XXIV DOMINGO ORDINARIO B
(Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)
Sea un drama de Shakespeare o sea un cine como Batman, siempre se ve la misma
cosa. Al mero centro de la historia, el protagonista tiene un momento de
alumbramiento. Desde esta crisis la acción desenvuelve a la conclusión. En
Batman: el Caballero de la Noche Asciende el héroe está retirado cuando los
malvados desenlazan la trama para tomar poder de la metrópolis. Dándose cuenta
del peligro, Batman recupera todas sus fuerzas para derrotar al enemigo. En un
sentido el evangelio de Marcos asemeja esta trayectoria. Al centro de la obra, que
tenemos en la lectura hoy, Jesús inicia el diálogo que indica su destino. A la
misma vez nos propone un interrogante que determinará lo nuestro.
Jesús pregunta a sus discípulos, “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” No es un
joven buscando su propia identidad. No, él sabe bien quien es y lo que tiene que
hacer. Más bien, con el interrogante Jesús nos permite a escoger lo que será
nuestro objetivo de vida. Si respondemos, como “la gente” en el pasaje, que Jesús
es “alguno de los profetas”, entonces querríamos seguir sus consejos pero sólo
hasta un punto. Pues, los profetas son famosos como idealistas que no se
corresponden a la vida regular. Hoy día los profetas urgen que abandonemos
nuestros carros y tomemos los trenes para salvar el planeta. Sin embargo, no es
probable que muchos siguen su amonestación ni que se mejora significantemente
la tierra. Otra respuesta del interrogante imagina a Jesús como un ingenuo
malvado que debe ser rechazado. Según las ideas del autor Ayn Rand, el
cumplimiento del mandamiento de Jesús a sacrificarse por el otro sólo haría la
sociedad más injusta. Con este tipo de pensar el hombre alcanza a la plenitud
cuando realiza todo lo que sus instintos naturales deseen.
Pero para nosotros Jesús es apenas meramente un profeta -- una portavoz de Dios
– mucho menos un tonto para rechazar rotundamente. Más bien lo reconocemos
como Dios encarnado cuyas palabras valen nuestra adhesión más íntima. Por él
moriríamos desde que ha prometido a sus fieles la vida eterna. A lo mejor la
respuesta de Pedro -- “Tu eres el Mesías” – significa solamente una sombra de
nuestra fe. Pues, para Pedro en la región de Cesarea de Filipo el Mesías es el
guerrero que liberaría a Israel de sus opresores. Viene en el estilo de David cuyas
victorias militares hizo Israel independiente y rico. Pedro y compañeros se darían
sus vidas batallando por el Mesías porque de este modo ganarían la estima de un
pueblo orgulloso. Pero no es imaginable a ellos que el Mesías moriría en la lucha
para la libertad. Escogido por Dios, se garantiza su victoria tan ciertamente como
el levantar del sol en la madrugada.
Por eso, Jesús tiene que corregir su concepto del Mesías sin rechazar el título. Les
explica a sus discípulos con términos tan gravosos como el árbitro de boxeo
haciendo la cuenta atrás. Dice que tiene que padecer, tiene que ser rechazado, y
tiene que ser entregado a la muerte antes de que logre cualquier victoria. Es el
misterio del amor divino que todavía confunde a muchos. “¿Por qué – mucha gente
preguntará – una joven se daría a sí misma al cuidado de los desahuciados de
cáncer con las Hermanas Dominicas de Hawthorne?” No es loca ni tiene ella un
deseo de muerte. Más bien quiere seguir al salvador.
¿También nosotros tenemos que entregar la vida para seguir a Jesús? El evangelio
no demora a responder que sí, es necesario. Pero Jesús especifica a sus discípulos
que cada uno tiene que cargar su propia cruz. Para ninguno es fácil, para algunos
– la madre con el hijo con la parálisis cerebral – parece onerosa. Y para todos es
posible porque marchamos en las huellas de Jesús. Él nos guía y nos apoya.
Siguiendo a Jesús, un hombre atendiendo a su esposa de docenas de años ya
completamente restringida a la cama dice con todo candor, “Le amo más ahora que
el día en que nos casamos”.
Los marineros están acostumbrados a examinar los cielos para la estrella polar.
Pues, por colocarla pueden determinar en cuál dirección están dirigidos. La estrella
polar les sirve a los marineros como la pregunta de Jesús a nosotros: “¿Quién dicen
ustedes que soy yo?” Si nuestra respuesta es “el Dios encarando”, que lo sigamos
con todas fuerzas. Que lo sigamos con todas fuerzas.
Padre Carmelo Mele, O.P .