XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
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Padre Pedrojosé Ynaraja
No me importa ser reiterativo y recordar ahora dos aspectos a los que me he
referido en otras ocasiones. Oímos muchas veces que nosotros los católicos, somos
religión del libro. Se nos incorpora en este aspecto a judíos, musulmanes y a ciertas
comunidades cristianas, que estos sí son fieles a unos textos determinados, en su
sentido literal, más que a su contenido o mensaje. Nadie puede dudar de mi aprecio
y fidelidad a la Biblia. Reúno cerca de 600 ejemplares en muy diversa lenguas.
Ahora bien, lo que más me importa es conocer lo que implica la narración, lo que
explícita e implícitamente se me revela. Me importa un bledo que en el libro de
Tobías se diga que el perro que salió a recibir al protagonista, movía la cola de
contento. Sé que es un simple adorno incorporado a una bellísima narración. Otras
comunidades de creyentes, considerarán que todos y cada uno de los párrafos de
su libro, han sido dictados y transcritos con total rigor.
El otro aspecto, lo repito con frecuencia, es presentarnos a Jesús como un andarín
hablador, que siempre se mueve con prisa. Estoy pensando en secuencias
cinematográfico de filmes muy vistos y de prestigio. Ni nos han recogido los textos
evangélicos todo lo que dijo Jesús, el mismo Juan lo asegura implícitamente, ni sus
palabras transcritas en la Biblia, son su única enseñanza (Jn 21,25).
Leemos en el fragmento evangélico de la misa de hoy que Jesús vuelve a casa y
que no escoge para hacerlo el camino más corto. Da un rodeo, circunstancia que le
permite compartir instrucciones, comentar acontecimientos que ocurrían aquellos
días, o hablar de cosas tan simples como los cambios atmosféricos, las flores,
arbustos y frutales que irían encontrando.
Tal actitud, le hacía a los ojos de sus discípulos, más humano, facilitaba la
comunicación sincera, entenderse con facilidad y que se estrechara la amistad.
Os he escrito así, mis queridos jóvenes lectores, porque parece que hoy en día es
suficiente el reunirse para escuchar lecciones o charlas, a lo que se añaden
canciones guitarreadas. Sin olvidarse de que es preciso señalar qué día toca
volverse a reunir, para determinar importantes preacuerdos. Entre gente joven y
también entre adultos, ocurre con frecuencia, que de no ser las frases del tenor que
señalaba, se tratará de intercambiar temas triviales, de habla sin parar ni
escucharse, todos a la vez, junto a otros que también charlan de temas
superficiales sin tampoco oírse.
Añádase a lo dicho, que si uno pretende compartir y se ha citado con un amigo en
algún lugar determinado de una ciudad, si llega en coche y aparca, saludarse,
hablar, intercambiar experiencias, preguntar para aprender, etc. esta experiencia
suponen ir aumentando la numeración del parquímetro. Cultivar la amistad, discutir
un tema, compartir emociones, visitar a un enfermo, tiene un precio que cada vez
es más elevado. Me entenderéis mejor si os digo que un día me trasladé a una gran
población a visitar y asistir espiritualmente a dos amigos enfermos, por esta obra
de misericordia, me toc abonar 20€ en concepto de estacionamiento. La vida en
una capital, en este y otros aspectos, es inhumana.
En la época de Jesús no existían estos problemas, pero nos señala el fragmento del
evangelio del presente domingo, que las aglomeraciones populares dificultaban la
convivencia, de aquí que en esta ocasión se desplacen por el campo. ¿Sabremos
aprender del Maestro escogiendo senderos, parques silenciosos o riveras solitarias,
cuando se trate de encontrarnos seriamente?.
Jesús hablaba, y otras veces escuchaba sin ser notado. Respetaba los cuchicheos,
pero se interesaba por su contenido. En este caso Él hablaba e instruía de lo que
pronto iba a pasarle, es decir, de su pasión y ejecución, ellos discutían de otras
cosas. Cuando llegan a casa les pregunta de qué hablaban y ellos avergonzados no
se atreven a contarle de lo que habían discutido. El Señor lo sabe, de aquí que se
dirija a ellos con radical lenguaje, pero sin fanatismo. Quiere que sepan la paradoja
que implica su doctrina: quien quiera ser el primero, que escoja ser el último. Quien
quiera ser considerado importante en el Reino de los Cielos, que sea el servidor de
los demás. ¿a quien se le ocurre esto?
Aade más: el que desee “codearse con gente importante”, que se acerque y acoja
a un niño. Quien vea en él al Señor, su gesto tendrá mucho más valor, que el
autógrafo de futbolero o el roquero de más fama.
En el fondo, si no miramos las cosas con superficialidad, la Fe cristiana tiene un
atractivo componente enigmático, de tal manera que puede uno escoger la
profesión más vulgar que le permita vivir modestamente para poder adentrarse por
los senderos de la vocación cristiana y por ellos encontrar la mayor satisfacción que
uno pueda imaginarse. ¿Quiénes de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, se
atreverá a moverse por esta fascinante aventura cristiana? Y que conste que su
eleccin, además de permitirle “sentirse realizado” será útil a muchos otros
congéneres suyos. Porque quien escoge ser cristiano de verdad, además de sentirse
satisfactoriamente feliz, hará felices a los demás.