XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 16, 19-31

Autor: Sr. Cardenal Julio Terrazas Sandoval, CSsR

Arquidiócesis de Santa Cruz, Bolivia 

 

Queridos Hermanos y hermanas: Aún estamos bajo el influjo de tantos festejos en estos días del Bicentenario, razón demás para que en está eucaristía dominical, nos acordemos de lo que Santa Cruz como Iglesia ha pedido a Dios de hoy como ayer el Dios de la vida y de la Paz siga bendiciendo a nuestra tierra de Santa Cruz. Es en este espíritu que iniciamos un nuevo tiempo, una nueva etapa que no consiste en la repetición de palabras, sino en encontrar signos nuevos de convivencia, de paz, de justicia, de verdad y libertad para todos.

Nos une también este domingo, día del Señor, el amor, el cariño y el afecto a nuestras hermanas Iglesias de Hildesheim y Tréveris, de Alemania; esta es una semana de oración por la Hermandad; lo vamos a hacer hoy de manera especial, pero también durante la semana en nuestras casas, en los lugares de culto, pensemos en este gran regalo que nos ha hecho Dios, demostrar en un mundo dividido, tan lleno de odios, la posibilidad de vivir como hermanos, de amarse, conocerse como miembros de una misma familia.

Cerramos también hoy en nuestra Iglesia de Bolivia, el mes que hemos consagrado a la escucha de la Palabra, la escucha de la Palabra de Dios que siempre es roca para que no nos separemos de nuestra fe y que siempre es fuerza renovadora para responder a los nuevos desafíos que se nos presentan constantemente en nuestra vida.

La palabra de Dios hay que escucharla.

Acabamos de escuchar el evangelio donde Abraham tiene que decirle a aquel rico que estaba condenado: “Tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen”. Nosotros somos ese pueblo privilegiado que tenemos la palabra del Señor, la de Moisés, de los profetas, pero también la palabra explícita, clara, llena de amor y de calor, la palabra del Señor en los evangelios. Hay que escuchar. Esta mañana, el Santo Padre en Roma recordaba a los fieles la importancia de escuchar la Palabra para comprender todo lo que nos puede acontecer y todo lo que pueda acontecer a nuestro mundo y a la sociedad en que vivimos. Escuchar la Palabra.

El evangelio de ahora es un llamado especial al grupo de los fariseos a que se escuche la palabra, estaban allí escuchándolo, pero no lo estaban escuchando con interés, sino buscando la forma y la manera de encontrar alguna palabra de contradicción para hacerle la vida imposible, para criticarlo o para desplazarlo del medio del pueblo.

Jesús dijo a los Fariseos. El fariseo es el que pertenece a ese grupo que se cree dueño de Dios, el fariseo es aquel que multiplica oraciones sin que su corazón se adhiera a Dios, el fariseo es aquel que exige a los demás que se porten bien mientras él lleva una doble vida, el fariseo es el insensible ante los problemas y dificultades de su pueblo; a ellos se dirige el Señor con esta parábola, con esta comparación: Había un hombre rico que tenía los mejores vestidos, que tenía las riquezas más grandes, que se pasaba todos los días banqueteando, y a la puerta un pobre, llamado Lázaro, estaba allí esperando que cayera las migajas de la mesa del señor para poder alimentarse. Dos figuras extraordinarias, los fariseos han tenido que escuchar esto con rabia o por lo menos diciendo: No nos queda más que aceptar la palabra del Señor. El rico lo tenía todo, todo lo que materialmente se puede desear, todo lo que su ambición o su egoísmo le habían aprovisionado, tenía riquezas, tenía alimentos, tenía bebidas, tenía comida. El pobre en cambio estaba allí, casi debajo de la mesa esperando que cayeran algunas migajas, algún pedacito de comida de parte de la mesa de este Señor, pero también llega el final, el pobre muere y es llevado al seno de Abraham, el rico también muere y es llevado al infierno, al lugar de padecimiento. Por supuesto que el lugar de suplicio no es lo más agradable. Cuando el rico se da cuenta que Lázaro está allá junto a Abraham comienza a decirle: Padre Abraham manda a Lázaro que traiga nada más que un poquito de agua en su dedo para que me lo dé y pueda saciar mi sed, ¡nada más que un poquito de agua!, no una migaja, una gotita que pudiera sofocarle el calor que estaba sufriendo y Abraham le responde: Tú has tenido todo, Lázaro no ha tenido nada, ahora es el momento en que él goza, mientras tú estás en el suplicio. Pero insiste el rico y con palabras muy bonitas vuelve a decirle: Padre Abraham, típico del fariseo, típico de esa clase que levanta el nombre de Dios cuando le conviene y que olvida cuando no le conviene; que vaya por lo menos a avisarle a mis hermanos: Tengo cinco hermanos y si ellos no saben esto pueden caer en los mismos errores y venir a parar también a este lugar. Es allí donde Abraham le va responder: “Tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen, que practiquen su enseñanza, que realmente se hagan eco de las palabras de Dios, de estos profetas y Moisés han pronunciado para bien y salvación de su pueblo, que los escuchen”. No hace falta milagro, no hace falta prodigios, no hace falta cosas excepcionales para creer, hay que aceptar la palabra de Dios que es palabra de vida, que es palabra que compromete, que es palabra que cambia las actitudes interiores y nos hace más proclives a escuchar y practicar la enseñanza del Maestro.

La palabra de Dios – la Biblia, hay que leerla, no basta tenerla…

Para nosotros que hemos estado constantemente de la misión, del ser discípulos del Maestro Jesús, esta palabra de hoy, las palabras de Abraham, tienen que convencernos y llegar a nuestro corazón, no basta tener la biblia guardada, no basta tener el libro de la biblia en nuestras mesas, en nuestros hogares, hay que leerla, hay que escuchar la palabra, hay que llevarla a la práctica porque esa es la manera de ir creciendo en nuestra fe y nuestra entrega a Dios. Pero insiste todavía este rico todavía: Es que si ven a un muerto que ha vuelto a vivir van a creer! Sigue pidiéndole a Dios que haga sus caprichos, que haga sus gustos, sigue pidiéndole a Dios que haga algún prodigio especial, que se aparezca algún muerto para recordarle a los que están viviendo que hay que cambiar de vida, y Abraham va responder: “Aquellos que no escuchan la Palabra, aquellos que no tienen la sencillez de corazón aunque se le aparezca un muerto no van a creer”.

Hermanos y hermanas, esta figura de este rico encerrado en sus bienes materiales se ha repetido a lo largo de la historia humana y se sigue repitiendo también hoy, a veces no sólo personas que ponen toda su confianza en su dinero y en su poder y que son capaces de pisotear a los que no tienen nada; eso se repite también en nuestros tiempos; ese es un pecado fácil de cometer: la angurria, las ganas de tenerlo todo sin esfuerzo, las ganas de gozar aquí y todavía exigirle a Dios que le prolongue ese gozo en la vida eterna.

Los pobres también se multiplican pese a que en nuestro tiempo se habla tanto de ellos, se predica tanto de ellos, se pide solución a sus problemas, los pobres aumentan, los que están tirados bajo las mesas aumentan, los que esperan alguna migaja de los que tienen también aumentan, por eso es importante que nosotros despertemos en nuestras vidas el sentido de la verdadera solidaridad. Dinero mal acumulado, dinero sin sentimiento de compasión por el otro es un dinero que lleva al egoísmo, que lleva a cometer el mal; dinero acumulado es un insulto al que necesita aquello que es indispensable para vivir, el pan de cada día.

Hermosa enseñanza la que el Señor les da a los fariseos, hermosa enseñanza también para nosotros que a veces corremos el riesgo de apoderarnos del nombre de Dios para hacer el mal o para hacer lo que no está de acuerdo a la enseñanza del Señor, hermoso ejemplo también para sacudir cualquier mentalidad farisaica y preocuparnos de las mismas preocupaciones que tiene el Señor y no es que el Señor se preocupe del pobre Lázaro solamente; a lo largo de la historia de la salvación siempre ha tomado el papel de defensor de los que sufren y el papel de condena clara de aquellos que hacen sufrir sin compasión alguna, sin un espíritu de solidaridad.

Semana de oración por la Hermandad de las Iglesias de Bolivia con Tréveris y Hildesheiem

Por allá va la exigencia de nuestra fe, por eso es que el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo le puede decir: Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la bondad!. Hombre de Dios! Nosotros por el bautismo somos de Dios, nuestra pertenencia a la Iglesia no nos separa de Dios, somos en la Iglesia seguidores del único Dios verdadero, de aquél que es nuestro Maestro y cuyos misioneros somos nosotros. Hombre de Dios es la expresión que califica al que cree, califica a nuestra Iglesia en Bolivia deseosa de mayor hermandad con las Iglesias de Hildesheim y Tréveris, califica a estas hermanas Iglesias para que comprendamos que la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad, tiene que ser la característica de quienes han elegido el camino del Señor.

Pelea el buen combate, el combate de la fe

Pelea el buen combate de la fe, aquí está una expresión de Pablo, hay que pelear el combate de la fe. Una fe que no vence las dificultades, una fe que se deja asustar por cualquier mal que encuentra, una fe que no sabe cómo responder y dar razón de su esperanza, una fe que es débil y que no está probada en la lucha de cada día, la lucha contra el ateísmo que quiere negar a Dios, la lucha contra aquellos que todo lo acumulan y se olvidan de los que necesitan, la lucha por la paz y la justicia, no la paz de los cementerios o impuesta por la fuerza, sino la paz que brota del corazón, la paz que llena la conciencia, la paz donde hay espacio para todos, viviendo en armonía, como hermanos. Pelea el buen combate de la fe, hermosa enseñanza también para nosotros, queridos hermanos. Hoy, más que nunca y al iniciar este nuevo Bicentenario en nuestra vida de independencia tenemos que ser capaces de pelear por la fe, el buen combate, no el del guerrillero, no el del violento, no el combate del amargado, no el combate del que vive siempre soñando con tiempos idos y no piensa en construir algo mejor para todos. Todo eso hay que hacerlo con mayor convicción, con mayor claridad, porque una fe que no es probada no es una fe sólida, es una fe que se esfuma ante las primeras dificultades que puedan ocurrirnos.

Hermanos y hermanas, si tomamos este consejo de Pablo a Timoteo, también para nosotros, lo vamos a pedir para nuestros pastores, para nuestros sacerdotes, para nuestros catequistas, para todos los que trabajan en la construcción del reino, que todos realmente encontremos la fuerza en este Dios de la vida y de la paz, en este Dios de la justicia y de la verdad, encontremos motivos para seguir anunciando con orgullo, con audacia, con valentía, cada día, cada hora, cada minuto, el nombre salvador del Señor, del Señor de los señores y el Rey de los reyes. Amén!.