XXV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Lunes
“El candil se enciende para que alumbre”
I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro de los Proverbios 3,27-34:
Hijo mío, no niegues un favor a quien lo necesita, si está en tu mano hacérselo.
Si tienes, no digas al prójimo: «Anda, vete; mañana te lo daré.» No trames
daños contra tu prójimo, mientras él vive confiado contigo; no pleitees con nadie
sin motivo, si no te ha hecho daño; no envidies al violento, ni sigas su camino;
porque el Señor aborrece al perverso, pero se confía a los hombres rectos; el
Señor maldice la casa del malvado y bendice la morada del honrado; se burla de
los burlones y concede su favor a los humildes; otorga honores a los sensatos y
reserva baldón para los necios.
Sal 14 R/. El justo habitará en tu monte santo, Señor
El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R/.
El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R/.
El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 8,16-18:
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie enciende un candil y lo tapa con
una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los
que entran tengan luz. Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada
secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien:
al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.»
II. Oramos con la Palabra
No hay oración para este día.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 de
EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
Comenzamos unos días de reflexión sobre los Libros Sapienciales, cuya
característica principal es ofrecer consejos y advertencias, de tipo humano y
espiritual, sobre temas morales y filosóficos. Son los últimos libros escritos en el
Antiguo Testamento, justo antes de la llegada de Jesús al mundo. Hoy se nos
habla de ser personas pacíficas y pacificadoras, que vivan y practiquen el perdón
y la reconciliación.
En el Evangelio, Jesús nos pide a sus seguidores ser luz y ejemplo para los
demás, dar testimonio de aquel a quien seguimos y de lo que dijo e hizo.
Las lámparas son para alumbrar
A veces hemos oído decir de alguno: “Es como un libro abierto”, no tiene
recovecos, es una persona auténtica. A éstos se refería Jesús cuando hablaba de
la luz y de su misión, “porque no hay nada oculto que no llegue a descubrirse, ni
nada secreto que no llegue a saberse”. La luz interior que proyecta sobre la
persona tanto las virtudes como, sobre todo, la gracia, transforma de tal modo
al hombre que lo convierte en diáfano y cristalino. Cuando una comunidad se
siente invadida por el Espíritu sucede lo mismo.
Estas comunidades y estas personas, tomadas y dominadas por la luz interior,
iluminan y alumbran dondequiera que estén. Y lo hacen con sencillez, con
naturalidad y con honradez. Ni siquiera se plantean a quién iluminar, cómo
hacerlo o qué cantidad de luz proyectar. Iluminan cuando hablan lo mismo que
cuando callan; su conducta y su vida no dejan indiferentes a los que contactan
con ellos.
En el bautismo de los niños, una de las ceremonias más impactantes es la de la
luz, un cirio encendido en el cirio pascual, al tiempo que se proclama: “Recibe la
luz de Cristo”. Lo recordamos todos los aos en la Vigilia Pascual. Por voluntad
de Jesús, nosotros somos los candiles que, en su ausencia y en su nombre,
iluminan y alumbran a los que pasan a nuestro lado.
Al que tiene se le dará más. Al que no tiene se le quitará hasta lo
que cree tener
¿Injusticia distributiva? Sólo aparentemente. En realidad, una llamada al
compromiso y a la tarea encomendada. Espiritualmente hablando, todo es
gracia; y la gracia es don. Por eso, el primer paso en el camino de la perfección
es vaciarnos de nosotros mismos para hacer sitio al don de la gracia. Y aquí
empieza el dilema: algunos prefieren ser ellos los artífices de su vida y, al no
vaciarse de sí mismos, se incapacitan para recibir este don. Estos son “los que
no tienen y a quienes se les quitará incluso lo que creen tener”. Otros, ante este
sagrado don, se despojan de sí mismos y entran en el engranaje del Reino. Sus
valores son los del Evangelio; sus actitudes son las mostradas y recomendadas
por Jesús. Estos tienen. Y, porque tienen a Dios por la gracia, se les da más,
cada vez tienen menos de sí y más del Reino. San Pablo llegó un momento en su
vida que exclam: “No soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20); y, en otro
lugar: “Mi vivir es Cristo” (Flp 1,21).
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino
Con permiso de dominicos.org