XXX Domingo del Tiempo Ordinario B
Jr 31, 7-9; Sal 125; Hb 5, 1-6; Mc 10, 46-52
«Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una
gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado
junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: "¡Hijo
de David, Jesús, ten compasión de mí!" Muchos le increpaban para que se callara.
Pero él gritaba mucho más: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" Jesús se detuvo
y dijo: "Llamadle." Llaman al ciego, diciéndole: "¡Ánimo, levántate! Te llama." Y él,
arrojando su manto, dio un brinco y vino ante Jesús. Jesús, dirigiéndose a él le dijo:
"¿Qué quieres que te haga?" El ciego le dijo: "Rabbuní, ¡que vea!" Jesús le dijo:
"Vete, tu fe te ha salvado." Y al instante recobró la vista y le seguía por el camino.»
El evangelio de la semana pasada presentaba a los hijos de Zebedeo pidiéndole a
Jesús sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda, siendo contundente la
respuesta de Jesús: "...ha sido reservado para aquellos que ha designado mi
Padre...", a continuación Jesús hace presente el sentido de su presencia entre
nosotros, que es servir a la humanidad, porque con su muerte en cruz, los hombres
hemos sido reconciliados con el Padre; por eso que el servicio de Cristo es un
servicio redentor, por ello los creyentes estamos invitados a manifestar a través del
servicio este amor de Dios a semejanza de Cristo que se hizo siervo nuestro. Al
respecto el Papa Benedicto XVI dice: la Iglesia escucha una vez más estas
palabras de Jesús, pronunciadas durante el camino hacia Jerusalén, donde tenía
que cumplirse su misterio de pasión, muerte y resurrección. Son palabras que
manifiestan el sentido de la misión de Cristo en la tierra, caracterizada por su
inmolacin, por su donacin total. () la Iglesia las escucha con particular
intensidad y reaviva la conciencia de vivir completamente en perenne actitud de
servicio al hombre y al Evangelio, como Aquel que se ofreció a sí mismo hasta el
sacrificio de la vida (Benedicto XVI, Homilía en la canonizacin de 7 nuevos
santos, 21 de octubre de 2012).
Este domingo, la liturgia nos lleva a contemplar con claridad, que en el servicio de
Cristo al hombre: la humanidad entera es arrancada de las tinieblas, y de la muerte
para pasar a la vida porque en el misterio de su encarnación se ha hecho semejante
al hombre menos en el pecado.
La segunda lectura nos presenta nuevamente a Cristo como el Sumo Sacerdote y
como dice la lectura, que este Sumo Sacerdote "puede comprender" a los
ignorantes y extraviados. En el misterio de Cristo, en esta lectura toma un realce
importante, porque el Buen Pastor, nuestro Señor, ha venido en busca del hombre,
pero no desde una realidad distinta o alejada del mismo hombre, sino compartiendo
su propia realidad de miseria y pobreza, porque nos anunciaba la vida nueva, la
vida incorruptible que se vive en la comunión íntima con el Dios Padre. La misma
lectura incluso manifiesta, tomando las palabras del salmo 110: "...tú eres mi Hijo
yo te he engendrado hoy...", estas palabras nos ponen de manifiesto que la
elección es un don que viene de Dios.
La figura del ciego, en el evangelio, está expresando la vida del hombre, de toda la
humanidad sumergida en las consecuencias de su vida sin Dios. El ciego que grita
está significando que este hombre ciego, no sabemos cómo, ha reconocido a Cristo,
como el Ungido de Dios; pues al llamarlo Hijo de David, está manifestando a viva
voz que lo reconoce como el Salvador, como el enviado de Dios para nosotros.
Es importante, que nos preguntemos con toda sinceridad qué es lo que quisiéramos
que Jesús haga por cada uno de nosotros. Constantemente nosotros pedimos a
Dios muchas cosas, y se las pedimos con insistencia, pero también es cierto que
tantas veces nosotros pensamos que nuestra oración no es escuchada, y no
comprendemos que esto debe estar significando que lo que pedimos no es aquello
que necesitamos en el orden a alcanzar nuestra santidad cristiana. Tenemos que
hacer hincapié que este ciego era consciente de lo que necesitaba, y por eso le dice
a Jesús: "...Señor que vea...", ante esta afirmación tendremos que preguntarnos
también si realmente nosotros pedimos a Dios aquello que necesitamos para vivir
según la vocación a la que nos ha llamado.
Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: las palabras que el Seor dirige a
uno de ellos: «¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!» (v. 19), ayudan a tomar
conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados por el sufrimiento y la
enfermedad, se acercan al Señor. En el encuentro con él, pueden experimentar
realmente que ¡quien cree no está nunca solo! En efecto, Dios por medio de su
Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto a nosotros,
nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo (cf. Mc
2,1-12) (Benedicto XVI. Mensaje XX Jornada Mundial del Enfermo, 11 de febrero
de 2012).
La misión de la Iglesia como la de Cristo, es la de llevar al hombre al encuentro con
el Padre, porque de otra manera el hombre lleno de su ceguera, como un ciego, en
el sentido estricto de la palabra, lo más que podría hacer es tantear e ir dando
vueltas sin sentido, buscando equivocadamente dónde está la vida, dónde se
encuentra el camino correcto. Por eso también la vida del cristiano está llamada a
ser un lugar, una manifestación de Cristo, pero del Cristo Resucitado que
transforma el corazón y la vida nuestra. La Iglesia no solamente nos debe poner
ante Cristo, sino ella misma tiene que enseñarnos, educarnos e instruirnos en saber
pedir aquello que nos conviene. Para que Cristo, así como le respondió al ciego,
también a nosotros, dejándonos ayudar por la Iglesia, nos responda: "...anda tu fe
te ha salvado. Y al momento recobró la vista...", y como termina el evangelio,
seamos introducidos en el camino, que significa estar reconciliados y vivir
íntimamente con Dios en Cristo.
El Beato Papa Juan Pablo II nos dice al respecto: ¿En qué consiste la fe? La
constitución Dei Verbum explica que por ella «el hombre se entrega entera y
libremente a Dios, le ofrece "el homenaje total de su entendimiento y voluntad",
asintiendo libremente a lo que Dios revela» (n. 5). Así pues, la fe no es sólo
adhesión de la inteligencia a la verdad revelada, sino también obsequio de la
voluntad y entrega a Dios, que se revela. Es una actitud que compromete toda la
existencia (Juan Pablo II, Catequesis La Fe en Cristo, 18 de marzo de 1998)
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar