DOMINGO 29 ORDINARIO
Lecturas: Es 53,10-11; S. 32; Heb 4,14-16; Mc
10,35-45
Homilía del P. José Ramón Martínez Galdeano,
S.J.
Humildes
para ser santos y felices
Tras el pasaje del joven rico del domingo
pasado, el texto de Marcos reproduce la tercera
predicción de la pasión y muerte e inmediatamente
esta perícopa de hoy. Estamos a una semana o diez
días antes de su muerte. La escena siguiente en San
Marcos tiene lugar en Jericó a un día de camino hacia
Jerusalén. Dan la impresión, tanto Jesús de que es
consciente del inmediato fin de su vida y de la
necesidad de recalcar a los discípulos los puntos claves
de su enseñanza, como San Pedro de hacer lo mismo
en su catequesis a los catecúmenos y recién
bautizados con la enseñanza de lo más importante de
la vida cristiana.
La ambición de ser el primero era agudísima
entre los discípulos. Recordemos a los discípulos
discutiendo sobre ello cuando Jesús les dio la lección
con un niño; tres veces les había hablado
proféticamente de su pasión. Hasta en la Última cena
tendrán una conducta bajo este aspecto vergonzosa y
Jesús, lavándoles los pies, insistirá en la exigencia de
la humildad. Recuerden que los evangelios repiten
varias veces aquello de que “los últimos serán los
primeros y los primeros los últimos”. Aceptarlo es un
problema que se hace sumamente difícil a los
discípulos, de entonces y de ahora. Muchos de ustedes
serán testigos de luchas de poder en los grupos de la
Iglesia; a veces llegan a romperlos.
Difícil para nosotros entrar en el corazón y
misterio de Jesús. Hoy la Iglesia nos recuerda también
en la primera lectura la más importante profecía del
Antiguo Testamento sobre el Mesías: El Siervo del
Señor en la cruz, cargando con nuestras culpas, y así
“lo que el Señor quiere de él, prosperará por sus
manos”.
Me atrevo a decir que la mayor parte de
nuestros sufrimientos que nos hunden en la tristeza
son causados por no tener en cuenta debidamente
este principio. Porque “Dios desprecia a los soberbios y
a los humildes les da su gracia” (1Pe 5,5); y “los
primeros serán los últimos y los últimos serán los
primeros” (Mt 20,16); y “yo te glorifico, Padre, porque
has ocultado estas cosas (las maravillas del Reino de
Dios) a los sabios y prudentes y las has revelado a los
pequeños. Carguen con mi yugo y aprendan de mí,
porque soy manso y humilde de corazón, y
encontrarán paz en sus almas…Porque mi yugo es
suave y mí carga es ligera” (Mt 11,25-30). Si nos es
pesada, es porque no somos humildes. No lo digo yo,
lo ha dicho Cristo.
A Santiago y Juan no les faltaba generosidad.
Aceptaban que el precio de sus ambiciones fuera el
sufrimiento. Sin embargo no habían comprendido –ni
los demás tampoco– el verdadero espíritu de Jesús.
Jesús no acepta la buena disposición, el coraje
(digamos) de Santiago y Juan: “Ustedes saben que los
que son tenidos como jefes de las naciones, las
dominan como señores absolutos y les hacen sentir su
autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así: el que
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quiera ser grande, que se haga el servidor de todos; y
el que quiera ser primero, sea esclavo de todos.
Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le
sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por
todos”. Y recuerden que en los evangelios el término
“Hijo del hombre” únicamente lo emplea Jesús
refiriéndose a sí mismo y acentuando su conciencia de
que Él es Dios. También expliqué en otra ocasión que
el modo de construir las frases por contraposiciones y
en paralelismo es muy hebrea; facilitan el aprendizaje
de memoria y suscitan la atención. De todo esto se
deduce que –aunque sea posible que se haya
introducido alguna modificación ligera– se trata de
palabras del mismo Jesús a la letra. Jesús las expresa
con lenguaje condenatorio y duro; y como son muy
importantes para él, las repite. Se trata de un principio
que pertenece al corazón del Evangelio. Hagamos,
pues, de ello conducta nuestra.
Pero no es fácil. No nos extrañe que no seamos
mejores que los Zebedeos. Nos cuesta ser menos que
los demás. Si con frecuencia nos sentimos mal, es
porque nos parece que nos han humillado; que no son
reconocidos ni nuestros valores, ni nuestro trabajo, ni
nuestra buena intención, ni nuestros aportes, ni,
menos, nuestros logros. Una gran parte de los
conflictos en la familia, en el trabajo, en los grupos
sociales y eclesiales, son por el afán de ser los
primeros, de imponer las propias opiniones, por
frustración de no ser valorados nuestros aportes, por
heridas sicológicas que nos produce la envidia, la
indiferencia, la vanidad o la soberbia de los demás
para con nosotros.
No yo, es Cristo, “el Hijo del hombre”, quien les
sugiere el secreto de la paz y alegría en el corazón:
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Hacerse el servidor de todos y el esclavo de todos. San
Pablo se lo dice a sus queridos filipenses como medio
para lograr un mayor grado de unidad: “Nada hagan
por rivalidad, ni por vanagloria, considerando cada
cual a los demás como superiores a sí mismo,
buscando cada cual no su propio interés sino el de los
demás. Tengan entre ustedes los mismos sentimientos
de Cristo. El cual, siendo Dios, se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp
2,3-8).
Cierto que semejante conducta es imposible sin
la gracia de Dios. Por eso hay que pedirla a Dios
continuamente en la oración. La devoción a Cristo
crucificado, que fomenta y nos recuerda la devoción al
Señor de los Milagros es muy eficaz. Verán cómo
(aunque duro) es fácil el hacerse santo. Aguanten sin
quejarse esa palabra altanera, grosera o molesta;
sufran con paciencia las consecuencias de aquella
equivocación o, tal vez, falta; reconozcan sus
limitaciones y manifiesten su necesidad de ayuda o de
consejo; manifiesten de forma serena y humilde pero
clara la verdad con la Iglesia en cuestiones graves
(como ahora la del aborto) aun a riesgo de ser tildados
de anticuados. Si procuran vivir así, tendrán la
experiencia de que Dios bondadoso está muy cerca, y
ustedes le pedirán ayuda, le ofrecerán sus cruces, le
agradecerán que les haya ayudado misteriosamente y
hará sentir en el fondo de sus corazones su aprobación
y la presencia y fuerza de su Espíritu. Porque “Dios
resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes”
(1Pe 5,5).
Para más información:
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http://formaciónpastoralparal aicos.blogspot.co
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