XXIX DOMINGO ORDINARIO B
(Isaías 53:10-11; Hebreos 4:14-16; Marcos 10:35-45)
¿Quién es Flash Gordon? A lo mejor los jóvenes no lo conocen. Aun los adultos no
lo recuerdan bien. Pero los mayores sí, lo reconocen como el héroe de un serial de
cine cuando eran niños. En ese época todo el mundo fue al cine cada sábado para
ver el cine principal y un serial destacando un héroe como Flash Gordon. Podemos
ver los evangelios de la misa dominical por estas últimas semanas como un serial
destacando, por supuesto, al Señor Jesús.
Entre el final del evangelio del domingo pasado y el principio de la lectura
evangélica hoy, quedan tres versículos que dan el contexto de la historia. Dicen
que Jesús ha emprendido la subida a Jerusalén. Quiere ir allá porque queda en
Jerusalén el Templo, el sitio del encuentro del judío con Dios. Jesús sabe que va a
sufrir en sus entornos, pero también se da cuenta de que su destino es entregarse
a sí mismo por el pueblo. Sus discípulos lo siguen a Jerusalén pensando en otra
cosa. Creyendo en Jesús como el Mesías, ellos anticipan que él tome posesión allá
del trono de David. Nosotros nos integramos en su compañía, no porque tengamos
la fantasía de los discípulos a este momento, sino porque Jerusalén nos representa
el cielo que anhelamos.
Sin embargo como para un Cristóbal Colón en su viaje a América hay diferentes
vientos que pueden desviarnos de la meta. Son el placer, la plata, y el prestigio
que nunca parecen desvanecer. Como si fuera un serial, los evangelios de los
últimos domingos examinan cada uno de estos vicios universales. Hace dos
semanas escuchamos cómo los fariseos prueban a Jesús con la pregunta sobre el
divorcio. En su respuesta Jesús expone el propósito de la intimidad sexual; eso es,
unir a un hombre con una mujer para que formen familia hasta la muerte. Las
relaciones íntimas fuera del matrimonio para el placer o cualquier otro motivo
traicionan este plan del Creador.
El domingo pasado Jesús advierte que las riquezas a menudo perjudican la
búsqueda de la vida eterna. Reta al rico que viene en búsqueda de la vida eterna a
dar su dinero a los pobres y seguirlo. Algunos limitarían este consejo al hombre
que se le acude a Jesús en el pasaje evangélico. Sin embargo, a lo mejor Jesús
tiene en cuenta a todas personas con recursos disponibles. Pues, aade: “¡qué
difícil es para los que confían en las riquezas entrar el Reino!” Quiere que
utilicemos al menos parte de nuestros recursos por el bien de los pobres en lugar
de comprar televisores de un metro de ancho para cada cuarto de la casa.
Hoy Jesús trata de otro viento contrario a nuestro destino. Aunque parece como
pecadillo, tal vez el prestigio sea la tentación más perniciosa de todas porque toca
el espíritu que no se corrige fácilmente. Puede llevar a la persona a un desdén para
los humildes y un desamor para todos. Cuando Santiago y Juan piden a Jesús que
les ponga a su mano derecha y su mano izquierda, Jesús tiene dirigirse a la raíz del
vicio. Les instruye que como él, los discípulos son para servir y no ser servidos.
Podemos mirar a los papas como ejemplos. En el siglo VI el papa san Gregorio
Magno se identific a sí mismo como “el Siervo de los siervos de Dios”.
Ciertamente los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI han dado testimonio a este
título. Pues, en su vejez cuando muchos de sus contemporáneos están contentos
en el jubileo, ellos han seguido trotando por el mundo llevando la gracia de Cristo.
Que miremos un poco adelante al evangelio del domingo próximo para concluir el
serial. Vamos a ver a Jesús curando al mendigo ciego Bartimeo. En lugar de
desviarse un centímetro para ver cualquier atracción, Bartimeo se pone a sí mismo
inmediatamente en las huellas de Jesús. Jesús nos indicará el motivo de esta
muestra de discipulado cuando le dice: “Tu fe te ha salvado”. También para
nosotros es la fe en Jesús que nos capacita a seguirlo a pesar de las seducciones de
placer, plata, y prestigio.
Hoy es domingo mundial de las misiones. Que miremos un poco a los miles de
misioneros trotando por el mundo llevando la gracia de Cristo. Han dejado placer,
plata, y prestigio para darse a sí mismos, en muchos casos, al bien de los pobres.
Sirven a nosotros también como ejemplos del discipulado de Cristo. Sí, los
misioneros nos sirven como ejemplos del discipulado.
Padre Carmelo Mele, O.P.