COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires –
ciclo 2012)
23 de septiembre de 2012 – 25º domingo durante el año
Evangelio según San Marcos 9, 30-37 (ciclo B)
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo
supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después
de su muerte, resucitará". Pero los discípulos no comprendían esto
y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y, una vez que
estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el
camino?". Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre
quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y
les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de
todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso
en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de
estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe,
no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".
Vivir con voluntad de servicio al bien común
Estamos ante una enseñanza maravillosa del Evangelio. En primer lugar es
la confesión del secreto mesiánico: el Señor sabía muy bien para qué estaba
en este mundo, para qué había venido y sabía perfectamente lo que iba a
acontecer. Por eso aquello de “nadie me quita la vida sino que yo la
entrego, libremente yo la doy”, como nos dice Jesús. El Seor tenía
conciencia plena de lo que iba a pasar y no se desesperaba, no se
angustiaba, sino que había verdaderamente asumido lo que significa ser
enviado por el Padre, cumplir con la misin de ser “el siervo sufriente”, de
ser el Salvador.
Esta es la gran noticia, la gran novedad: uno que pagó por nosotros la
deuda eterna para quitarnos y librarnos del pecado y para levantar el peso,
la cerrazón y la oscuridad de la muerte para darnos la vida eterna. Este es
el Misterio que Cristo nos lo da.
Fijémonos en esto: no lo entendemos, como los Apóstoles que tampoco lo
entendían ya que no tenían plena comprensión y estaban ocupándose de
otras cosas. ¿Cuáles eran esas otras cosas?: ver quién era el más grande, el
más importante, ver qué puesto ocupaban, qué ganaban, qué obtenían.
Aquí vemos la insensatez: en lugar de quedarnos en el misterio, uno busca
oscuras y sórdidas compensaciones. La compensación de la ambición, de la
voluntad del dominio, de la búsqueda de gloria, del poder. Sin embargo,
qué importante es saber que todo lo que hemos recibido es para que sea
devuelto en una gratitud y en una voluntad de servicio al bien común.
Tanto las autoridades públicas, como aquellos que ostentan el poder, en lo
civil o en lo eclesial, han recibido gratuitamente un don que debe ser
administrado como “Administrador” y no como “patrn” o como prepotente,
no apropiándose del don del cual uno tiene que rendir cuentas.
Y esto pasa en todos los niveles. En los niveles altos, pero también en los
ámbitos pequeños puede sucedernos lo mismo: esa incomprensión, esa
insensatez. De ahí la importancia de darnos cuenta que si uno vive el
Misterio de Dios, no se queda encerrado en estas competencias indebidas.
¡Es muy importante tenerlo en cuenta!
El servicio, la bondad, la fidelidad, la perseverancia, la tenacidad de poder
seguir haciendo y quedándose en el bien; nunca quebrantarse ni apropiarse
de aquello que es un don, un regalo, una misión y que también es un
servicio.
Queridos hermanos, p idamos a Jesús que, mirándolo a Él, podamos
entender para qué estamos, qué hemos recibido y cómo tenemos que
seguir ofreciéndolo y viviéndolo con verdad y responsabilidad.
Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén