EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Jueves de la vigésima cuarta semana del tiempo ordinario
Carta I de San Pablo a los Corintios 15,1-11.
Hermanos, les recuerdo la Buena Noticia que yo les he predicado, que ustedes han
recibido y a la cual permanecen fieles.
Por ella son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo contrario,
habrán creído en vano.
Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a la Escritura.
Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura.
Se apareció a Pedro y después a los Doce.
Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte
de los cuales vive aún, y algunos han muerto.
Además, se apareció a Santiago y de nuevo a todos los Apóstoles.
Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto.
Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol,
ya que he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que
yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios
que está conmigo.
En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes
han creído.
Salmo 118(117),1-2.16ab-17.28.
¡Aleluya!
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!
la mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas".
No, no moriré: viviré
para publicar lo que hizo el Señor.
Tú eres mi Dios, y yo te doy gracias;
Dios mío, yo te glorifico.
Evangelio según San Lucas 7,36-50:
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la
mesa.
Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús
estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume.
Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con
sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con
perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: "Si este hombre fuera profeta,
sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!".
Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". "Di, Maestro!", respondió él.
"Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro
cincuenta.
Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo
amará más?".
Simón contestó: "Pienso que aquel a quien perdonó más". Jesús le dijo: "Has
juzgado bien".
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y
tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y
los secó con sus cabellos.
Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies.
Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies.
Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados
porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco,
demuestra poco amor".
Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados".
Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los
pecados?".
Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz".
Comentario del Evangelio por :
San Macario (hacia 405) monje de Egipto
Homilías espirituales 30,9
La acogida del fariseo y de la pecadora
Acojamos a nuestro Dios y Salvador, el verdadero médico, el único capaz de
curar nuestras almas, él que tanto sufrió por nosotros. Llama sin cesar a la puerta
de nuestro corazón para que le abramos y le dejemos entrar, para que descanse en
nuestras almas, nos lave los pies y los envuelva de perfume y se quede con
nosotros. En un lugar del evangelio, Jesús reprende a uno que no le había lavado
los pies, y en otro lugar dice: “Mira que estoy llamando a la puerta; si alguien oye
mi voz y abre la puerta, entraré en su casa...” (Ap 3,20) Por esto ha soportado
tantos sufrimientos, ha entregado su cuerpo a la muerte y nos ha rescatado de la
esclavitud: para venir a nosotros y morar en nosotros.
Por esto, el Señor dice a los que en el día del juicio estarán a su izquierda,
condenados al infierno: “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed,
y no me disteis de beber; fui forastero, y no me alojasteis; estaba desnudo y no me
vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.” (Mt 25,42-43) Porque su
alimento, su bebida, su vestido, su techo, su descanso están en nuestro corazón.
De ahí que está llamando sin cesar, queriendo entrar. Acojámosle, pues, e
introduzcámosle dentro de nosotros, ya que él es también nuestro alimento,
nuestra bebida, nuestra vida eterna.
Y toda persona que no lo acoge ahora en su interior, para que ahí descanse, o
mejor dicho, para que ella descanse en él, no heredará el Reino de los cielos con los
santos; no podrá entrar en la ciudad celestial. Pero tú, Señor Jesucristo, danos
poder entrar para gloria de tu nombre, junto con el Padre y el Espíritu Santo, por
los siglos de los siglos. Amén.
"servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”