XXIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
SABADO
a.- 1Cor. 15, 35-37. 42-49: Se siembra lo corruptible, resucita
incorruptible.
b.- Lc. 8, 4-15: Parábola del sembrador.
Esta parábola está dividida en tres partes: la proclamación de la parábola (vv.5-8),
porqué enseña en parábolas (vv. 9-10) y explicación de la misma (vv. 11-15). Nexo
de unión entre la proclamación de la parábola y la explicación es la pregunta de los
discípulos: ¿qué significa la parábola? La respuesta de Jesús, es una cita de Isaías,
que Lucas recorta, “Él dijo: «A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del
Reino de Dios; a los demás sólo en parábolas, para que viendo, no vean y, oyendo,
no entiendan.” (v.10; cfr. Is. 6,9-10). En la proclamación, Jesús pone el acento, en
el éxito final de la semilla del Reino a pesar de todas las dificultades, es decir, la
productividad personal del que escucha con atención la palabra. La atención, se
desliza desde la semilla del Reino, a la semilla de la palabra de Dios. Ya no se trata
de la expansión del Reino que Jesucristo sufrió, debido al rechazo de Israel, sino
por los frutos, que la predicación de la Palabra producirá. La atención se centra
entonces, en la semilla que tiene asegurada una abundante cosecha, aunque
sometida a la aventura de la respuesta, que el oyente dé a la palabra de Dios. De
la parábola, se deduce que Dios brinda gratuitamente la salvación que el Reino
trae consigo, pero dicha salvación, no se consigue de manera automática, o sin la
colaboración del hombre. Hay que destacar entonces, la iniciativa divina y la
respuesta del hombre y de la mujer que Dios ama gratuitamente. La pedagogía
divina, no violenta la libertad que le dio al hombre y que respeta en todo momento.
Por otra parte, la palabra de Dios es siempre viva y eficaz, porque pide una
respuesta, y no deja de juzgarnos, pues su eficacia se supedita a la voluntad del
hombre, que acepta o rechaza dicha invitación de Dios. Grande es por tanto la
responsabilidad que tenemos de cara a Dios y nuestra fe en la palabra de Dios. La
palabra de Dios, fructificará en nosotros en la medida en que superemos la
superficialidad, oportunismo, inconstancia, afán de riqueza e idolatría del placer,
para ser tierra que fecunde la palabra de Dios, con el calor que el Espíritu Santo,
brinda a la semilla para que germine, crezca y madure en nuestra vida cristiana.
Todo esto requiere tiempo para que la transformación sea auténtica, y pasemos a
ser discípulos de Cristo, renacidos con criterios y actitudes nuevas. Se requiere un
corazón noble y atento a la palabra de Dios, que lo ayude a progresar, la guardan y
van dando frutos, perseverando en la vida cotidiana. Es la ley del crecimiento del
Reino de Dios, sin avasallar a nadie, ni buscando frutos inmediatos, como creían los
judíos, acerca de la salvación mesiánica que esperaban. Es el mismo estilo de la
Iglesia, que confía en la responsabilidad de cada creyente, respecto a su fe, en la
palabra de Dios. Cada comunidad eclesial espera paciente y humildemente los
frutos de la escucha de la Palabra, mientras con amor sirve a Dios y al prójimo, en
medio de una sociedad egoísta y consumista como la nuestra, elementos que en
muchos, incluso cristianos ahogan la semilla del Reino. ¿Qué clase de terreno soy
yo para la semilla de la Palabra y la gracia de Dios? ¿Qué necesito para ser tierra
fértil? Siempre esta tierra se abonará mejor con buenas porciones de vida teologal,
otras de oración y sacrificio, y perseverancia para que la semilla crezca y madure.
Santa Teresa de Jesús, habla del alma como un huerto donde florecen las virtudes
cristianas, cuando comienza a orar y los frutos se preciben en el amor a Dios y las
obras en bien de nuestro prójimo. “Ahora tornemos a nuestra huerta o vergel, y
veamos cómo, comienzan estos árboles a empreñarse para florecer y dar después
fruto, y las flores y claveles lo mismo para dar olor. Regálame esta comparación,
porque muchas veces en mis principios y plega el Señor haya yo ahora comenzado
a servir a Su Majestad (digo principio de lo que diré de aquí adelante de mi vida),
me era gran deleite considerar ser mi alma un huerto y al Señor que se paseaba en
él. Suplicábale aumentase el olor de las florecillas de virtudes, que comenzaban a
lo que parecía a querer salir, y que fuese para su gloria y las sustentase pues yo
no quería nada para mí y cortase las que quisiese, que ya sabía habían de salir
mejores; digo cortar, porque vienen tiempos en el alma que no hay memoria de
este huerto; todo parece está seco y que no ha de haber agua para sustentarle, ni
parece hubo jamás en el alma cosa de virtud. Pásase mucho trabajo, porque quiere
el Señor que le parezca al pobre hortelano, que todo lo que ha tenido en
sustentarle y regarle va perdido. Entonces es el verdadero escardar y quitar de raíz
las hierbecillas, aunque sean pequeñas, que han quedado malas, con conocer no
hay diligencia que baste si el agua de la gracia nos quita Dios, y tener en poco
nuestra nada y
aun menos que nada. Gánase aquí mucha humildad; tornan de nuevo a crecer las
flores.” (Vida 14,9)