Comentario al evangelio del Viernes 21 de Septiembre del 2012
Hace unos años escuchaba un programa de televisión con motivo de la próxima beatificación de
Escrivá de Balaguer. Como siempre en esos programas de debate, los responsables habían intentado
que entre los participantes hubiese unos que estuviesen a favor y otros en contra. El programa se
desarrollaba según lo previsto. Hasta que uno de los que estaban en contra comenzó a sacar algunas
historias de juventud de Escrivá de Balaguer. Intentaba desautorizar así el intento de beatificación. Si
había hecho aquellas cosas, no merecía semejante premio.
Lo curioso fue que entonces intervino un teólogo, llamado allí precisamente por ser de los de en
contra. Dijo, con muy buen tino, que lo que hubiese hecho Escrivá de Balaguer en su juventud tenía
relativamente poca importancia, que la santidad no es algo con lo que se nace sino algo que se va
haciendo poco a poco, a base de entrega, de encuentro con Jesús, de asimilar la buena nueva del
Evangelio en la propia vida. Por eso decía aquel teólogo que era relativamente poco importante lo que
hubiese hecho en su juventud Escrivá, que lo importante era ver el proceso y cómo había terminado.
Lo dicho se puede aplicar perfectamente a Mateo, el apóstol y evangelista que hoy celebramos. Era
un publicano cuando Jesús se lo encontró. Para entendernos, uno que había hecho el juego a los
romanos invasores y colaboraba con ellos en la recaudación de impuestos. Hoy cualquiera diría que los
funcionarios de Hacienda no son necesariamente malos, que tienen una profesión que es un servicio a
la sociedad. Un servicio necesario. Pero no era así en aquella época. Los romanos subcontrataban el
cobro de los impuestos a los publicanos. Y no se preocupaban más. Estos abusaban del pueblo porque
del mismo cobro de impuestos sacaban su beneficio. Mateo era uno de estos. Uno de los explotadores
que se aprovechaban de la situación para hacerse ricos a costa de los demás. Pero Jesús vino a llamar a
los pecadores. Cuando Mateo se encontró con Jesús, se le abrió la puerta a una vida nueva. Escuchó el
“sígueme” de Jesús y lo siguió. ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a cambiar de vida? ¿O vamos a
dejar que Jesús pasé de largo sin escucharle?
Fernando Torres Pérez cmf