XXVI Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
VIERNES
Lecturas bíblicas
a.- Jb. 38, 1. 12-21: Me siento pequeño. ¿Qué replicaré?
b.- Lc. 10, 13-16: Quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.
En estas tres ciudades que menciona el evangelista, Corazaín, Betsaida, Cafarnaún
(vv.13), Jesús desarrolló buena parte de su actividad evangelizadora, milagros en
que se reveló su condición divina, como Hijo de Dios, pero donde más en concreto,
se conoció a Jesús fue en Cafarnaúm. En ella se cumplió lo que escribió el profeta:
“Tú que habías dicho en tu corazón: «Al cielo voy a subir, por encima de las
estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el
extremo norte. Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo. ¡Ya!: al
seol has sido precipitado, a lo más hondo del pozo.» (Is. 14, 13-15), porque Jesús
la elevó a la categoría de su ciudad (cfr. Mt. 9, 1). Le ofreció, como a las otras dos
ciudades, la salvación, poder, y la gloria de Dios, quería darles participación en el
Reino. Los milagros realizados en ella, eran para reflexionar, acerca de la voluntad
de Dios, convertirla en centro de sus actividades, abrir sus corazones, y discípulos a
la conversión. Pero, las tres ciudades no aceptaron la oferta de la gracia de Dios; el
juicio, es la amenaza que hace Jesús contra ellos. Tiro y Sidón ciudades paganas
(cfr. Is. 23, 1-11; Ez. 26-28), no recibieron las gracias, ni se hicieron en ellas los
milagros, que se realizaron en las ciudades de Galilea. Es más, Jesús sabe que
hubieran hecho penitencia por su conversión, si hubiesen sido visitados por Dios,
con la oferta de su gracia, como lo ese ahora Cafarnaúm. Mientras esos pueblos
Tiro y Sidón, serán juzgados con suavidad, estas ciudades serán castigadas, con un
juicio inexorablemente justo. Todas las ciudades, donde sean rechazados los
enviados de Jesús, ya pueden calcular su propio castigo a la hora del juicio. Lo que
pudo ser motivo de salvación, se convierte en motivo de juicio, por no atender a la
llamada a la conversión. En la última parte del texto, Jesús propone que quien
escucha a los apóstoles, a ÉL lo escucha, lo mismo sucede, cuando los desprecien,
pero, en definitiva, se rechaza al Padre, que envió a Jesús. El Enviado, es como el
que lo envía; en los apóstoles está presente Jesús, y en ÉL, está presente el Padre.
La palabra de los enviados, es la palabra de Jesús, que también pronuncia el Padre.
Aceptar o rechazar es aceptar o rechazar a Jesús y a su Padre. “El que no honra al
Hijo, tampoco honra al Padre que lo envió” (Jn. 5, 23). Vemos, como se da una
verdadera trabazón: Jesús es el mediador entre Dios y los hombres, pero se sirve
de hombres, para conducir a los hombres a la salvación. Jesús, actúa por medio de
mediaciones humanas, sobre todo, después de su glorificación: “Levántate y entra
en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer” (Hch. 9,6). No olvidemos que el
propio Jesús envía a Pablo a los hombres, es decir, es mediador, porque lo que
importa es el mensaje y no tanto el mensajero. Todo mensajero debe ser servidor
de la Palabra (cfr. Lc. 1, 2-4). En forma categórica entre el oír y el desoír, no hay
términos medios, nadie puede permanecer indiferente ante la Palabra de Dios, la
acepta o la rechaza. Quien no la oye, no la acepta, la desprecia. Nosotros que la
escuchamos y meditamos, le hemos dicho sí al Señor Jesús, ahora cosechamos los
frutos en las obras que el Espíritu nos inspira hacer a favor de nuestro prójimo y
para provecho propio como alimento de nuestra vida espiritual.
San Teresa de Jesús, confía en el poder sanador de Jesucristo, habla por
experiencia que la sanó efectivamente desde lo interior, de donde germinó una
auténtica vida teologal al servicio de la Iglesia. Confía además su fe en la
Eucaristía, donde está, el mismo Jesús, que caminaba en el territorio de Cafarnáun,
sólo que ahora bajo los velos sacramentales donde descubrimos escondida y
manifiesta su divina Presencia. “Pues si cuando andaba en el mundo, de sólo tocar
sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan
dentro de mí si tenemos fe y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra
casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje. 9 Si
os da pena no verle con los ojos corporales, mirad que no nos conviene; que es
otra cosa verle glorificado o cuando andaba por el mundo; no habría sujeto que lo
sufriese, de nuestro flaco natural, ni habría mundo, ni quien quisiese parar en él;
porque en ver esta Verdad eterna, se vería ser mentira y burlas todas las cosas de
que acá hacemos caso. Y viendo tan gran Majestad, ¿cómo osaría una pecadorcilla
como yo que tanto le ha ofendido estar tan cerca de El? Debajo de aquel pan está
tratable; porque si el rey se disfraza, no parece se nos daría nada de conversar
sin tantos miramientos y respetos con El; parece está obligado a sufrirlo, pues se
disfrazó. ¿Quién osara llegar con tanta tibieza, tan indignamente, con tantas
imperfecciones?” (Camino de Perfección 34,8).