EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Sábado de la vigésima octava semana del tiempo ordinario
Carta de San Pablo a los Efesios 1,15-23.
Por eso, habiéndome enterado de la fe que ustedes tienen en el Señor Jesús y del
amor que demuestran por todos los hermanos,
doy gracias sin cesar por ustedes recordándolos siempre en mis oraciones
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un
espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente.
Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la
que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los
santos,
y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes,
por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder
que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo
sentar a su derecha en el cielo,
elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de
cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el
futuro.
El puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza
de la Iglesia,
que es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas.
Salmo 8,2-3a.4-5.6-7.
¡Señor, nuestro Dios,
qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
Quiero adorar tu majestad sobre el cielo:
con la alabanza de los niños y de los más pequeños,
erigiste una fortaleza contra tus adversarios
para reprimir al enemigo y al rebelde.
Al ver el cielo, obra de tus manos,
la luna y la estrellas que has creado:
¿qué es el hombre para que pienses en él,
el ser humano para que lo cuides?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y esplendor;
le diste dominio sobre la obra de tus manos,
todo lo pusiste bajo sus pies:
Evangelio según San Lucas 12,8-12.
Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el
Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios.
Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los
ángeles de Dios.
Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que
blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.
Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se
preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir,
porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir".
Comentario del Evangelio por :
Martirio de santa Felicidad y Perpetua (principio siglo III)
§ 2-3
"Al que se ponga de mi parte ante los hombres, el Hijo del hombre también
se pondrá de su parte"
“Fueron detenidos los adolescentes catecúmenos Revocato y Felicidad, ésta
compañera suya de servidumbre; Saturnino y Secúndulo, y entre ellos también
Vibia Perpetua, de noble nacimiento, instruida en las artes liberales, legítimamente
casada, que tenía padre, madre y dos hermanos, uno de éstos catecúmeno como
ella, y un niño pequeñito al que alimentaba ella misma. Contaba unos veintidós
años. A partir de aquí, ella misma narró punto por punto todo el orden de su
martirio (y yo lo reproduzco, tal como lo dejó escrito de su mano y propio
sentimiento).
“Cuando todavía -dice- nos hallábamos entre nuestros perseguidores, como mi
padre deseara ardientemente hacerme apostatar con sus palabras y, llevado de su
cariño, no cejara en su empeño de derribarme:
- Padre –le dije-, ¿ves, por ejemplo, ese utensilio que está ahí en el suelo, una orza
o cualquier otro?
- Lo veo –me respondió.
- ¿Acaso puede dársele otro nombre que el que tiene?
- No.
- Pues tampoco yo puedo llamarme con nombre distinto de lo que soy: cristiana.
Mi padre exasperado por estas palabras, se echó sobre mí para arrancarme
los ojos. Se contentó con maltratarme y se fue, con los argumentos del demonio, el
vencido. Durante varios días, no vi de nuevo más a mi padre; agradecí por eso a
Dios; esta ausencia me fue un alivio. Precisamente en este lapso corto de tiempo
fuimos bautizados. El Espíritu Santo me inspiró en no pedir nada al agua santa, si
no la fuerza de resistir físicamente.
Algunos días más tarde, fuimos trasladados a la prisión de Cartago. Quedé
espantada: jamás me había encontrado en tinieblas iguales; fui devorada por la
inquietud a causa de mi niño... Reconfortaba a mi hermano, recomendándole a mi
hijo. Sufría mucho de ver a los míos sufrir por mi causa. Durante largos días, estas
inquietudes me torturaron. Acabé por obtener que mi hijo permaneciera conmigo
en prisión. En seguida recibí fuerzas, y me vi librada de la pena y las
preocupaciones que esto me había causado. De un golpe, la prisión se cambió para
mí en un palacio, y me encontraba allí mejor que en cualquier otra parte.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”