Comentario al evangelio del Viernes 28 de Septiembre del 2012
Hay tiempo para todo. Y es de sabios saber hacer cada cosa a su tiempo. Ya conté hace unos días la
historia de san Francisco de Asís que, cuando envió a sus frailes a evangelizar a los musulmanes les
dijo: “Evangelizad siempre. Hablad sólo cuando sea necesario.”
No hay que dudar que Jesús es el modelo del evangelizador. Los creyentes tenemos que mirar a él
para saber cómo comportarnos. Pues bien, dedicó muy poco tiempo en su relación con los discípulos a
meditaciones del tipo de la del evangelio de hoy. Jesús no se centra en conseguir que sus discípulos
confiesen expresamente su fe. Tampoco suele pedir muchas precisiones teológicas a las personas con
las que se encuentra. Él multiplica los panes, cura a los enfermos, libera a los endemoniados, ataca sin
piedad a los fariseos y escribas que cargan a los demás con pesos insufribles, pero no exige a sus
seguidores que se aprendan un catecismo entero, con sus preguntas y respuestas. Lo único que hace es
estar con ellos, dejar que le acompañen, que vayan viendo y que vayan descubriendo su mensaje.
Hay veces que ni siquiera los apóstoles entienden a Jesús. El ejemplo de Pedro es palmario. En un
momento determinado le tiene que decir con fuerza que se parte de él porque no ha entendido nada. Si
tan cortos de entendederas eran los apóstoles, cuánto más los otros que se encontraban accidentalmente
con él. Y sin embargo, a nadie echa de su compañía. A todos los acoge, les regala buenas palabras y les
llena de esperanza.
Hoy podemos intentar responder a la pregunta que Jesús hace a sus discípulos. Quizá no nos salga
una respuesta tan clara y contundente como la de Pedro. Quizá en el fondo no entendamos bien a este
galileo ni su forma de comportarse. Quizá a veces nos parezca poco prudente o demasiado radical.
Pero lo que tenemos que seguir escuchando es su invitación a seguirle, a estar con él, a escucharle.
Aunque no respondamos perfectamente, aunque nuestra vida tampoco sea la traducción práctica de la
respuesta perfecta, Jesús no nos expulsa de su lado. Tiene mucha paciencia. La que tuvo con todos los
que se encontró. La que tuvo con los apóstoles. Nos da tiempo. Porque sabe que el amor de Dios
terminará haciendo su trabajo y haciéndonos descubrir que el amor es lo único que vale
verdaderamente la pena en nuestra vida.
Fernando Torres Pérez cmf