XXVII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
JUEVES
Lecturas bíblicas
a.- Gál. 3,1-5: Dios os concede su Espíritu y obra prodigios entre otros.
b.- Lc. 11, 5-13: Pedid y se os dará. Oración perseverante.
El evangelio de hoy tiene dos secciones: el amigo inoportuno (vv. 5-8), y la eficacia
de la oración (vv. 9-13). El símil que pone Jesús, para exhortar a la perseverancia
en la oración, supone comprender mucho de la cultura de aquel tiempo: hacer el
pan, levantarse de noche, despertar a la familia, ya que la casa, poseía una sola
habitación, levantar la tranca, los niños dormían con los padres, etc. El no poder,
significa, no querer por todo lo que ello significaba. Ahora Jesús insiste, si no lo
hace, porque es su amigo, lo hará por la insistencia del otro: su inoportunidad. No
será por ser su amigo, sino por amor al descanso nocturno. Dios obra como este
amigo, en el sentido que al final, dará lo que se le pide, por la perseverancia en la
oración. Se nos ha prometido que la oración continua, siempre será escuchada,
aunque la experiencia nos habla, que una cosa es ser oída, y otra atendida, es
decir, cumplida. El discípulo apela a la bondad de Dios, la cual, da no sólo lo que
pide, sino cuanto necesite. Esta fue la actitud de Jesús con la cananea y con el
ciego de nacimiento (cfr. Mt. 15, 21; 18, 33). El que ora pide, busca y llama. Todo
un proceso pedagógico de ejercitar la vida teologal; la oración es ejercicio de fe,
que echa andar los dinamismos de la esperanza y mantiene encendida la llama
sagrada del amor divino en el espíritu del cristiano. El discípulo ora desde su
condición de pobre; caminante, sin hogar, encuentra en la oración el camino hacia
Dios. La predicación de Jesús, centrada en el reino de Dios, es la fuente de todo
bien para el creyente, colma todas sus ansias. La confesión de la propia pobreza, es
la verdad de la oración, requisito indispensable, para ingresar en el Reino de Dios.
No se detiene el evangelista, en señalar qué pide, qué busca y dónde llama, porque
quiere resaltar la actitud de pedir, buscar y llamar. Quiere adoptar esta actitud,
tiene la certeza que halla lo que pide, encuentra lo que busca y consigue lo que
desea, cuando llama. La oración, para el hombre, en clave de conversión, y que
acepta su necesidad, si se dispone a poner su esperanza en Dios. La oración
confiada, transforma al hombre, convierte su pequeñez, acrecienta su esperanza de
verse favorecido con lo que necesita. El símil del padre, que sabe dar a sus hijos
cosas buenas, quiere exaltar la bondad de Dios, por sobre la bondad del hombre. Si
los hombres, que son malos, logran ser bondadosos con lo que solicitan sus hijos,
cuánto más Dios, que también es Padre, dará el Espíritu Santo, a quienes se lo
pidan. El padre no se burla de su hijo, dándole lo que no pide su hijo. Lo que Dios
Padre, concede es el Espíritu Santo, es decir, su presente de discípulos destinados a
la gloria eterna. Por medio de ÉL, actúa Jesús; toma a los apóstoles y discípulos y
los conduce hacia lo que deben ser, en su pensar y obrar, en definitiva a la verdad
de Jesucristo. A nosotros que vivimos entre las dos venidas de Jesús, se nos da el
Espíritu Santo; don salvífico a la Iglesia y a cada uno de sus miembros. Vemos que
se establece un nexo importante, entre la oración al Padre en el Espíritu Santo, por
medio del Hijo. La oración, se relaciona con la predicación de Jesús sobre el Reino
de Dios: ÉL es Padre para todos sus hijos, para los que oran; pero en este tiempo
de salvación, lleva la impronta del Espíritu Santo. El que nos ha traído la salvación
e inaugurado el Reino de Dios, es Jesucristo, el Ungido por el Espíritu Santo, de ahí
que su obrar sea potente y creador, es obra del Espíritu. Es su don de Resucitado,
el que encierra todos los dones y carismas venidos del cielo. La oración, está
sostenida por el Espíritu Santo, de la cual es Maestro, y como diálogo con Dios,
crea espacios de confianza en el Padre. “Y de igual manera, el Espíritu viene en
ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como
conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el
que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su
intercesión a favor de los santos es según Dios.” (Rom. 8, 26-27). Siempre será el
Espíritu, quien nos ayude a orar, asociando nuestra oración a la de Cristo Jesús, al
Padre por toda la humanidad, la Iglesia y nuestros intereses personales.
Santa Teresa de Jesús, “Pues para lo que he tanto contado esto es como he ya
dicho para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud; lo otro, para que se
entienda
el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con
voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester; y cómo si en ella
persevera por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que ponga el
demonio en fin, tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación, como a lo
que ahora parece me ha sacado a mí. Plega a Su Majestad no me torne yo a
perder. El bien que tiene quien se ejercita en oración, hay muchos santos y buenos
que lo han escrito, digo oración mental. ¡Gloria sea a Dios por ello!; y cuando no
fuera esto, aunque soy poco humilde, no tan soberbia que en esto osara hablar. De
lo que yo tengo experiencias puedo decir; y es que, por males que haga, quien la
ha comenzado no la deje; pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y
sin ella será muy más dificultoso. Y no le tiente el demonio, por la manera que a
mí, a dejarla por humildad; crea que no pueden faltar sus palabras; que en
arrepintiéndonos de veras y determinándose a no le ofender se torna a la amistad
que estaba, y hacer las mercedes que antes hacía, y a las veces mucho más, si el
arrepentimiento lo merece. Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le
ruego yo no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear;
porque, cuando no fuere adelante y se esforzare a ser perfecto, que merezca los
gustos y regalos que a éstos da Dios, a poco ganar irá entendiendo el camino para
el cielo” (Vida 8, 4-5).