XXVII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
VIERNES
Lecturas bíblicas
a.- Gál. 3,7-14: La bendición de Abraham.
b.- Lc. 11,15-26. Jesús y Beelzebú.
Este pasaje evangélico tiene tres momentos íntimamente relacionados: la expulsión
de un demonio (vv.14-22); la intransigencia de Jesús (v.23) y la estrategia de
Satanás (vv.24-26). Nos encontramos con la curación de un poseso que era mudo:
el demonio ha salido del hombre y éste ha comenzado a hablar. Este hecho,
provoca la admiración de la gente (v.14), para esta gente se abre un camino de fe:
Jesús obra con el poder de Dios, es el Mesías. Pero también, surge la crítica contra
Jesús: obra por el poder de Belcebú, el príncipe de los demonios, y no por el poder
de Dios. Pero otros, exigían un signo mayor que ese; Jesús no produce el signo que
ellos esperan, como detener el sol, u otro semejante, lo que denuncia en ellos la
falta de fe en el Mesías. Se le manda hacer a ÉL, lo que ellos quieren, si obedeciera,
sería la forma de convencer a los hombres. Se acreditaría como Mesías; es lo que
ellos piensan que debiera hacer. Nada más lejos del obrar de Jesús. Conociendo
sus pensamientos, sus curaciones no son actos de magia, tampoco hay intervención
diabólica. No es posible que Satanás luche contra sí mismo, contra su propio reino,
eso sería peor que una guerra civil, pura destrucción. El otro argumento, lo toma de
los exorcistas judíos, que expulsan a los demonios con oraciones, palabras y
fórmulas de conjuro, sin ayuda del demonio. Jesús recurre a la experiencia humana
y religiosa. Él expulsó los demonios por el poder de Dios. El dedo de Dios, es
símbolo de su poder, de su virtud, lo mismo habían dicho los egipcios, ante el obrar
de Moisés (cfr. Ex. 8,15). El triunfo sobre Satanás, es signo de la llegada del Reino
de Dios, es el tiempo de la salvación inaugurado por Jesús; las expulsiones de los
demonios, son un claro signo de esa victoria. Las obras del Mesías, se conciben
como una batalla contra Satanás. El hombre fuerte, ahora vencido es el demonio
que ejerce su poder sobre los hombres, ahora tiene que entregar su botín, es decir,
los hombres a quienes dominaba. Está, por tanto, vencido, las expulsiones avalan
esta realidad. Jesús lo contempla ya caído (cfr. Lc. 10,18), victoria que comenzó en
el desierto (cfr. Lc. 4,13), y que el Siervo sufriente, recibirá como herencia a su
humillación en la Cruz (cfr. Is. 53,11), ya que su muerte y resurrección, será lo que
más hombres arrebatará a Satanás, y el Reino de Dios, alcanzará su plenitud,
cuando vuelva en forma definitiva en el día del Juicio final. Cuánto más se establece
el Reino de Dios, más se derrumba el poderío de Satanás. Esta verdadera batalla,
invita al discípulo a optar por Cristo; no hacerlo, equivale a estar contra Cristo (v.
23). No podemos andar como si no tuviéramos Pastor, Cristo Jesús, es nuestro
Pastor y Señor de nuestras almas; quien no recoge el rebaño, desparrama (cfr. Ez.
34, 5ss; 1 Pe.2,25). La parábola final (v.24ss), sobre la actitud del demonio
expulsado, quiere advertir al hombre que ha escapado de Satanás, no se sienta
seguro ni inexpugnable ante sus ataques. El hombre que no persevera en su
conversión a Jesucristo, puede volver a ser peor, que su estado anterior a su
conversión. La apostasía, puede ser su estado final, realidad que la Iglesia ya
conoció (cfr. Heb. 6,4-6). Toda una invitación a la adhesión a Jesucristo, luz del
mundo hasta el final del camino.
Santa Teresa de Jesús, posee una experiencia maravillosa de Dios Trinidad, pro
también fue consciente y de la presencia de Satanás. Por eso cuando comenta el
Pater Noster, al hablar de líbranos del mal enseña que el amor y el temor de Dios
son dos castillos fuertes contra la asechanzas del enemigo del cristiano. “Pues,
buen Maestro nuestro, dadnos algún remedio cómo vivir sin mucho sobresalto en
guerra tan peligrosa. El que podemos tener, hijas, y nos dio Su Majestad, es amor y
temor; que el amor nos hará apresurar los pasos; el temor nos hará ir mirando
adónde ponemos los pies para no caer por camino adonde hay tanto en que
tropezar, como caminamos todos los que vivimos; y con esto a buen seguro que no
seamos engañados. Diréisme que en qué veréis que tenéis estas dos virtudes tan
grandes, y tenéis razón, porque cosa muy cierta y determinada no la puede haber;
porque siéndolo de que tenemos amor lo estaremos de que estamos en gracia. Mas
mirad, hermanas, hay unas señales que parece los ciegos las ven, no están
secretas: aunque no queráis entenderlas, ellas dan voces que hacen mucho ruido,
porque no son muchos los que con perfección las tienen, y así se señalan más.
¡Cómo quien no dice nada: amor y temor de Dios! Son dos castillos fuertes, desde
donde se da guerra al mundo y a los demonios.” (Camino de Perfección 40,2).