Comentario al evangelio del Miércoles 03 de Octubre del 2012
El que escribe estas líneas hizo hace algunos años el Camino de Santiago. Lo hice sólo. Y tuve la
oportunidad de experimentar lo que es salir al camino sin estar seguro de cuál es la meta. Ni siquiera se
tenía la seguridad de dónde estaba la meta. Cada mañana se tomaba la mochila y el bordón de
peregrino y se salía al camino. Siempre hacia el oeste.
Estar con Jesús era algo parecido al camino de Santiago. Con la diferencia de que no era para un
mes sino para toda la vida. Con Jesús se sabía de dónde se salía pero no a dónde se llegaba. Los
discípulos habían dejado atrás sus casas, sus trabajos, sus redes. Con Jesús no tenían nada más que sus
propias fuerzas y el polvo del camino. Jesús iba por delante. Todo era posible. Porque Jesús era
absolutamente sorprendente. Sus caminos siempre parecen nuevos.
En el Evangelio de hoy, como en el caso de los peregrinos, no es Jesús el que invita a seguirle. Son
algunos de los que están con él los que parece que se quieren comprometer a seguir a Jesús, a estar
siempre con él. Da la impresión de que se habían encontrado con él, que le habían acompañado unos
días. Y que de esa experiencia había brotado el deseo de quedarse en la compañía de Jesús.
Pero no saben donde se han metido. Jesús les pide una entrega y una radicalizad total. Hay que
dejarlo todo y encontrarse con nada. Si el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza tampoco
los que están con él. Jesús va camino de Jerusalén y allí las expectativas no son buenas. Esos
nubarrones terribles también están sobre la cabeza de los que acompañan a Jesús.
Hoy sucede algo parecido. Seguir a Jesús es comprometerse con la justicia, acercar el amor de Dios
a los más pobres y marginados, renunciar a la violencia en todas sus formas y abrir caminos a una
fraternidad en la que toda la humanidad está invitada a participar sin excepciones ni exclusiones. En
ese camino no hay vuelta atrás. Y no hay otro camino para encontrar la vida de verdad.
Fernando Torres Pérez cmf