“Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”
Lc 10, 1-12
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
DIÁLOGO ININTERRUMPIDO CON DIOS
En la primera lectura de hoy nos sorprende Job con su actitud. Después de haberse lanzado
contra Dios y de haber maldecido el día de su nacimiento (3,1-10), ahora proclama, en
cambio, su esperanza: «Pues yo sé que mi defensor está vivo y que él, al final, se alzará
sobre el polvo; y después que mi piel se haya consumido, con mi propia carne veré a Dios.
Yo mismo lo veré...» (vv. 25-27). Primero vino la lamentación y el llanto ante Dios, ahora
aparece el grito de la victoria.
Llegados a este punto, nos preguntamos cómo llegó Job a este acto de fe profunda y de
esperanza en el Señor. Cómo pasó de la angustia y del anhelo de la muerte a esta confianza
en Dios. Basta con reflexionar atentamente. Job no ha cesado nunca de luchar en la oración:
adoración, petición, súplica. Este diálogo ininterrumpido con Dios, incluso en la angustia
más profunda, no ha disminuido. Job ha sabido luchar en la noche. Ha conocido a Dios como
adversario inhumano, como alguien que descarna y despoja, pero, al final, ha conocido en
Dios el todo de su vida. De la nada al todo. Sólo a través de esta noche, a través de esta
lucha inhumana, se hace posible llegar a Dios. Job nos hace ver que atravesar la nada es algo
verdaderamente espantoso.
Para entrar en el «misterio de la luz infinita» es necesario sumergirse en la noche.
La plegaria de los salmos de lamentación son una confirmación de lo que decimos. Basta
con ver el salmo 22. Comienza con un grito desesperado: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me
has abandonado?, ¿por qué no escuchas mis gritos y me salvas?». Pero termina con un grito
de esperanza: «Yo viviré para el Señor». Para llegar a la resurrección, no es posible evitar la
agonía de Getsemaní. Para entrar en comunión con Dios, es preciso no alejarnos de él,
continuar viviendo en su proximidad.
ORACION
«Pero no te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por
medio de su palabra. Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo
en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que
tú me has enviado» (Jn 17,20ss).
Señor Jesús, te damos gracias porque has rogado por nosotros, que, por la palabra de tus
apóstoles, hemos creído en ti. Haz que permanezcamos unidos a ti, confiados en tu oración.
Si ésta nos faltara, no estaríamos aquí junto a ti; no podríamos darte gracias ni alabarte, ni
darte a conocer a muchos de nuestros hermanos. Concédenos ahora poder mostrar a todos
que tú no nos abandonas, que tú no luchas con nosotros más que para rendirte a nosotros y
bendecirnos. Gracias a esta oración, nosotros queremos ahora adorarte.