Domingo de Resurrección, Ciclo A

Juan 20, 1-9

Autor: Sr. Cardenal Julio Terrazas Sandoval, CSsR

Arquidiócesis de Santa Cruz, Bolivia 

 

Hermanos y hermanas: Este domingo, hasta el tiempo nos acompaña para expresar nuestra alegría de la resurrección del Señor. Toda esta semana hemos tratado de prepararnos, hemos tratado de captar y comprender cuál era la manera de Dios de cumplir su promesa, cuál fue la manera de Jesucristo cuando vino a ofrecer la salvación a toda la humanidad; hemos ido admirando poco a poco esa sencillez, esa manera extraordinaria de ir corrigiendo ciertas tradiciones, costumbres o mal entendidos acerca de la presencia liberadora del Hijo de Dios.


Lo hemos contemplado en uno de los juicios más injustos de la historia, condenado a muerte sin encontrarle ningún motivo, lo hemos visto siendo abofeteado, escupido, insultado y El siempre, con la conciencia de que estaba haciendo la voluntad de su Padre acepta la cruz, muere en la cruz y por ese gesto de entrega total, por ese extraordinario sentido de solidaridad con todos nosotros El clavó en la cruz todos nuestros pecados y por eso el Señor lo resucita, el Padre lo resucita, le da vida para que nosotros en adelante sepamos que nuestra vida no es la de unos seres que van hacia la desaparición, sino somos seres llenos del espíritu del Señor, de su vida, caminando hacia el encuentro de nuestro Padre; y aquí no hay fantasía, ese es el camino, esa es la fe que ha profesado la Iglesia durante más de veinte siglos, eso es lo que está en el corazón de nuestros fieles, quizá les falte aprovechar más el dinamismo de la pascua. Demasiado nos hemos acostumbrado a quedarnos con el sepulcro y nos puede pasar lo que les pasó a esas mujeres de las que nos habla el evangelio que fueron al sepulcro pensando que iban a encontrar allí todavía al Maestro y se dan cuenta que la piedra con que solían tapar ellos sus sepulcros, estaba removida y el cadáver no estaba allí y vuelven corriendo a decirles a los otros discípulos: No está el Señor, se lo han robado, qué habrá pasado, se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Pedro y el otro discípulo joven van a cerciorarse y entran y encuentran que realmente no estaba el cadáver, pero estaban allí los lienzos y el sudario con que lo habían enterrado, intactos, bien doblados. El testimonio de Juan dice:

Cuando el discípulo joven entró vio aquello y creyó, recién se les abrieron los ojos, el Maestro había prometido que su muerte iba ser pasajera, el Maestro los había querido comprometer para que participen también de esta promesa de Dios, que estamos llamados a no morir eternamente: Vio y creyó, ésta debe ser la preocupación nuestra, ver al Señor resucitado, verlo desde la fe y aumentar también esa fe para que nadie pueda llevarnos a campos donde todo se relativiza o todo se pone en duda, para que nuestra fe también se afirme, esa fe tiene que ser iluminada por la presencia del Señor. Ahí está el cirio que significa CRISTO, LUZ DE NUESTRAS VIDAS, luz del mundo, tenemos que llevar en nuestro corazón el orgullo de ser nosotros partícipes de esa luz; nuestras velas se acaban, los focos de luz también se queman; aun aquellos que dicen que son más baratos y que nos han regalado bastantes, también desaparecen, la luz de Cristo no se apaga nunca; la luz de Cristo que está en el corazón tiene que iluminar nuestras mentes también para que no nos oscurezcamos con tantas cosas; tenemos que dejarnos iluminar por el Señor.


Y la actitud de quienes constatan que el Señor ha resucitado es salir rápido, correr a avisar a los otros, hacer partícipes a los otros; esto a veces cuesta, porque a lo mejor nos van a decir ESTAN LOCOS, como le dijeron a los primeros discípulos; a lo mejor algunos que se creen demasiado inteligentes y seguros de sus proyectos van a creer que Cristo ya no tiene nada que hacer, que ese es un bonito recuerdo que tienen los cristianos que de vez en cuando sacan a relucir en forma multitudinaria. Van a comenzar a burlarse de nuestra fe si es que nosotros no estamos bien claros, bien firmes en la certeza de que el Señor no se quedó muerto, que se quedó entre nosotros, pero con toda la vida que el Padre quiere repartir para el mundo entero a través de nuestra acción, de nuestro testimonio.


Cuando Pedro explicaba esto a los primeros cristianos, sus seguidores, hablaba de quiénes han sido testigos, que lo han visto enseñar en todas partes y que pasó haciendo el bien, pero lo mataron; la envidia, el odio, el rencor, que a veces se concentra en personas, en grupos y se proyecta en forma de juicios injustos, en condenas sin sentido: Ellos lo mataron colgándolo de la cruz. Este es el discurso de Pedro, para que entienda la gente: “Ellos lo mataron colgándolo de la cruz”, pero Dios lo resucitó al tercer día y El se apareció con El hemos estado, con El hemos comido y bebido; El nos mandó a predicar y dar testimonio; El ha sido constituido juez de vivos y muertos, es el Señor Dios que está en nuestra historia y que viene también a hacer los juicios más sanos, El es el juez de los vivos y los muertos.


Pablo a la primera comunidad de los Colosenses les va recordar algo que es fundamental, porque muchas veces ellos lo olvidaban, “ustedes han resucitado con Cristo, el bautizado, el que sigue al Señor ya está resucitado con Cristo, entonces, cuál debe ser la manera de actuar: Busquen las cosas de arriba, las cosas del cielo” y qué es lo que nos ofrece el cielo en esta expresión bíblica, ES LA VIDA, LA VIDA PLENA, LA FELICIDAD, ES EL ORGULLO DE PERTENECER A UN DIOS QUE QUIERE LA LIBERTAD DE TODOS; es la conciencia más grande de que lo que tiene en el cielo es para nuestro bien; la paz, la justicia, la libertad de lo que tanto se habla hoy, si no lo hacemos y construimos mirando a Dios que es amor, que es paz y que es vida, puede pasar una vez más como una pequeña historieta dentro de la larga historia de historietas de nuestro país.


Tengan el pensamiento puesto en las cosas del cielo y no en las de la tierra”. Pablo ha captado muy bien qué es lo que significa la resurrección, es tener una mente que piensa como Dios, es tener un corazón que ama como Dios, es tener una personalidad que está hecha a la medida y semejanza de Dios. Si esto logramos conseguir sin necesidad de hacer tantas reuniones ni de buscar pactos ni alianzas o encuentros, sin necesidad tendríamos que actuar todos para que la vida reine en todos, todos construyendo la paz y no haciendo cada vez más lugares estratégicos para encontrarnos y pelear; todos tendríamos que luchar para que haya solidaridad, para que los bienes de la tierra que han sido recreados con la resurrección del Señor estén al alcance de todos; no podemos tapar con un dedo las grandes maravillas del Señor apoderándonos sólo para beneficio de unos cuantos; hay que abrir los ojos, la resurrección nos pide que seamos gente con los ojos, la mirada de Dios para poder descubrir todo lo bueno que hay y para poder corregir todo lo malo que podemos estar cultivando en nosotros mismos o en nuestras familias o en nuestra sociedad.


Busquemos las cosas de arriba, quizá esta sea la palabra más hermosa en este domingo de resurrección, domingo de pascua. Domingo, gracias a Dios un poco fresco, para que esto entre en el corazón, para que no digamos después, hacía tanto calor que ya no escuchábamos qué se decía o qué ha pasado. Estamos con el corazón fresco, no sólo por el tiempo, por lo que hemos vivido esta semana, por lo que hemos celebrado esta semana en forma admirable por la cantidad de gente; no sólo aquí en la catedral, sé que en todas las parroquias, en todas las provincias, en todas las comunidades; todos se han movido para agradecer al Señor que nos ha dado la vida, pero a lo mejor nos hemos quedado pensando que esa vida se escapó o que se ha quedado en el sepulcro, no, no se escapó, salió libremente para invitarnos a salir de nuestros sepulcros, para abrir a los pueblos hacia la nobleza de poder discutir sus problemas en ambiente de fraternidad con apertura y siempre escuchando el grito de nuestro pueblo.


En una de las palabras, de las siete palabras que se ha meditado aquí, uno de los predicadores decía, hablando de esa palabra: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Jesucristo sabía a quién se estaba refiriendo, Jesucristo sabía que era a su Padre a quien estaba dando todo y que quería que esté también presente de una manera más palpable. Hoy, decía el padre predicador, hoy, el grito de mucha gente tiene referencia, no se sabe por qué y a quién gritan, hay desesperación, hay más hambre, hay más insinceridad, hay más injusticia, hay más encarcelados injustamente también, hay más droga por todos lados. A quién gritamos en medio de eso?, gritamos a nuestro Dios, para decirle Dios mío, no nos abandones? O gritamos a otros para decirles: Vamos a linchar, vamos a matar, vamos a pelear, no importa lo que suceda, pero vamos a salir. Se han inventado un sinnúmero de cosas que no tienen nada que ver con el mensaje del Señor: “Vamos a luchar hasta las últimas consecuencias, dicen, eso lo repiten todos de memoria. Para nosotros, cristianos, la última referencia y la única capaz de solucionar es Cristo Resucitado. Si vamos a decir nuestros dolores es con la confianza de que el Señor también nos va ayudar a curarlo. Si en la vida no nos ha salido tan fácil y tenemos muchos problemas personales y sociales es el Señor de la vida, aquél que nos ha dado la capacidad de unirnos para defender entre todos lo que a El le interesa por encima de todas las cosas.


Ojalá que en medio de las angustias que no faltan, en medio de los dolores que se multiplican, a veces artificialmente, nosotros seamos capaces de acudir al Señor de la vida: “Dios mío, Dios mío, Jesucristo Resucitado, ven a inundarnos de tu vida, ven a darnos esa vida que es verdadera paz, de esa vida que se hace justicia para todos, de esa vida que es la verdad que nos va alejar de las mentiras más sofisticadas que se inventan; ven, Señor Jesús a ayudarnos a vivir como hermanos, a encontrarnos como hermanos, a hacer de este terreno que tú nos has dado, el espacio de nuestra recuperación espiritual, moral, integral, material también, y no nos quedemos con una sola línea; algunos piensan que la felicidad viene aumentando el dinero; pregunten a algunos que tienen demasiado, si el dinero hace feliz; pregunten a algunos que esconden su dinero y no duermen con miedo a que le roben su dinero, a pesar de tener tanto, y los que tienen millonadas, que hay uno o dos de esos, tendrán también que pensar que les falta el tiempo para gastar esos medios, mientras hay miles y miles de hermanos que no tienen el pan de cada día.


La pascua tiene que llevarnos a una opción diferente, pero esto va acontecer sólo si miramos al cielo, miramos hacia arriba, cuando nos gusta caminar con la mirada, abajo hacia la tierra, es muy posible que no nos veamos y que nos estemos chocando, porque la oscuridad y la tiniebla no es el espacio para poder caminar con altura y dignidad. La Pascua tiene que sentirse, tenemos que vivirla y encontrarla; tenemos que dejar que el Señor actúe, para que podamos cantar: Este es el día en que el Señor resucitó, este es el día nuevo que nos pide una nueva manera de comportarnos y de vivir.


En este espíritu, quiero decirles: FELICES PASCUAS!. La felicidad de la Pascua, que no es una palabra convencional que se hace o se dice por algún otro acontecimiento, la felicidad de la pascua es transformación profunda del ser humano y es compromiso claro y exigente que nos lleva a todos a trabajar por el Reino de Dios, por el Reino de los cielos. AMEN!