XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
DOMINGO
Lecturas bíblicas
a.- Dt. 6, 2-6: Escucha Israel: Amarás al Señor u Dios, con todo el corazón.
La primera lectura comienza con una llamada de atencin: “Escucha Israel” (v.4;
Dt. 5,1; 9,1). Se trata de la principal oración judía, pero aquí más que una plegaria
es una proclamación: profesión de fe en el único Dios y afirmación del precepto de
amarlo, precepto que debe quedar bien grabado en el presente del creyente judío
comunicarlo a las futuras generaciones. Esta llamada a escuchar, supone la
asamblea reunida, donde lo primero será la profesión de fe. La afirmación
monoteísta no se refiere todavía a la unicidad de Dios en sí misma, sino más bien
lleva la polémica tensión frente a los cultos de los baales de los cananeos; tentación
frecuente que vivió Israel durante la época monárquica. Lo que se proclama es que
ninguna deidad, se ha mostrado divina como Yahvé. El que se reveló como su único
Dios los ha librado del dominio de todos los ídolos. Amarás a Yahvé, es la mejor
expresión de esa entrega total del hombre a Dios, como respuesta a su revelación.
No admite parcialidades, ni límites. En este libro del Deuteronomio, más que la idea
de un amor esponsal, el autor está pensando en un amor filial: Yahvé es el padre
que da el ser y educa a su pueblo (cfr. Dt. 8,5; 14,1), e Israel como hijo debe
responder a su amor paterno. Esta actitud de amor el judío piadoso ha de hacerla
suya sin ahorrar nada de su capacidad de entrega amorosa, debe grabarlo en su
memoria: Dios es solamente uno y amarás; proclamarlo con su lengua, repetirlo,
anunciarlo en todo momento a los hijos, escribirlo en el propio cuerpo y en los
lugares visibles del hogar. Estos modos externos hacen que el precepto está
presente en todo momento, llena de fe y amor toda la existencia, expresión de una
actitud interior. Esta trasmisión de la fe, de la memoria, confirma la identidad y
mantiene la continuidad de la propia comprensión. Los hijos que asumen este credo
dan en nombre de Dios, razón a sus progenitores. La predicación de este
mandamiento capital que es síntesis de todos los demás evoca los fundamentos de
la fe hebrea y los actualiza. El fundamento de precepto es la obra salvadora de
Yahvé que abarca en el tiempo la promesa hecha a Abraham hasta la donación de
la tierra prometida a un pueblo que fue esclavo en Egipto y conoció la tentación en
el desierto. Es Dios quien cumple esta promesa, por ello, Israel ve que esa tierra es
su don y no propiedad adquirida, por lo mismo aprecia mayormente los bienes
como plenitud de una vida feliz.
b.- Heb. 7, 23-28: Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que
no pasa.
El autor de la carta a los Hebreos, nos enseña que el sacerdocio de Cristo no pasa,
es eterno de ahí que pueda salvar a los hombres, porque siempre está
intercediendo por ellos. Una de las características del sacerdocio de Cristo es su
permanencia, es Sacerdote eterno, pero también el autor lo contrapone con el
sacerdocio levítico y su transitoriedad, motivada por la realidad mortal de esos
sacerdotes. Ninguno de ellos podía representar a toda la humanidad ante Dios. Otra
característica es su oración perpetua, parte fundamental de su ejercicio sacerdotal:
vive siempre para interceder por los hombres ante Dios. Esta oración se concretiza
en el auxilio divino, de la gracia que fortalece al creyente en Cristo Jesús; es su
oración ante el Padre, por todos los que creerán en ÉL, los que invocan su Nombre
(cfr. Jn.17, 20). Cristo rogaría especialmente por los que sufren tentación, para que
su fe no decaiga (cfr. Lc.22, 23; Hb. 4,16). El autor sagrado tiene en mente el
ejercicio sacerdotal levítico, para expresar este oficio de intercesión de Cristo Jesús,
cuando el día de la expiación el sacerdote entraba con la sangre de las víctimas, en
el santo de los santos, para expiar los pecados de todos los pueblos. Esto mismo
hace Jesús de forma perfecta, porque penetró los cielos, está ante la presencia del
Padre. El fin del ministerio sacerdotal de Cristo, es logar la comunión con Dios, por
eso llegó hasta Dios (v.25); ahí está la razón de la salvación. Para lograr este fin se
necesita un mediador único, con características personales también, únicas. El
sacerdote levita, no podría logar metas tan altas, por ser un pecador. Por ello se
presenta a Jesucristo como “santo, inocente, incontaminado, apartado de los
pecadores, encumbrado sobre los cielos” (v. 27), realidad que se constata, no se
explica (cfr. Hb.4,15). Su plena solidaridad con los hombres, a los que viene a
salvar, rescatar del pecado, está por encima de los pecadores, pertenece al mundo
de lo divino, al cielo. Jesucristo Sacerdote ofrece diariamente su sacrificio al Padre,
mejor dicho está siempre presente su sacrificio ante el Padre. ÉL no necesitaba
ofrecer sacrificios diarios, por sus propios pecados, porque Jesús no los tenía (cfr.
Hb. 9,7. 25; 10,1.3). Una vez para siempre se ofreció a sí mismo por el pueblo; se
entregó a la muerte, y su sacrificio fue aceptado por el Padre. Este sacrificio le abrió
el acceso al santuario celeste, ante Dios, en su oficio sacerdotal para siempre. La
eficacia absoluta de este sacrificio de Cristo es resaltada por el autor sagrado; este
sacrificio único se contrapone a los sacrificios de la antigua alianza, repetidos
indefinidamente, porque ineficaces para procurar la salvación (cfr. Hb.7,27;
9,12.26.28; 10,10.12.14; Rm.6,10; 1Pe.3,18). No es la muerte de la víctima ni la
consumación de las ofrendas, lo esencial del sacrificio, sino la aceptación por parte
de Dios 8cfr. Gál.4,4. Ofreciéndose a sí mismo, Cristo ha sido acogido por Dios, en
el mundo divino, donde cada acto adquiere un valor eterno. El último argumento
para hablar de la eficacia de este sacrificio único, es el juramento hecho por Dios,
que constituyó sacerdote no a un hombre común, sino al Hijo (v.28; cfr. Sal.110,4).
c.- Mc. 12, 28-34: El mandamiento principal.
El evangelio nos presenta la inquietud de un escriba por saber, cuál es el
mandamiento principal de la ley de Dios. La pregunta a Jesús le parece sincera, y
la responde en forma tradicional, es decir, con los argumentos que todo judío
conocía. La respuesta era: amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo
como a sí mismo (vv. 28-31; cfr. Dt. 6,4-5; Lv. 19,18). Ahora bien: amar a Dios
sobre todas las cosas estaba claro lo que consistía en conocerlo, como ÉL se ha
dejado conocer, donarse a Dios, entregarse a ÉL, como lo ha hecho a lo largo de
toda la historia de la salvación. El tema del prójimo, era lo que no estaba tan claro,
porque se entendía, por prójimo sólo otro judío, o el prosélito o pagano que se
hacía judío. Jesús, une los dos preceptos, amor a Dios y al prójimo, y los define
como uno solo, lo que significa, que no se puede observar uno sólo y dejar el otro,
para que alcancen su plenitud y madurez en el creyente. Éste último en labios de
Jesús, hay que comprenderlo desde su mensaje, entendiendo por prójimo, todo
hombre y mujer, no sólo el judío, ni tampoco el solo pariente, sino todo ser
humano. La respuesta del letrado, amar a Dios y al prójimo vale más que todos los
holocaustos y sacrificios (vv. 32-33), es una respuesta que Jesús aceptó, encierra
el sentido pleno de toda esta inquietud. El amor a Dios es más importante que el
culto, y su práctica porque es el amor el que da sentido y valor salvífico al culto
mismo. La honestidad, la sinceridad al momento de celebrar la fe, es fundamental
para examinarnos en el amor que llevamos en el espíritu, núcleo de la religión
cristiana. La intuición del escriba, la idea de vincular el cumplimiento del amor al
prójimo, con el culto a Yahvé, es todo un aporte teológico, un criterio sólido para
reconocer la santidad de vida del creyente. Jesús reconoce que entre los escribas,
había hombres que no estaban lejos del reino de Dios (v. 34). La vida de la
Iglesia, para quien mira desde fuera, puede parecer fría, si sólo contempla
personas que cumplen preceptos, pero, si entra en ella como cristiano,
contemplará el amor que hay en el corazón de la asamblea, la dedicación por el
culto divino y su preparación, la participación en la Palabra y su culmine es la
comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo; todo vivido en clave de fe y oración. Mas
esta celebración litúrgica se prolonga en un enorme número de obras de caridad
que las parroquias y comunidades realizan a favor de los pobres, ancianos, jóvenes
y niños, es decir, compartir la propia experiencia de fe en la pastoral sacramental
y de todo tipo de servicios que nacen del amor a Dios y al prójimo. El hombre que
busca sentido y visión de grandeza espiritual, amará a Dios, con toda su capacidad
de amar, y a su prójimo dando cohesión a su existencia, liberado de ídolos y de la
burda dispersión que desdibuja el Rostro divino en su alma hasta no saber quien
es, ni para qué está en esta vida. Sólo el amor es la salud del alma, enseña Juan
de la Cruz, es más, cuando ese amor sana y robustece esa condición de amigo de
Dios y de los hombres.
Santa Teresa de Jesús, desde la cumbre de la vida cristiana, ya entrada en las
místicas moradas nos ensea: “Aquí es de otra manera: quiere ya nuestro buen
Dios quitarla las escamas de los ojos, y que vea, y entienda algo de la merced que
le hace, aunque es por una manera extraña y metida en aquella morada por visión
intelectual, por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la
Santísima Trinidad, todas Tres Personas, con una inflamación que primero viene a
su espíritu a manera de una nube de grandísima claridad y estas Personas distintas,
y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con grandísima verdad ser
todas Tres Personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios; de manera
que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma, podemos decir, por vista,
aunque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es visión
imaginaria. Aquí se le comunican todas Tres Personas, y la hablan, y la dan a
entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendría El y
el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus
mandamientos (Jn 14,23)” (7M 1,6).