XXX DOMINGO ORDINARIO B
(Jeremías 31:7-9; Hebreos 5:1-6; Marcos 10:46-52)
La novela no es como Halloween. Es realmente espantosa. Tiene lugar al final de
la Segunda Guerra Mundial. Las Fuerzas Aliadas acaban de liberar a los judíos en
los campamentos de concentración. Los soldados ven en el camino figuras como
sombras. Tienen que mirar una segunda vez antes de creer que son personas
humanas. Pues, la hambruna experimentada en los campos ha reducido a los
hombres y mujeres judías a piel y huesos. Encontramos a los israelitas en una
situación semejante en la primera lectura. Quizás no sean tan descarnados pero
andan con el mismo asombro de un pueblo aliviado de sumisión.
La lectura se toma del libro del profeta Jeremías. Él profetizó en el reino de Judá en
el final del séptimo siglo antes de Cristo. Josías, un rey justo, restablecía los
confines del país que había puesto el gran rey David. Ya la anteriormente
todopoderosa Asiria se derrotó permitiendo la liberación de los exiliados de Israel.
Los liberados – los ciegos tanto como los ojos de lince, los cojos tanto como los
sanos -- se apresuraban a volverse a Israel. Parece que todo el mundo quería
servir al rey ascendiente. Pues, a lo mejor pensaban que Josías fuera el Mesías
prometido a David en una profecía. Él aprendería los modos de Dios y tendría un
reino sin término. No más habría reyes que practicaran la idolatría de modo que
Dios no les ayude defender al pueblo.
Sin embargo, Josías no iba a vivir mucho más tiempo. Aunque fuera la esperanza
de Israel, murió en una batalla con Egipto después de la liberación de Asiria. Una
vez más Israel tenía que aguantar los ultrajes de reyes caprichosos y someterse a
poderes extranjeros. La última calamidad vino dentro de cincuenta años. Los
caldeos bajo el rey Nabucodonosor conquistaron Judá deportando a muchos del
pueblo de Jerusalén. Un rey militar asegurando el bien eterno del pueblo por la
fuerza se probó como una quimera. Pues, Dios tenía en cuenta otro tipo de líder:
no uno que llevara espada, sino que se entregara a sí mismo completamente a Su
voluntad.
Desgraciadamente, muchos hoy día siguen fiándose de los poderosos. Sea el poder
de armas o el poder de votos, ser número uno depende más en que a quienes y
cuantos uno pueda derribar que en quienes y cuantos pueda levantar del polvo. Es
realmente triste ver tanta publicidad en las campañas políticas. Y, por supuesto, la
violencia domina el entretenimiento. También lamentable es lo largo la gente irá
para ganar a otras personas en la vida diaria. Si o no se le juzga a Lance
Armstrong culpable, sabemos que las drogas afectan los deportes aun en nuestras
secundarias. Y por el deseo de sacar las notas más altas, los muchachos normales
toman píldoras para aumentar la concentración que se les recetan a aquellos
estudiantes con desórdenes de atención.
La fascinación con los poderosos no se encuentra en el evangelio. Jesús camina de
pueblo a pueblo curando a los enfermos y predicando el Reino de Dios. En el
pasaje hoy él hace más caso al ciego que le pide socorro que a los muchos que lo
acompaña. Cuando le conceda la vista, Bartimeo muestra la comprensión de los
modos evangélicos. En lugar de deleitarse, él se pone en marcha siguiendo a
Jesús. Como Bartimeo nosotros somos gente con nuevo modo de ver. Con la fe
vemos en la paciencia y caridad de Jesús todo el poder de Dios. Un hombre relata
cómo él conoció la caridad de Jesús. Como joven se enredó en las drogas y
terminó en la prisión. Allá se burlaba a los servicios religiosos aunque los iba para
conseguir un período de descanso. Dice que nunca jamás se habría confesado sus
pecados, pero un día antes de que tuviera oportunidad de salir la capilla, hicieron la
cuenta. Él tuvo que volver a donde estaba el sacerdote lo cual le preguntó por qué
nunca se confesó. Ese día el prisionero se encontró a Jesús en el sacramento de
Penitencia invirtiendo su vida cambió completamente. Salió de la prisión, comenzó
a trabajar, se casó y ahora es ciudadano modelo enviando a sus niños a la escuela
católica.
Ahora estamos casi en las vísperas de Halloween. Tal vez no hayamos escogido
nuestro disfraz. En lugar de ser sombra o soldado este año, ¿por qué no nos
ponemos la paciencia y caridad de Jesús? Tendríamos una nueva manera de ver.
Seríamos realmente sus discípulos.
Padre Carmelo Mele, O.P.