XXVI D OMINGO DEL T IEMPO O RDINARIO
(Núm 11, 25-29; Sal 18; St 5, 1-6; Mc 9, 38-43. 45. 47-48)
“¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera
profeta y recibiera el espíritu del Señor!”
“… uno que hace milagros en mi nombre no
puede luego hablar mal de mí. El que no
está contra nosotros está a favor nuestro”.
M EDITACIÓN
Según los textos bíblicos que hoy se proclaman, no es infundada la esperanza en
que el pueblo de Dios mantendrá la fidelidad a las verdades de fe y a la rectitud de
costumbres. Aunque sintamos que se desvanece el clima social religioso y que nos
precipitamos hacia una época sin trascendencia, una historia sin Dios, siempre habrá en
la Iglesia, como profetismo liberador, un resto que mantendrá la fidelidad al Evangelio.
Hay en Teología un principio que mantiene lo que se denomina el “sensus
fidelium”. Es una unción especial que posee la universalidad de los fieles para no fallar
en su creencia. El Concilio Vaticano II, de cuya apertura estamos a punto de celebrar,
el próximo 11 de octubre, el 50 aniversario, afirma: “El Pueblo santo de Dios participa
también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo testimonio sobre todo por la
vida de fe y de caridad, ofreciendo a Dios el sacrificio de la alabanza, el fruto de los
labios que bendicen su nombre (cf. Heb., 13, 15). La universalidad de los fieles que
tiene la unción del que es Santo (cf. 1 Jn., 2, 20 y 27) no puede fallar en su creencia, y
ejerce esta su peculiar propiedad mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el
pueblo, cuando "desde los Obispos hasta los últimos fieles seglares" manifiesta el
asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres ( Lumen Gentium 12).
Siempre me impresiona el discurso que Benedicto XVI pronunció ante los líderes
religiosos en Asís: “Existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra
orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que,
sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios. Personas como éstas no
afirman simplemente: «No existe ningún Dios». Sufren a causa de su ausencia y,
buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él. Son
«peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz» (Asís, 27 de octubre, 2011).
El Espíritu de Jesús guía a la Iglesia y anima en el corazón de todos los hombres
de buena voluntad, la búsqueda del bien. Hay casos en los que personas que no se
confiesan creyentes manifiestan, sin embargo, por su honestidad de vida y solidaridad
generosa, la acción del Espíritu. “Los fieles circuncisos que habían venido con Pedro
quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también
sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro
dijo: «¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos, que han recibido el
Espíritu Santo como nosotros?» (Act 10, 45-47).
O RACIÓN
¡Ven, Espíritu Santo! “Preserva a tu siervo de la arrogancia, .para que no me
domine: así quedaré libre e inocente del gran pecado”.