Domingo 28 Durante el Año (b)
“Supliqué al Seor y me concedi un espíritu de sabiduría”
La Iglesia en su liturgia nos propone hoy meditar sobre la sabiduría que viene de Dios. En la
primera lectura (Sab. 7, 7-11), Salomón pide a Dios la sabiduría sobre cualquier otro don o
bien: “supliqué al Señor y se me concedió un espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a
los tronos y en su comparacin tuve en nada a la riqueza” (Ib. 7-9). El oro posee un resplandor
puramente humano, en cambio la sabiduría -no la humana, sino la que procede de Dios- es
eterna.
La sabiduría de Dios se comunica al hombre por medio de la “Palabra de Dios”, la cual es viva
y eficaz, más tajante que espada de doble filo y penetrante hasta el punto en donde se dividen
alma y espíritu y juzga los deseos e intenciones del corazn” (Heb 4, 12). Es imposible llegar a
conocer la sabiduría de Dios y menos aún llegar a poseerla sin la lectura, meditación y
profundizacin de la “Palabra”. En ella el Seor nos expresa sus sentimientos y deseos, nos
muestra los caminos de la vida y el gozo de las opciones santas. San Agustín nos enseña que
ella debe ser “orada” antes que proclamada. La Palabra llega al corazn del que la lee y
penetra como una espada de doble filo obligando a hacer una opción interior.
La Iglesia nos enseña que Jesús es la Sabiduría del Padre, exaltada desde siempre y que la
“Palabra de Jesús”, sus enseanzas y sus preceptos encierran toda la sabiduría del Padre. En
el evangelio de hoy (Mc 10, 17-30), un joven se acerca a Jesús y le pregunta qué tiene que
hacer para ganar el cielo y Jesús le dice que cumpla con los mandamientos de su Padre, a lo
que él responde: “todo eso lo hago desde pequeo”. Jesús entonces le mira con cario y le
dice: “una cosa te falta, ve vende todo lo que tienes y da el dinero a los pobres, así tendrás un
tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme” (Ib. 21). Jesús le propone la sabiduría suprema:
renunciar a todos los bienes terrenales, para seguirle a él, sabiduría infinita. No es una orden,
tampoco una imposición. Jesús lo invita, como hace siempre con todos, pero su palabra
provoca en el joven una crisis. La palabra le penetró en el corazón como una espada de dos
filos pero por desgracia el joven no acepta la invitacin de Jesús: “frunci el ceño y se marchó
triste porque era muy rico” (Ib. 23). También Jesús se entristece. Esta situacin es muy común
entre los jóvenes de hoy: siguen a Jesús, pero la entrega total les entristece. Es difícil
desapegarse de los goces y los bienes de la tierra.
La riqueza aparece muchas veces en la Escritura como un obstáculo para entrar en el cielo. No
porque ella sea de por sí mala, sino porque los hombres estamos inclinados a atarnos a ella,
hasta el punto de llegar a rechazar a Dios. Preferimos la riqueza antes que a Dios y por eso se
convierte en un obstáculo para la Vida Eterna. Dios, no obstante, es nuestro Padre que nos
ama y nos da la gracia, para que aun ricos en el mundo, podamos optar por él y servirle, pues
Dios lo puede todo (Ib. 27). La gracia de Dios puede hacer que un hombre rico utilice su
riqueza para el bien de los demás, para aliviar los sufrimientos de tantos sufren a causa de la
pobreza o la miseria, la enfermedad o la soledad. Así quien da mucho porque tiene mucho,
mucho recibirá, tanto como el ciento por uno. Los Apóstoles, teniendo poco, no vacilaron en
seguir a Jesús, dejándolo todo: casa, redes o tierras, hermanos, padre y madre, por amor al
llamado de Cristo, en respuesta a su amor de predilección y del Evangelio.
Que María, la Virgen Madre, la llamada en la Iglesia Sede de la Sabiduría, nos ayude a
alcanzar tan preciado bien.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú