XXX Domingo del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
MIERCOLES
Lecturas bíblicas
a.- Ef. 6,1-9: Hijos, obedeced a vuestros padres.
b.- Lc. 13,22-30: Entrar por la puerta estrecha. Sentarse a la mesa en el
Reino de Dios.
Vemos como Jesús sigue camino a Jerusalén, atravesando ciudades y aldeas.
Enseña que las promesas divinas se están cumpliendo en ÉL, muestra el camino
hacia Dios, lo que es necesario para alcanzar la salvación (cfr. Lc. 4, 12; 20,21;
Hch. 16, 17). La salvación es ofrecida a todos, Jesús itinerante, es modelo para los
discípulos que llevarán su palabra hasta los confines del mundo (cfr. Hch. 8, 25; 4,
40; 9, 51; 13,33). El peregrinar de Jesús terminará en Jerusalén, donde vivirá su
misterio pascual, pero su meta definitiva es el cielo (cfr. Hc. 1,10). La enseñanza
que les da Jesús con su caminar, es mostrarles el camino de su propio peregrinar
hacia la pascua personal y salvación, es decir, tener experiencia del misterio de
muerte y resurrección que ÉL vivió por ellos, como culminación de su configuración
con su Maestro. Serán ellos, los que anuncien la salvación a las gentes, y que luego
de vivir la fe y muchas tribulaciones, entrarán en el Reino de Dios (cfr. Hch. 8,40;
14, 22; 16,17). Respecto a la pregunta que le hacen a Jesús, acerca de cuantos se
salvarán, no responde sino con una exhortación: “Luchad por entrar por la puerta
estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán” (v. 23). Sólo
quien se hace fuerza personal, podrá entrar en el Reino de Dios. El propio Jesús
luchó en Getsemaní, hasta que aceptó el cáliz de la pasión y muerte de cruz, lo
mismo sus discípulos, no pueden ir por otro camino, que no sea el suyo (cfr. Lc.
17,20; 18,18; 22, 44; 9, 57-62). Pablo, también se hace eco de este esfuerzo, por
conservar y trabajar la fe recibida (cfr. 1Tim. 6, 12; 2 Tim. 4,7). La puerta, sin
embargo, sigue abierta hasta que el Señor vuelva a juzgar a vivos y muertos; lo
más importante, es entonces tomar una decisión respecto a la salvación. Pocos
serán los que consigan atravesar la puerta, un pequeño rebaño, porque pocos dan
con ella (cfr. Lc. 12,32; Mt. 7,14; Jesús no indica número, porque quiere urgir a
tomar una decisión. Acabado el tiempo de la salvación, cerrada la puerta, no los
reconocerá aunque insistan que han comido con ÉL; no escucharon sus invitaciones
a la conversión porque son malhechores (v. 27), son agentes de injusticia. No basta
haber sido discípulo de Jesús, para entrar en el Reino de Dios, se necesita poner
por obra su Palabra (cfr. Mt. 7, 21), obediencia a su querer divino (cfr. 1Cor. 10,1-
11). La perdición de muchos no es culpa de Dios, pues hasta los gentiles entran en
el Reino de Dios (cfr. Is. 25, 6-8), y cantarán la acción de gracias (cfr. Sal. 106, 1-
3). Los paganos se convierten a Dios a las palabras de Jesucristo, mientras los
judíos se autoexcluyen, porque a diferencia de los gentiles, aceptan su mensaje, se
deciden por ÉL y le siguen. Todo cristiano ha de vivir el misterio pascual de Cristo,
si quiere alcanzar la vida eterna.
Santa Teresa de Jesús, mientras caminamos hacia el banquete del Reino de Dios
nos alimentamos del banquete que Jesús prepara cada domingo para sus
hermanos. “El decir hoy, me parece es para un día, que es mientras durare el
mundo, no más. ¡Y bien un día! Y para los desventurados que se condenan, que no
le gozarán en la otra, no es a su culpa si se dejan vencer, que El no los deja de
animar hasta el fin de la batalla. No tendrán con qué se disculpar ni quejarse del
Padre porque se le tomó el mejor tiempo. Y así le dice su Hijo, que, pues no es más
de un día, se lo deje ya pasar en servidumbre; que pues Su Majestad ya nos le dio
y envió al mundo por sola su voluntad, que El quiere ahora por la suya propia no
desampararnos, sino estarse aquí con nosotros para más gloria de sus amigos y
pena de sus enemigos. Que no pide más de hoy, ahora nuevamente, que el
habernos dado este pan sacratísimo para siempre. Su Majestad nos le dio, como he
dicho, este mantenimiento y maná de la humanidad; que le hallamos como
queremos, y que si no es por nuestra culpa, no moriremos de hambre; que de
todas cuantas maneras quisiere comer el alma, hallará en el Santísimo Sacramento
sabor y consolación. No hay necesidad ni trabajo ni persecución que no sea fácil de
pasar si comenzamos a gustar de los suyos. Pedid vosotras, hijas, con este Señor al
Padre que os deje hoy a vuestro Esposo, que no os veáis en este mundo sin El; que
baste para templar tan gran contento que quede tan disfrazado en estos accidentes
de pan y vino, que es harto tormento para quien no tiene otra cosa que amar ni
otro consuelo; mas suplicadle que no os falte y que os dé aparejo para recibirle
dignamente” (CV 34,2-3).