XXVII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
LUNES
Lecturas bíblicas
a.- Gál. 1,6-12: Recibí el Evangelio de Jesucristo el Señor.
b.- Lc. 10,25-37: ¿Quién es mi prójimo? Parábola del buen samaritano.
La pregunta del doctor de la Ley, es lógica, después que Jesús ha hablado Jesús de
los nombres inscritos en el cielo; están viviendo los tiempos del Mesías, es decir, de
la salvación. Era obvio, preguntar por la vida eterna y cómo llegar a ella (cfr. Mc.
10,17), interrogante, que la gente dirigía a los maestros de la Ley. La pregunta era
por las obras que debían realizar: las obras exigidas por la ley salvan: se tienen en
cuentas las obras, no la actitud interior. ¿Qué obras, qué preceptos son los
fundamentales? Los doctores de la ley hablaban de mandamientos y prohibiciones.
Mientras el doctor de la ley habla de lo que encuentra escrito, Jesús apunta a la
voluntad de Dios, que expresa la ley. Este doctor resumía, como Jesús, toda la ley
en el amor a Dios y al prójimo (cfr. Dt. 6,5; Lv. 19,18; Mc. 12,28). Esta era toda
una novedad, es más, Jesús le da la razón al doctor de la ley. El primero de estos
preceptos, amor a Dios, une al hombre con Dios hasta lo más profundo de su ser,
pero también, es la raíz del amor al prójimo. El amor a uno mismo, se convierte en
medida del amor al prójimo. Con esto, se quiere decir, que la actitud fundamental
del hombre es el amor. Aquel que hace la voluntad de Dios y ama al prójimo, vive
el espíritu de la Ley de Moisés, se olvida de sí, y se entrega. Dios es el centro del
hombre, lo ama con todo su ser, con toda su alma, con todas sus fuerzas. De este
amor fontal y dedicarle la vida, nace como el amor al prójimo. Todas las leyes,
nacen de este precepto del amor a Dios porque desembocan en Él como su meta. El
amor abarca toda la ley y la anima; es lo que da sentido a la ley. Toda ley debe
servir al amor, si se olvida esto, se convierte en error. La vida eterna, es la meta, y
se llega no sólo conociendo el mandamiento, sino haciéndolo vida, obras, es la
voluntad divina. La pregunta sobre el prójimo, no tenía en la práctica fácil solución.
El precepto, mandaba amar, incluso al extranjero (cfr. Lev. 19, 34), pero en
tiempos de Jesús, se restringía a los prosélitos, gentiles que abrazaban la fe judía,
la circuncisión, el sábado, etc. Los fariseos, en cambio, excluían al pueblo
ignorante, a los contrarios a su partido. Jesús responde con una parábola del buen
samaritano, donde queda claro el obrar divino y el humano. A partir del obrar del
hombre, se hace comprensible el obrar de Dios. El hombre que bajaba a Jericó fue
asaltado y quedó medio muerto por los ataques sufridos. Pasan de largo el
sacerdote como el levita, al verlo tirado, pensaron que estaba muerto, no quisieron
tocarlo, ni acercarse, pues el contacto con cadáveres, causaba impureza legal (cfr.
Lev. 21,1). En todo caso, los movió el propio interés, y no el amor compasivo.
Como hombres religiosos conocían el precepto, establecían separación entre culto y
misericordia. El samaritano, en cambio, se compadeció superó la animadversión
que existía entre judíos y ellos. Su compasión, es fecunda, porque realiza sus
acciones a favor del necesitado: desde montarlo en su cabalgadura hasta curarlo en
la posada, pagar la estadía. En la pregunta del fariseo, el centro, es el mismo; en la
de Jesús, el centro es el prójimo, el necesitado. Desde ahora, todo necesitado será
prójimo para el discípulo de Jesús; donde la necesidad llame a la misericordia,
llama a la acción el precepto del amor. La respuesta del fariseo satisfizo a Jesús y le
manda: “Haz tú lo mismo” (v. 37). El amor al prójimo es obrar en su favor (cfr. 1
Jn. 3, 18; Sant. 2,15ss). Los ministros del templo servían a Dios, y no al prójimo; el
samaritano los superó a todos, cumplió con todo (cfr. Os. 6,6). El que ama a Dios,
obra en beneficio de su prójimo.
Santa Teresa de Jesús, enseña que en comunidad, el amor a los miembros de la
comunidad es fundamental para vivir cultivando todas las otras virtudes cristianas,
particularmente la caridad, nacida del amor de Dios, para servir el prójimo. “Y de
estas amistades querría yo muchas donde hay gran convento, que en esta casa
que no son más de trece, ni lo han de ser aquí todas han de ser amigas, todas se
han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar; y guárdense de
estas particularidades, por amor del Señor, por santas que sean, que aun entre
hermanos suele ser ponzoña y ningún provecho en ello; y si son deudos, muy peor:
es pestilencia. Y créanme, hermanas, que aunque os parezca que es este extremo,
en él está gran perfección y gran paz, y se quitan muchas ocasiones a las que no
están muy fuertes; sino que, si la voluntad se inclinare más a una que a otra que
no podrá ser menos, que es natural y muy muchas veces nos lleva a amar lo más
ruin si tiene más gracias de naturaleza que nos vayamos mucho a la mano a no
nos dejar enseñorear de aquella afección. Amemos las virtudes y lo bueno interior,
y siempre con estudio traigamos cuidado de apartarnos de hacer caso de esto
exterior” (Camino de Perfección 4,7).