Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La auténtica revolución
Las revoluciones se han sucedido a lo largo de la historia como cuentas de un rosario sin
fin. Cada una tuvo su propio drama de abuso, miseria e injusticia social que las llevó a
rebelarse contra quien detentaba el poder, pero todas, excepto una, han cobrado millones de
vidas humanas. Recordemos, por ejemplo, la revolución francesa, la rusa o la china.
La revolución francesa llegó como una consecuencia del hambre y miseria que sufría el
pueblo mientras los reyes estrambóticos tipo Luis XIV, el rey sol, banqueteaba en su
palacio de Versalles al tiempo que gobernaba con irresponsable despotismo. Pero como
todo tiene un límite, este le alcanzó a Luis XVI en la revolución de 1789, cuando el rey
abdica y el poder pasó a manos del pueblo con la insigne toma de la Bastilla, símbolo del
absolutismo monárquico. Robespierre, un cruel y radical jacobino comenzó a darle juego a
la guillotina que decapitó a cientos de monárquicos y co-revolucionarios. Cuando el
verdugo cortaba la cabeza la mostraba a la multitud que gritaba: ¡Viva la revolución! Esta
cobró 5 millones de muertos entre los años 1789 y 1815.
La revolución bolchevique de 1917 quiso poner fin al régimen zarista y se instaló un
régimen comunista que Lenin se encargó de implantar inspirándose en la ideología de Karl
Marx. Éste había predicho que tras la revolución de la clase obrera se produciría una fase
de transición socialista, y que a través de la dictadura del proletariado es como llegaríamos
finalmente a la sociedad comunista. Promesa salvífica de la doctrina comunista que dejó
cien millones de muertos.
La revolución china de Mao Zedong (Mao Tse-tung) máximo dirigente del partido
comunista de China segó la vida de 70 millones de personas. Cada revolución ha tenido su
particularidad, pero todas han cobrado altas cotas de terror y violencia.
¿Cuál ha sido la única revolución capaz de transformar sin matar? La revolución de la
justicia, de la verdad y del amor. El amor es capaz de llevar pan, respeto y progreso sin
necesidad de matar a nadie. Esta revolución comienza en el seno familiar y se extiende al
mundo entero. ¿Acaso Juan Pablo II no trasformó significativamente el mundo con las
armas de la caridad, del perdón y con su entrega generosa a los hombres de todos los
pueblos, razas y credos?
Jesús en el evangelio del domingo nos invita a emprender la revolución del amor:
“Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia; dichosos los pacíficos,
porque poseerán la tierra; dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos
de Dios” (Mt, 5,1). twitter.com/jmotaolaurruchi