Comentario al evangelio del Viernes 02 de Noviembre del 2012
Se repite con frecuencia (y es verdad) que muchas personas (que incluso muchos creyentes)
confundimos las celebraciones del 1 y el 2 de noviembre. Es posible. Pero quizá una de las causas está
en que no se distinguen tanto como a veces se piensa.
Está claro que en la solemnidad de ayer evocamos existencias bienaventuradas, felices, ejemplares,
dignas de elogio e imitación. Y también que no todos nuestros difuntos fueron así. Ahí están la realidad
del pecado, del odio, del rechazo a las propuestas de Dios, del Mal. Pero también están la Gracia y la
misericordia de Dios.
En este Año de la Fe se nos invita a celebrar no sólo los cincuenta años de la celebración del Concilio
Vaticano II, sino también los veinte de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, uno de
los frutos de la experiencia conciliar. En aquellos últimos años 80 y primeros 90 yo tuve la gracia
(porque fue toda una gracia) de compartir ratos y experiencias con uno de los mejores teólogos que
España y Europa dieron en esas décadas: el sacerdote asturiano Juan Luis Ruiz de la Peña. Aún
recuerdo su desasosiego ante uno de los borradores de lo que al final no fue el Catecismo: “¡pero si
habla más del infierno que del cielo!”.
Aquel planteamiento no pasó al texto final. Y Juan Luis -que amaba entrañablemente a la Iglesia-
respiró. Claro que tenemos que hablar del pecado, de la seriedad de la vida, de la posibilidad de
condenarse, del sentido de lo que durante siglos hemos llamado purgatorio. Pero sin olvidar nunca que
Jesús el Cristo habló en la sinagoga de Nazaret “del año de gracia del Señor” pero no “del día de la
venganza de nuestro Dios” (cf. Lc 4, 19). Dice un proverbio oriental que cuando el sabio señala la luna
con el dedo los necios se quedan mirando al dedo. Tengo la sensación de que algo de esto nos ha
pasado: miremos la luna, que a ningún difunto le falte nuestra oración y a ningún vivo nuestra caridad
(¡qué no es cosa de amar sólo a la gente cuando se ha muerto!...).
Pedro Belderrain, cmf