XXVII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
SABADO
Lecturas bíblicas
a.- Gál. 3, 22-29: Todos sois hijos de Dios por la fe.
b.- Lc. 11, 27-28: Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios.
La alabanza a la Madre, redunda en el Hijo. La gloria de una madre está
precisamente en los hijos que ha engendrado y criado. Esta mujer del pueblo, dirige
su alabanza a la Madre de Jesús, porque ha quedado deslumbrada por la persona
de Jesús, que vence a Satanás y trae la salvación. La gloria del Hijo, alcanza a la
Madre que lo engendró. A la Madre hay que llamarla bienaventurada, no sólo por su
Maternidad, sino porque escucha la Palabra de Dios y la cumple. Oír, guardar y
seguir la palabra de Jesús, es lo que nos preserva de caer, en las manos de
Satanás. María escuchó, creyó y guardó la Palabra de Dios, por esto hay que
felicitarla. El Seor aade: “Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y
la cumplen!” (v. 28). Una nueva bienaventuranza de Jesús, para los que escuchan
la Palabra y la cumplen (Mt. 5,1-12). Su Evangelio, tiene como destinatario todo
aquel que lo escuche a ÉL, palabra definitiva del Padre, pero aquí encontramos una
alabanza para María, su Madre. Ella fue la primera que dijo Sí, a la Palabra de Dios
en su seno y en su corazón, mientra se realiza el misterio de la Encarnación:
“Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38). Es el Sí incondicional de María a Dios,
abrió las puertas a la salvación. Ella se convierte así, en la Madre de la familia de
Jesús (cfr.Lc. 8, 21), es decir, de todos los que creen en la Palabra de su Hijo, y la
cumplen. La primera en felicitarla a María, fue su prima Isabel: “Dichosa tú que
has creído, porque lo que te ha dicho el Seor se cumplirá” (Lc. 1, 45). En clave de
vida resucitada, Cristo alaba a los crean, sin haberlo visto a ÉL (cfr. Jn. 20, 28). La
Palabra, es vida nueva para el creyente. En medio de luces y sombras, avanzó la
Madre de Jesús, por el camino de la fe, hasta comprender plenamente, el proyecto
de la salvación del mundo, que Dios confía a su Hijo, es la historia de los hombres,
que Ella meditaba en su corazón. La meta de ese camino de fe, está al pie de la
cruz, en el Calvario, donde se revela el amor de Dios por la humanidad en su
plenitud de debilidad y fuerza redentora, cuando el Padre acepta, y la Madre, ofrece
al Hijo de sus entrañas, y espera el cumplimiento de la palabra de Jesús, sobre su
resurrección de entre los muertos al tercer día. Así la Madre, se convierte en la
primera cristiana, perfecta discípula del Hijo, por lo mismo, se convierte en tipo y
modelo de la Iglesia, en el orden de la vida teologal, y de unión con Cristo Jesús
(cfr. MC 35; LG 58. 63). Su figura y testimonio, nos enseña que creer, supone un
cambio radical, en nuestra existencia personal, porque transforma nuestra relación
con Dios y con el prójimo, la vida cotidiana se ve, con una mirada llena de luz y
esperanza venida de lo alto.
Santa Teresa de Jesús, como María Santísima, canta las misericordias de Dios en su
vida cristiana y carmelitana. Comienza las Tercera Moradas, reconociendo que la
misericordia de Dios la colma de gracias, entre otras, también la de escribir cosas
de vida espiritual. Por ello, contempla a María, como modelo de vida de oración y
sus méritos, junto a los del Hijo, los presenta al Padre, para seguir escribiendo,
guiando las almas hacia lo interior del misterio de Dios y la morada principal, donde
vive Jesucristo, que espera al hombre que ha comenzado el camino de la oración y
contemplacin. “Pedidle, hijas mías, que viva Su Majestad en mí siempre, porque,
si no es así, ¿qué seguridad puede tener una vida tan mal gastada como la mía? Y
no os pese de entender que esto es así, como algunas veces lo he visto en vosotras
cuando os lo digo, y procede que quisierais que hubiera sido muy santa, y tenéis
razón; también lo quisiera yo; mas ¿qué tengo de hacer si lo perdí por sola mi
culpa? Que no me quejaré de Dios que dejó de darme bastantes ayudas para que
se cumplieran vuestros deseos; que no puedo decir esto sin lágrimas y gran
confusión de ver que escriba yo cosa para la que me pueden enseñar a mí. Recia
obediencia ha sido; plega el Señor que pues se hace por él, sea para que os
aprovechéis de algo porque le pidáis perdone a esta miserable atrevida. Mas bien
sabe Su Majestad que sólo puedo presumir de su misericordia, y ya que no puedo
dejar de ser la que he sido no tengo otro remedio sino llegarme a ella y confiar en
los méritos de su Hijo y de la Virgen, madre suya, cuyo hábito indignamente traigo
y traéis vosotras. Alabadle, hijas mías, que lo sois de esta Señora verdaderamente,
pues tenéis tan buena madre, imitadla y considerad qué tal debe ser la grandeza de
esta Señora y el bien de tenerla por patrona, pues no han bastado mis pecados y
ser la que soy para deslustrar en nada esta sagrada orden.” (3M 1,3).