DOMINGO XXXI. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.
Mc. 12, 28b-34
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús:
«El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único
Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu
prjimo como a ti mismo?’ No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo
y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el
entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale
más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios.»
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
CUENTO: EL CIELO ES EL AMOR DE UNOS POR OTROS
Cierto día, un gran sabio religioso le pidió a Dios que le permitiera ver cómo
era el Cielo y el Infierno para compartir su experiencia con los demás
hombres. El sabio de inmediato se sumergió en sueños y mediante el poder
de Dios su alma viajó a los diferentes destinos. Dios decidió mostrarle
primero el Infierno. Era una gran mansión, cuya única habitación era un
largo e infinito comedor. El comedor era tan amplio como una autopista y al
frente de cada comensal estaban servidos los mejores y más variados
platos y manjares existentes. El sabio observó detenidamente sus caras y
notó que estaban enfermos y que tenían hambre, ya que sus cucharas eran
tan largas como remos, y por más que intentaran estirar sus brazos no
alcanzaban a alimentarse. El sabio simplemente observó detenidamente y
en silencio. Imaginaba que el Cielo sería totalmente diferente. Después de
observar unos segundos más, Dios decidió mostrarle el Cielo a aquel
hombre sabio. El sabio comenzó a mover sus manos, mientras ascendía en
ese lento trance. Grande fue su asombro al ver la misma mansión y entrar
en ella. La única habitación era un gran comedor con las mismas
dimensiones y características del Infierno. Estaba servida con los mismos
platos ostentosos y los mismos exquisitos manjares. Pero él sabía que algo
diferente tenía que ocurrir. Observó que los comensales, a pesar de tener
cucharas tan largas como remos, se veían saludables, llenos de vigor y
felices. El sabio se preguntó a sí mismo: -¿Pero cómo pueden estar tan
felices si ellos por si mismos no pueden alimentarse?. Y entonces
comprendió: - ¡Ahhhh!, es eso. Y observó que cada comensal alimentaba a
la persona que estaba sentada al frente de él.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Muchas veces en clase, mis alumnos me preguntan por la diferencia entre el
cristianismo y las demás religiones, porque con eso de que vivimos unos
tiempos de cierto sincretismo donde todo parece que es igual, pues a ellos
en realidad les da igual Cristo que Buda o que Mahoma o que Moisés. Todos
son hombres buenos, santos, que han predicado cosas buenas y todos
insisten en lo mismo. Y siempre les digo que hay algunas diferencias
importantes, lo cual no significa que desprecie a los demás fundadores o a
las demás creencias religiosas. Una de ellas está manifestada en el
Evangelio de hoy, donde Jesús es preguntado sobre el mandamiento
principal. Y Jesús responde algo revolucionario, no que el principal sea amar
a Dios sobre todas las cosas, sino el que amar al prójimo como a uno
mismo es igual que amar a Dios. Es decir, que Dios y el prójimo están al
mismo nivel. O que Dios se hace presente en el prójimo. Ya lo dijo san
Juan: “Quien no ama su prjimo a quien ve, como puede amar a Dios a
quien no ve. Quien dice que ama a Dios, ame también a su hermano”. Más
claro, agua.
He aquí ka esencia del cristianismo: la experiencia de un Dios que es amor
y que se manifiesta en Cristo como Padre misericordioso que nos envía a
amarlo a El en cada ser humano, especialmente en los más necesitados. Ya
lo decía san Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Porque quien ama no
puede hacer daño a su prójimo. El amor, la clave de la fe. Sin amor, al
menos no hay fe cristiana. Más que nunca, en nuestra sociedad llena de
tantas cosas, hace falta el testimonio de un amor gratuito, generoso,
desinteresado, compartido y solidario. Aquí nos jugamos los cristianos las
credenciales de nuestra fe. Si un amor real y verdadero, el mundo no nos
creerá. La gente ya no cree los grandes discursos, sino los grandes
testimonios de vida.
El Evangelio de hoy nos interpela y nos anima a vivir este testimonio del
amor sin miedos, con alegría, con esperanza. Más que nunca, necesita la
Iglesia hacer hincapié en el rostro amoroso de Dios, necesita ser rostro
materno, no imagen de juez severo. No debe ocultar ni dejar de proclamar
su verdad sobre el ser humano y sobre la humanidad, pero destacando más
lo bueno que lo malo, lo positivo que lo negativo.
Hagamos en propósito de amar más, empezando por la familia, los amigos,
los cercanos, esos “prximos” a los que a veces más nos cuesta amar.
Hagamos de nuestra tierra y de nuestro mundo pequeño y grande un cielo,
como el del cuento, donde todos nos preocupemos de los demás, que en
definitiva eso es el verdadero amor. Como nos decía la Madre Teresa de
Calcuta: “Ser santos es hacer muchas pequeas cosas con mucho amor”.
¡FELIZ SEMANA LLENA DE AMOR Y DE ALEGRÍA!