XXXI Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
LUNES
Lecturas bíblicas
a.- Flp. 2, 1-4: Manteneos unánimes.
b.- Lc. 14, 1. 12-14: No invites a tus amigos sino a pobres y lisiados.
El evangelio nos presenta la predica que Jesús hace en una comida en casa de uno
de los jefes de los fariseos (v.1) y la elección de los invitados (vv.12-14). Las
palabras de Jesús al dueño de casa, el que lo había invitado, tiene una sola
intención: abrir el círculo del amor fraterno a todo prójimo, no sólo amigos,
parientes y gente amiga rica, de la cual se espera compensación. Con amigos y
parientes se está bien; todo queda en casa. De los invitados ricos se espera
abundante recompensa. La invitación está regida por el amor propio. ¿Qué se hace
de extraordinario? Nada. También los pecadores hacen lo mismo (cfr. Lc.6, 32-34)
El discípulo de Cristo da amor y comparte, sin esperar recompensa alguna; nada de
conveniencias ni espera de compensaciones futuras. Es el distintivo del discípulo de
Cristo: no esperar nada a cambio; su amor no debe ser sólo un amor que espera
ser correspondido (cfr. Lc.6,35). Hay que invitar a los que no pueden pagarte,
devolverte nada, como son los pobres, los cojos y los ciegos, etc., no tiene prestigio
social o influencias, por lo tanto, no ayudan aumentar las influencias sociales o el
honor del nombre. Muchos de los que padecían impedimentos físicos, no eran
admitidos en el culto oficial del templo. De ahí que más tarde, pida amar a los
enemigos, en el Sermón de la montaña, de donde tampoco vendrá, ningún tipo de
compensación (cfr. Lc. 6, 35). Sólo quien pone en práctica este amor altruista y
desinteresado, tendrá parte en el Reino de Dios, porque su compensación se la dará
el mismo Dios. Recibirá de ÉL gracia, agradecimiento y recompensa, porque por
medio del prójimo, buscó en sus obras sólo servir a Dios (cfr. Mt. 6,1). En casa del
fariseo se manifestó la magnificencia de Dios, sanando al hidropónico, en sábado,
cuando se glorificó a sí mismo, porque hizo el bien al pobre (cfr. Lc. 14, 1-6); el
mismo Dios dirige su invitación a cojos y ciegos para el gran banquete (cfr. Lc. 14,
21; 6,35). El discípulo aprende a ser misericordioso, da sin esperar recompensa
alguna (cfr. Lc. 6, 36; Mt. 5, 16). Estas reglas del banquete, se convierten en reglas
del banquete celestial, que se comienzan a vivir en la Eucaristía que celebraba la
Iglesia primitiva. Pablo, se queja de las desviaciones que se cometían en la
comunidad de Corinto: que algunos comen antes de la celebración, mientras unos
pasan hambre, otros están borrachos (cfr. 1Cor. 11,20-22); Santiago también
condena la actitud de algunos haciendo diferencias sociales en la misma asamblea
(cfr. Sant. 2, 2-4). Es precisamente en esa mesa, donde el hombre es mendigo,
porque se le da de comer y beber, para el perdón de sus pecados (cfr. Mt. 26, 28).
Será el servicio desinteresado, el que haga que el discípulo de Cristo, reciba su
recompensa en la resurrección de los justos. No es la idea de la recompensa la que
lo mueve al cristiano, sino el Padre Dios, que está en los cielos, alcanzará la
comunión con ÉL en el Reino de Dios. Nos sólo los justos resucitarán, sino también
los pecadores (cfr. Hch. 24, 15); unos resucitarán para la vida eterna, porque
hicieron el bien; otros para la condena eterna, porque hicieron el mal (cfr. Jn. 5,
29). La resurrección es promesa de vida feliz con Dios, para siempre, siempre,
siempre.
Santa Teresa de Jesús, nos habla de la santa pobreza, vivida por el evangelio. “Y
crean, mis hijas, que para nuestro bien me ha dado el Señor un poquito a entender
los bienes que hay en la santa pobreza, y las que lo probaren lo entenderán, quizá
no tanto como yo; porque no sólo no había sido pobre de espíritu, aunque lo tenía
profesado, sino loca de espíritu. Ello es un bien que todos los bienes del mundo
encierra en sí; es un señorío grande; digo que es señorear todos los bienes de él
otra vez a quien no se le da nada de ellos. ¿Qué se me da a mí de los reyes y
señores, si no quiero sus rentas ni de tenerlos contentos, si un tantito se atraviesa
haber de descontentar en algo por ellos a Dios? ¿Ni qué se me da de sus honras si
tengo entendido en lo que está ser muy honrado un pobre, que es en ser
verdaderamente pobre? Tengo para mí que honras y dineros casi siempre andan
juntos, y que quien quiere honra, no aborrece dineros, y que quien los aborrece,
que se le da poco de honra. Entiéndase bien esto, que me parece que esto de
honras siempre trae consigo algún interés de rentas o dineros; porque por
maravilla hay honrado en el mundo si se es pobre, antes, aunque lo sea en sí, le
tienen en poco. La verdadera pobreza trae una honraza consigo que no hay quien la
sufra; la pobreza que es tomada por sólo Dios, digo, no ha menester contentar a
nadie sino a El; y es cosa muy cierta, en no habiendo menester a nadie, tener
muchos amigos; yo lo tengo bien visto por experiencia.” (CV 2,6-7).