XXX Domingo del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
JUEVES
Lecturas bíblicas
a.- Ef. 6,10-20: Tomad las armas de Dios.
b.- Lc. 13, 31-35: Herodes el astuto y apóstrofe a Jerusalén.
En este evangelio encontramos el rechazo de Herodes Antipas (vv. 31-33) y la
apóstrofe de Jerusalén (vv. 34-35). Contemplamos a Jesús, atravesando el
territorio de Herodes Antipas. Los fariseos le avisan, que el rey lo quiere lejos de su
entorno, teme su actividad y el alboroto que pueda suscitar en el pueblo, de ahí
que lo amenace con la muerte (cfr. Lc. 9,7; 9,9; 23,15; Mc. 6, 24-26). Es
precisamente esta amenaza, la que proyecta luz sobre su destino: se encamina
hacia Jerusalén, para morir y resucitar. La respuesta de Jesús presenta a Herodes
Antipas, como hombre astuto y cobarde, con ardides pretende alejarlo, pero
cobarde, porque no es capaz de hacer opción por él o contra él; Jesús exige una
decisión (cfr. Ez. 43, 4ss). La pretensión de Herodes es disponer de la vida de
Jesús, pero es Dios quien guía su acción, no los hombres. Jesús sana, con el poder
de Dios, lo mismo expulsa demonios, resucita muertos, porque el Espíritu de Dios lo
ha ungido (cfr. Hch. 10, 38). La obra de Jesús, depende de la voluntad de Dios.
Sabe que le queda poco tiempo, mientras camina seguirá haciendo el bien, “hoy y
maana”, pero al fin será consumado (v. 32); la muerte futura no detiene su
actuar, al contrario, corona su quehacer entre la gente, con la oposición de sus
adversarios (cfr. Lc. 12, 50; Jn. 19, 30; Lc. 6, 11; 11, 53). Pablo es un claro
ejemplo, de cómo es guiado por el Espíritu de Dios, llega a Roma a cumplir su
misión, pese a sus enemigos y adversarios (cfr. 2Cor.11, 23-33). Con estas
palabras Jesús, parece anunciar su propia resurrección (cfr. Os. 6, 2), es el tercer
día de la salvación del pueblo; se cumplen las promesas. Como profeta, Jesús, tiene
el mismo destino de aquellos que le precedieron, morir en Jerusalén. Los judíos no
son sólo hijos de profetas, sino que también, de los que mataron a los profetas
(cfr. Hch. 3,25; 7, 52; Lc. 6, 23; 11, 47). La cercanía de Jerusalén, hace que los
profetas contemplen a Dios, pero también experimentan la rebelión contra la
voluntad de Dios; Jesús camina hacia ella y la historia de la salvación alcanza su
plenitud con la muerte del Justo, que visita a su pueblo (cfr. Jr. 2, 30; Neh. 9, 26;
Lc. 7, 16). En un segundo momento de este evangelio (vv. 34-35), tenemos las
últimas palabras de Jesús: una denuncia, una queja, una lamentación y una
profecía: Jerusalén la que mata los profetas, cuan querido es su deseo de reunir a
sus hijos, “y no habéis querido” (v.34); Jerusalén se quedará vacía, clara alusin a
la destrucción de la ciudad a manos de los gentiles, los romanos el año 70. Los
profetas del pasado ofrecieron la salvación de Dios a esta ciudad, pero Jerusalén los
mató y los apedreó como blasfemos. Este repudio alcanza su punto culminante con
el rechazo del Hijo de Dios. La palabra de Jesús, es la palabra definitiva de Dios, sin
embargo, ellos no la quisieron. El ave que cuida de sus polluelos, los protege, en
labios de Jesús suena con tanta ternura, que se conmueve al pronunciar este
lamento (cfr. Dt. 32,10; Is. 31,5; Sal.3,8;17,8; 57,2; 61,5; 63,8; 91,4). Jesús
quería reunirlos a todos bajo la protección de Dios, de su amor, para guiarlos a la
salvación. Jerusalén ciudad soberbia, confía en lo que es y tiene, y no quiere recibir
una nueva palabra de Dios, el amor de Dios y el pecado del hombre termina
trágicamente con la subida de Jesús a Jerusalén (cfr. Mt. 21, 33-39). Jerusalén,
grande y hermosa porque Dios la escogió, como su morada. Pero con la muerte de
Cristo en ella, todo queda consumado, puesto que ha aparecido la gloria de Dios en
el templo (cfr. Lc. 2,21-37). Una vez entregado Jesús a la muerte, vendrá sobre
ella la catástrofe. Se le retirará el favor divino y quedará en manos de sus gentes,
lo que traerá la destrucción (cfr. 1Re. 9, 7; Is. 64, 10ss; Jr. 7,14; 12,7; 26,4-6).
Pero no todo está perdido, si bien será la ciudad donde muera Jesús, también es la
ciudad de su resurrección, exaltación y glorificación. La muerte que la ciudad le
prepara, termina en exaltación, en su venda como Hijo del Hombre con poder y
gloria (cfr. Lc. 22, 69). Algún día sus habitantes dirán: “¡Bendito el que viene en el
nombre del Seor!” (Sal. 118, 26). Antes que Jesús vuelva en majestad y gloria,
Israel se convertirá, e ingresará en la Iglesia (cfr. Rm. 1, 25ss). La comunidad
eclesial camina por el mundo hacia la casa del Padre, en el camino, hace el bien a
todos los hombres, como Jesús; confía en que estas promesas hechas por
Jesucristo se cumplirán.
Santa Teresa de Ávila, nos invita a poner la mirada en el Crucificado: “Poned los
ojos en el Crucificado y haráseos todo poco. Si Su Majestad nos mostró el amor con
tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras?
¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien,
señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su
libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como El lo fue; que no
les hace ningún agravio ni pequeña merced. Y si a esto no se determinan, no hayan
miedo que aprovechen mucho, porque todo este edificio -como he dicho- es su
cimiento humildad; Torno a decir, que para esto es menester no poner vuestro
fundamento sólo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis virtudes y hay
ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que sea sólo no
crecer, porque ya sabéis que quien no crece, descrece; porque el amor tengo por
imposible contentarse de estar en un ser, adonde le hay. (7 M 4,8).