Comentario al evangelio del Martes 30 de Octubre del 2012
Solemos saber poco de ellos. Sus enemigos tienen fuerza y dominan los medios de comunicación y los
canales de información, pero ellos son como la termita que acaba obligando a tirar el edificio que
presumía de sus vigas de madera. Hablo de los miles de hombres y mujeres sin nombre que se
empeñan en perdonar, en denunciar la violencia y combatirla pacíficamente, en romper barreras, en
tender puentes, en poner amor donde hay odio e indulgencia donde se pide venganza. (¡Qué ocasión
tan bonita este Año de la Fe para releer los Mensajes del Concilio a la Humanidad!... Hoy, de otro
modo, millones de seres humanos siguen preguntando: ¿No tenéis una palabra que decirnos?)
Me refiero a las madres de familia valientes que no toleran que se margine a unos niños por ser gitanos
o extranjeros; al chico y la chica del instituto que reclaman su derecho a recibir clase de religión; al
universitario que invita sin rubor a sus compañeros a hacer algo en el Año de la Fe; al sindicalista
jubilado que espabila las conciencias de quienes las hemos perdido entre comilonas y nuevos aparatos
informáticos; al sacerdote que abre y abre y abre la iglesia y pasa horas y horas y horas en ella por si
alguien le necesita…
En los dibujos animados se muestra de vez en cuando al elefante y al león (grandes, fuertes y
poderosos) que se suben aterrados a una banqueta ante la presencia de un ratón. La fe, la vida, la
gracia, el amor, el perdón tienen un poder invencible, aunque al principio parezcan insignificantes. La
bendición de Dios, que los fecunda y empuja discreta y silenciosamente, lleva la historia (la grande y
las pequeñas) hacia el Reino. Jesús lo dice mucho mejor: releamos el texto, el grano de mostaza, la
levadura…
Todos ponemos echar una mano. Los tiempos de excusarse ya pasaron. Dios sigue eligiendo lo débil
para confundir a (lo que parece) fuerte.
Pedro Belderrain, cmf