DOMINGO 25 ORDINARIO (B)
Lecturas: Sab 2,12.17-20; S.53; St 3,16-4,3; Mc 9,30-
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Homilía del P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
No entendían de la cruz
El evangelio de hoy insiste en lo mismo que
comentamos el domingo pasado. Jesús predice otra vez de
modo expreso y claro su pasión, muerte en cruz y
resurrección. Los dos textos están cercanos; el primero fue
en el capítulo anterior; en el siguiente Jesús volverá a
repetirlo. Además de estas profecías sobre su pasión,
muerte y resurrección hay otros lugares, tanto en los
evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) como en el
de San Juan, que evidencian que Jesús tuvo siempre muy
claro, desde el principio de su vida hasta el final, su destino
a la muerte en cruz y resurrección (v. Jn 2,22; 3,14; 6,64;
7,19.33-34; 8,27.40; 10,11-17; 12,7.27.32; 13,1.21.33;
14,2-3.19.30-31; 16,5-7.20; 18,11).
Esto patentiza con toda claridad el valor salvador
primero y fundamental de la pasión de Cristo, de su muerte
en cruz y de su resurrección. El texto de hoy dice que Jesús
“iba instruyendo a sus discípulos”. Es decir que se trata no
de conversaciones sin objetivo predeterminado, sino de
instrucciones del maestro que los discípulos tenían que
interiorizar y no olvidar, para ponerlas un día en práctica y
transmitirlas a su vez a los que creyeran, de modo que así,
practicándolas, pudieran salvarse. Por eso están en los
evangelios. Recogen la catequesis cristiana de los
apóstoles. Ya sabemos que Marcos transcribe la catequesis
de Pedro en Roma.
A Pedro le costó aceptar la necesidad de la pasión.
Cristo insistió, los evangelios insisten. La de hoy es la
segunda vez que Marcos recuerda a Jesús profetizándola, y
lo volverá hacer recordando otra ocasión. Es que se trata de
algo vital. También nosotros debemos insistir. Frente a unos
que piden milagros y los otros que piden sabiduría humana,
“nosotros –escribe Pablo– tenemos que predicar a Cristo y a
Cristo crucificado” (1Cor 1,23). Porque Jesucristo es el
único que nos salva y nos salva por la cruz.
También esta segunda profecía la hace a solos los
Doce y comienza designándose con la misma expresión
enfática y solemne: “El Hijo del Hombre”. El término “Hijo
del hombre” pone de relieve que habla consciente de su
dignidad de Hijo de Dios, que es también hombre por
poseer la naturaleza humana; Él es la cabeza natural de
toda la humanidad; en Él, de Él y por Él está nuestra
redención, el poder llegar a ser hijos de Dios, obtener toda
gracia y toda verdad.
Con toda solemnidad, pues, lo predice: “Va a ser
entregado (que incluye el ser cogido preso) y lo matarán,
pero a los tres días resucitará (en San Mateo la expresión
es “al tercer día” como fórmula equivalente).
Pero los discípulos “no entendían aquello y les daba
miedo preguntarle”. Reacción psicológica normal del miedo
ante un futuro oscuro. Miedo y rechazo ante un futuro
negro contra el que no se puede hacer nada: el silencio,
hablar de otra cosa. Por eso rompen su comunicación con el
Maestro; él iba delante y ellos se arrastraban detrás,
hablando de lo que a ellos les interesaba más. ¿De qué?
Pues de “quién era el más importante”. ¡Qué distintos sus
pensamientos de los de Jesús!
Cuando llegan a casa, probablemente la de Pedro, en
Cafarnaúm, Jesús insistirá en la lección. Se acerca un niño
de los que han corrido a saludarle. Nos gustaría saber más
de él; pero fíjense en la forma de redactarse los evangelios.
No se buscan curiosidades, ni son meras lecturas piadosas.
Interesan sólo las palabras y obras de Jesús. Ahí está la
vida.
Jesús se sienta. La costumbre era que el maestro se
sentase para enseñar. Jesús se sienta. Va a enseñar, se
trata de algo importante, que lo discípulos deben aprender.
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Llama a los doce, a todos. Pone al niño en medio y
solemnemente les dice, refiriéndose a la conversación en el
camino: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de
todos y el servidor de todos”. Ninguno de ellos pensaba así
y por eso no habían entendido nada de su profecía ni lo
entenderían. En la cena de pascua estarían peleando por los
primeros puestos. Por eso eran incapaces de comprender su
muerte y de esperar su resurrección. Sólo la gracia del
Espíritu les abriría el corazón y los ojos de la fe. Aquel niño
que pone delante de ellos resume la doble lección, que
Mateo expone con más nitidez: Hay que hacerse humilde
como un niño, no creerse con derecho a mandar ni ser el
primero, sino feliz con el último caramelo o la última caricia.
Y la otra lección es la de la predilección que Dios tiene con
los humildes: Desprecia a los soberbios y a los humildes les
da su gracia (St 4,6). Es una constante en la revelación.
Igual que con los pobres Jesús se identifica con los
niños. Padres, educadores, catequistas, todos los que
tratamos con niños, respetemos a los niños. Su destino es
amar a Dios; apenas bautizado es hecho hijo de Dios,
predilecto suyo, templo del Espíritu Santo. No son para
nuestra utilidad. Están llamados, como nosotros, a
acercarse a Dios, a conocerle como Padre, a amarle y gozar
de su amor.
Al tocar este tema no se puede menos de condenar el
aborto voluntario, que no es sino una forma de matar. Toda
conciencia recta lo tiene que reprobar. Un creyente mucho
más. En un momento de fuerte corriente a favor del aborto
como un derecho, los creyentes debemos tener las ideas
claras y exponerlas cuando la ocasión lo amerite sin miedos
ni complejos. No cedamos ante el cínico principio de que
una mentira repetida un millón de veces acaba siendo
verdad. Es cínico, es falso, es ignorante. Los datos de la
ciencia han sido cada vez más contundentes: la nueva vida
humana comienza su proceso justo con la fecundación; lo
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confirma hasta la misma fecundación artificial –inmoral por
otra razón–.
Pero volvamos a la cruz como medio de llegar a
Cristo. Los santos son los especialistas de Dios y de los
medios para alcanzarlo. Les cito a Santa Rosa que así nos
dice del extraordinario valor de la cruz para ir rápido a la
santidad. Escribe así: «El divino Salvador con inmensa
majestad dijo: “Que todos sepan que la tribulación va
seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el
peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la
gracia; que todos comprendan que la medida de los
carismas aumenta en proporción al incremento de las
fatigas. Guárdense los hombres de pecar y de equivocarse:
ésta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se
encuentra el camino de subir al cielo”».
La Eucaristía de cada domingo nos recuerda nos
recuerda y nos une al misterio de la cruz. Desde la cruz y
estando en la cruz, recibió el buen ladrón la gracia de su
conversión; desde la cruz y al pie de la cruz la recibió
también el centurión que dirigió la crucifixión; de la cruz y
al pie de la cruz recibió María la gracia y misión de ser
Madre de la Iglesia y Juan en representación de todos
nosotros la gracia de María madre nuestra; cada domingo
vengamos a participar en la Eucaristía con la ofrenda de
algún sacrificio, de alguna buena obra costosa que
ofrecemos al Señor.
Nota.- Para más información:
http://formaciónpastoralparalaicos.blogspot.com
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