CUENTO: LA CARAVANA DEL DESIERTO
Un poderoso sultán viajaba por el desierto seguido de una larga comitiva
que transportaba su tesoro favorito de oro y piedras preciosas.
A mitad del camino, un camello de la caravana, agotado por el ardiente
reverbero de la arena, se desplomó agonizante y no volvió a levantarse.
El cofre que transportaba rodó por la falda de la duna, reventó y derramó
todo su contenido de perlas y piedras preciosas entre la arena.
El sultán no quería aflojar la marcha; tampoco tenía otros cofres de
repuesto y los camellos iban con más carga de la que podían soportar. Con
un gesto, entre molesto y generoso, invitó a sus pajes y escuderos a
recoger las piedras preciosas que pudieran y a quedarse con ellas.
Mientras los jóvenes se lanzaban con avaricia sobre el rico botín y
escarbaban afanosamente en la arena, el sultán continuó su viaje por el
desierto. Se dio cuenta de que alguien seguía caminando detrás de él. Se
volvió y vio que era uno de sus pajes que lo seguía, sudoroso y jadeante.
- ¿Y tú – le preguntó el sultán- no te has parado a recoger nada?.
El joven respondió con dignidad y orgullo
- ¡Yo sigo a mi rey!.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Muchas veces me ha llamado la atención en el Evangelio la lentitud con que
los discípulos de Jesús asimilan la verdadera identidad del Maestro. Varios
años con El y todavía no se enteran de con quién andan.
No es extraño que Jesús quiera de nuevo ponerlos a prueba en la persona
de Pedro, el más recalcitrante de los apóstoles. Y lo hace con una pregunta
que va del general al particular, para que no se escabullan: ¿Quién dice la
gente?¿Quién decís vosotros soy yo?.
Jesús no quiere respuestas generales, lo que dice la gente de El. Pide
respuesta y compromisos personales con su Persona.
Y ahí está Pedro, confesando su fe en Cristo como Mesías, en un alarde de
valentía y de exaltación, y también de autocomplacencia.
Pero es claro que de lo dicho por los labios no entiende nada después,
pretendiendo enmendar la plana a Jesús y atreverse a recriminarlo, porque
le parece que el Mesías del que Jesús habla no es el Jesús al que sigue
Pedro.
Todavía no han vivido los apóstoles la experiencia de la Pascua y no han
pasado ellos por la propia experiencia de la persecución y el martirio.
Ahí ya no valdrán respuestas fáciles, sino compromiso de total entrega. Ahí
se confesará a Cristo con la propia vida, llevando la propia cruz.
Vivimos hoy tiempos de necesidad de purificar nuestra fe. Hay mucho
cristiano que confiesa de boca que es cristiana, está bautizada, no duda en
decir que Cristo es el Hijo de Dios, pero luego en lo concreto de la vida,
cuando tiene que vivir a fondo los valores del Evangelio, se echa para atrás
y le parece muy difícil entender eso de la cruz.
¿Hasta dónde estamos dispuestos en nuestro seguimiento de Cristo?. ¿Qué
es Cristo para nosotros, para cada uno?. ¿Qué tipo de cristianismo
pretendemos vivir, un cristianismo fácil acomodado, sin cruz, sin conflicto?.
Pues no es posible. Nos lo dice hoy Jesús: “El que quiera seguirme, que se
niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”.
Es necesaria más que nunca la purificación de la fe y del seguimiento de
Cristo, saber de verdad quién es cristiano, quién sigue a Cristo para obtener
beneficios o figurar en la sociedad, o quién sigue a Cristo de verdad y de
corazón, como vemos en el cuento de hoy.
Quizá tenga que haber menos cristianos, pero más auténticos. La Iglesia
hay sido más evangélica cuanto menos pegada al poder ha estado, más
evangelizadora cuanto más sencilla, más testimonial cuanto más auténtica.
Pensemos también nosotros. ¿Cómo es mi seguimiento de Cristo y mi
testimonio hoy en la sociedad, entre mi familia, en mi trabajo, con mis
amigos?. ¿Quién es Cristo para mí: alguien que ha transformado mi vida y
me hace verla desde la óptica del amor o un personaje abstracto del que
me han hablado o del que la gente dice que es un profeta?. Más que nunca
Cristo necesita discípulos convencidos, dispuestos a dar la vida por la causa
del Evangelio, que no es otra que la causa del amor, la justicia, la paz, el
perdón, la solidaridad y la igualdad entre los hombres. Porque quien da la
vida en el surco diario de la cotidianidad la recupera llena y plena de alegría
y de felicidad.
¡QUE TENGAS UNA FELIZ Y TESTIMONIAL SEMANA!