XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
¡Ánimo, levántate!
En las ciudades de la madre España, sumida en la gran crisis económica, y también
en las de Latinoamérica va creciendo el número de los mendigos, de personas que
van pidiendo por la calle, a veces de puerta en puerta, por encontrarse en una
situación de indigencia extrema. En el evangelio de este domingo se narra el
episodio del encuentro de un mendigo ciego con Jesús en Jericó (Mc 10, 46-52). El
ciego se llamaba Bartimeo, era un marginado que estaba sentado junto al camino y
que encontró en Jesús la salvación que cambió su vida, pues se puso en marcha
siguiendo a Jesús por el camino tras haber conseguido una nueva visión
rehabilitadora de la vida. La realidad histórica acontecida en este episodio así como
su importancia significativa simbólica y teológica desde la narración de Marcos
constituyen dos elementos dignos de consideración para fundamentar, en el
encuentro personal con Cristo a través de esta palabra evangélica, un motivo de
ánimo y esperanza que nos saque de cualquier estado de paralización, de ceguera y
de miseria.
En los tres evangelios sinópticos se repite el grito del ciego, donde se invoca la
misericordia de Jesús, el Mesías davídico, con la súplica heredada en nuestra
tradicin litúrgica del “Kyrie eleison” (Seor, ten piedad). Marcos destaca que los
discípulos son mediadores del encuentro entre el ciego y Jesús por encargo de este
último. La misión dada por el Señor a todo discípulo es ser mediador del encuentro
de Jesús con los necesitados, dando ánimo, levantando a los marginados y
haciéndoles percibir la llamada de Jesús, que siempre escucha el clamor del pobre y
del mendigo. También destaca Marcos que la respuesta del ciego a esta llamada es
extraordinaria, pues, tirando el vestido y brincando, fue al encuentro de Jesús. El
que era mendigo y ciego recupera la dignidad, la libertad y la alegría incluso antes
que la vista, pues se ha encontrado con el Jesús de la misericordia entrañable de
Dios. La fe ciega en Jesús se manifiesta en todo el proceso. Y esa fe conduce al
camino de la salvación, prometido por Dios en Jeremías (Jr 31,7-9) para cojos y
ciegos, que eran exponentes de la población de los indigentes en un pueblo
oprimido, pero llamado por Dios al consuelo, a la libertad y a la alegría exultante.
Por eso la trascendencia de este milagro de Jesús radica en su profundo significado
desde la fe cristiana. La recuperación de la vista se vincula al bautismo como
iluminación de la vida y el abandono del manto por parte del ciego representa la
ruptura con el pasado para comenzar una vida nueva. La correlación existente
entre el oír y el creer del ciego, y, a partir de su encuentro personal con Jesús, la
recuperación de la visión y el ulterior seguimiento de Jesús en su camino a
Jerusalén, convierten al ciego Bartimeo en otro prototipo del auténtico discípulo y
seguidor de Jesús.
El énfasis de Marcos en el papel mediador de los discípulos orienta especialmente la
misión mediadora de la Iglesia, la cual debe estar atenta a las personas que, como
el mendigo ciego, sufren enfermedades, ceguera física y espiritual, marginación,
desempleo forzoso y pobreza. Hacia todas ellas los creyentes estamos llamados a
decir una palabra de aliento y de esperanza, abriendo caminos inéditos de
solidaridad, que conduzcan al encuentro salvador con Jesús. “¡Ánimo, levántate!”
debe ser también nuestra palabra en este momento crítico de la historia. En
España, durante esta semana, el desempleo ha llegado al 25% de la población
activa, el número de familias en las que ya no tiene trabajo ninguno de sus
miembros llega al millón, la pobreza avanza a ritmo galopante y la desesperación
de un desahuciado expulsado de su casa ha terminado en suicidio. Esta sociedad
está verdaderamente ciega. La Iglesia está comprometida con los pobres,
especialmente desde Cáritas, el brazo amoroso de toda la Iglesia que atiende a los
que ya nadie hace caso. Como creyentes hemos de activar también una respuesta
múltiple en la Iglesia para que ejerza su verdadera misión mediadora, que permita
dar una nueva visión de la situación de pobreza, de miseria y de marginación que
predomina en nuestro mundo. Es preciso urgir el análisis riguroso de las causas
estructurales, así como la toma de conciencia de la situación crítica a nivel social y
económico, sin olvidar en ningún caso la intervención directa y urgente, solidaria y
rehabilitadora de la dignidad de los últimos, de los ninguneados y de los
marginados.
Además, en el evangelio de Marcos este relato de la curación del ciego es la
conclusión de una sección más amplia (Mc 8,22-10,52). En ella Jesús ha enseñado
que el camino del Mesías pasa por el rechazo de las autoridades, por la cruz y por
la incomprensión de los mismos discípulos al oír los anuncios de la pasión. Jesús
reprocha a los discípulos su ceguera y su incapacidad para comprender el sentido
de su persona y de su camino. Entre el Mesías del servicio hasta la cruz del que
habla Jesús y el Mesías convencional del poder esperado por los discípulos existe un
abismo. La pregunta de Jesús a los hijos de Zebedeo y al ciego de Jericó es la
misma: «¿Qué quieres que haga por ti?» (Mc 10,36.51), pero la respuesta es
radicalmente opuesta. Los primeros manifiestan su obcecación por aspirar a los
primeros puestos del escalafón y su comprensión de Jesús en clave de poder,
mientras que el ciego Bartimeo muestra su fe y su comprensión de Jesús como
Mesías del servicio que tiene potestad para darle una nueva visión e introducirlo en
un nuevo camino vital que le llevará al seguimiento de su mismo camino de servicio
y de entrega a los demás. Nos podríamos preguntar cuál sería nuestra respuesta
personal a esa interpelación de Jesús.
La carta a los Hebreos (Heb 5,1-6), por otra parte, sigue exponiendo los elementos
del sacerdote supremo que es Cristo como mediador entre Dios y los hombres. El
primer rasgo del sacerdocio de Cristo es su profunda solidaridad con los seres
humanos, sus hermanos, con cuyas debilidades ha de ser siempre indulgente y
compasivo, tal como muestra Jesús en el milagro de la curación del ciego. La
máxima debilidad del hombre es el pecado, por el cual el sacerdote ha de ofrecer el
sacrificio a Dios. La solidaridad y la indulgencia con la debilidad humana requieren
en el sacerdote una gran humildad. El texto es aplicado a Cristo, Sumo Sacerdote,
pero también tiene su consecuencia en la vivencia del sacerdocio ministerial.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura