EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Martes de la vigésima cuarta semana del tiempo ordinario
Carta I de San Pablo a los Corintios 12,12-14.27-31a.
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos
miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también
sucede con Cristo.
Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo
-judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo
Espíritu.
El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos.
Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese
Cuerpo.
En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar,
como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores.
Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el
don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas.
¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen
milagros?
¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de
interpretarlas?
Ustedes, por su parte, aspiren a los dones más perfectos. Y ahora voy a mostrarles
un camino más perfecto todavía.
Salmo 100(99),1-2.3.4.5.
Salmo de acción de gracias.
Aclame al Señor toda la tierra,
sirvan al Señor con alegría,
lleguen hasta él con cantos jubilosos.
Reconozcan que el Señor es Dios:
él nos hizo y a él pertenecemos;
somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entren por sus puertas dando gracias,
entren en sus atrios con himnos de alabanza,
alaben al Señor y bendigan su Nombre.
¡Qué bueno es el Señor!
Su misericordia permanece para siempre,
y su fidelidad por todas las generaciones.
Evangelio según San Lucas 7,11-17.
En seguida, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus
discípulos y de una gran multitud.
Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo
único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.
Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: "No llores".
Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo:
"Joven, yo te lo ordeno, levántate".
El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran
profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo".
El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda
la región vecina.
Comentario del Evangelio por :
San Agustín (354-430) obispo de Hipona y doctor de la Iglesia
Sermón 98
“Muchacho, a ti te digo, ¡levántate!” (Lc 7,14)
Que nadie tenga duda, si es cristiano, que incluso ahora los muertos
resucitan. Ciertamente, todo hombre tiene ojos para ver resucitar a los muertos
como resucitó el hijo de esta viuda del que nos habla el evangelio. Pero no todos
pueden ver resucitar a los hombres que están muertos espiritualmente. Para ello
hay que haber resucitado interiormente. Es una obra mayor resucitar a un hombre,
para vivir para siempre, que resucitar a alguien para volver a morir más tarde.
La madre de este joven, esta viuda, se llenó de alegría al ver a su hijo
resucitar. Nuestra madre, la Iglesia, se alegra también viendo todos los días la
resurrección espiritual de sus hijos. El hijo de la viuda estaba muerto en su cuerpo,
pero aquellos estaban muertos en su espíritu. Hubo llanto por la muerte del
primero, pero no hubo pena por la muerte invisible de los últimos ya que no se veía
esta muerte. El único que no quedaba indiferente era aquel que conocía a estos
muertos. Sólo él los podía devolver a la vida. En efecto, si el Señor no hubiera
venido a resucitar a los muertos, el apóstol Pablo no hubiera dicho: “Levántate, tú
que duermes, y Cristo será tu luz.” (Ef 5,14)
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