XXVI Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
LUNES
Lecturas bíblicas
a.- Jb. 1, 6-22: Bendito sea e nombre del Señor.
b.- Lc. 9, 46-50: El más pequeño de vosotros, es el más importante.
En este evangelio encontramos dos momentos: ¿quién es el mayor? (vv. 48-48) y
el uso del Nombre de Jesús (vv. 49-50). El deseo de dominar, ser el mayor de
todos, de disponer de otros, es un sentimiento muy humano, de lo que no se
sustraen los discípulos. Expresan, lo que era interiormente una inquietud, eso sí,
bien escondida, disimulada; los que dominan se presentan como bienhechores
(cfr.Lc. 22,25). Lo natural es que el hombre quiera dominar, no ser entregado a las
manos de los otros, que nadie disponga de él, sino él disponer de los demás. El fin
de Jesús contradice esta mentalidad, los discípulos, deberán cambiar la forma de
pensar y actuar, porque su Maestro, será vino a servir. Deberán conformar su
espíritu al del Maestro. De ahí que ponga en medio de ellos a un niño, símbolo aquí
de pequeñez (v. 48). Quien quiera desde ahora ser grande, debe servir, servir a los
que no cuentan, los despreciados, los pequeños. Al niño, se le acogerá en nombre
de Jesús, en atención a ÉL. Lo que es un acto de humanidad, pasa a ser un acto del
discípulo de Cristo. La humillación del discípulo, el servicio de los discípulos de
Jesús, es una invitación de Aquel que se humilló a sí mismo. El discípulo se pone en
manos de los hombres, para que dispongan de él, porque Jesús fue entregado por
Dios, y ÉL se entrega al prójimo. Quien sirve a los pequeños, sirve a Jesús y a Dios;
pero también a través del pequeño, se mira a Jesús y a Dios. Acoger el niño,
símbolo de los humildes, acoge a Dios mismo, pero también recibe las bendiciones
que ÉL prodiga a quienes le acogen. El servicio, se convierte en culto a Dios, Jesús
lo establece como el culto que Dios quiere. La entrega de Jesús a los hombres,
consigna que los pequeños, los que no cuentan, sean acogidos y protegidos por
Dios, creando comunión con ÉL; lo mismo persigue y consigue el discípulo, que
entrega su vida al prójimo en la comunidad eclesial (cfr. Ef. 4, 11ss). El que sirve al
humilde, se transforma en humilde, por lo tanto, en grande, a los ojos de Dios
Padre. Jesús es el más grande, entregó su vida en manos de los hombres para
trastocarlo todo: los pequeños se convierten en señores; los poderosos en esclavos.
Toda esta transformación se produce en nombre de Aquel que siendo Dios se hizo
hombre, esclavo, para entregarse a los hombres.
En un segundo estadio, encontramos la preocupación del apóstol Juan: el uso del
Nombre de Jesús, por parte de uno que no es apóstol, no es del círculo del rabino
de Nazaret (v. 49). Se ve a las claras que Juan, no ha entendido nada de hacerse
pequeños y servir. Muchos judíos hacían de exorcistas, lo mismo que los apóstoles,
incluso uno le hacía en Nombre de Jesús con lo que se demuestra la eficacia de ese
Nombre, fuera del círculo apostólico. Con esta actitud, se entiende que para ellos,
la elección recibida los hacía sentirse por encima de los demás. Lo hecho por ese
exorcista anónimo, lo consideran casi una afrenta a su poder. Ellos quieren
dominar, no servir: no anda con nosotros (v. 49). La respuesta de Jesús, es
sencilla: “Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra
vosotros, está por vosotros.» (v. 50). Ese exorcista no es un enemigo de los
apóstoles, porque sirve a la obra de Jesús, es más bien un aliado, amplía,
promociona el obrar del Maestro (cfr. Flp. 1, 18). El Maestro, termina su misión en
Galilea, reconocido como profeta, Hijo de Dios y Siervo sufriente, que se pone al
servicio de los hombres. ¿Creen esto último los apóstoles? La acción del exorcista,
indica que la misión de los apóstoles, está llamada a tener un carácter más
universal; muchos otros, estarían al servicio de Jesús y el Reino de Dios.
Santa Teresa de Jesús, pone la determinación por amor a Cristo, como criterio de
servicio eclesial, desde una consagración en la vida religiosa. “¿Cómo se adquirirá
este amor? Determinándose a obrar y padecer, y hacerlo cuando se ofreciere. Bien
es verdad que del pensar lo que debemos al Señor y quién es y lo que somos, se
viene a hacer una alma determinada y que es gran mérito, y para los principios
muy conveniente; mas entiéndese cuando no hay de por medio cosas que toquen
en obediencia y aprovechamiento de los prójimos. Cualquiera de estas dos cosas
que se ofrezcan, piden tiempo para dejar el que nosotros tanto deseamos dar a
Dios, que a nuestro parecer es estarnos a solas pensando en El y regalándonos con
los regalos que nos da. Dejar esto por cualquiera de estas dos cosas, es regalarle y
hacer por El, dicho por su boca: Lo que hicisteis por uno de estos pequeñitos,
hacéis por mí. Y en lo que toca a la obediencia, no querrá que vaya por otro camino
que El, quien bien le quisiere: obediens usque ad mortem.” (Fundaciones 5,3).