XXX DOMINGO T. ORDINARIO B
+ Mons. D. Ciriaco Benavente
Mateos
"¿Qué quieres que haga por ti?"
Jesús va camino de Jerusalén. En el clima confidencial del camino les habla sin
tapujos a sus discípulos de lo que le espera. Los tres anuncios de la Pasión chocan
con una especie de ceguera interesada. Los discípulos están en otra onda. Es
seguramente la ceguera que el evangelista encontraba en sus contemporáneos
cuando componía el Evangelio; la misma que quizá sigue encontrando en muchos
de nosotros. El Evangelio, como si quisiera abrirnos los ojos a los oyentes de ayer y
de hoy, nos cuenta el episodio del ciego Bartimeo, acaecido en las afueras de la
antiquísima Jericó, etapa última en la subida a Jerusalén.
¿Quién es ese extraño personaje conocido como Bartimeo? Ciego y mendigo. Ni
siquiera sabemos su propio nombre. ” Ba r” en arameo significa “ hijo de ”: el hijo de
Timeo. Un hombre sin nombre no es más que un número en la masa. Está en las
afueras de Jericó, pidiendo limosna al borde del camino. ¿Qué otra cosa podía hacer
entonces un ciego? Tal vez sus ojos no habían conocido nunca la alegría de la luz o,
tal vez, acostumbrados a la oscuridad, ya ni siquiera podían poner imagen al canto
de los pájaros, al rumor del agua en la fuente o al silbo del viento en las palmeras.
Siempre que he comentado este evangelio no he podido resistirme a recordar los
versos grabados con admirable oportunidad en uno de los torreones de la
Alhambra, con la vista de la ciudad abajo, extendida hasta confundirse con el verde
de la vega granadina: “ Dale limosna, mujer, / que no hay en la vida nada/ como la
pena de ser/ ciego en Granada ”.
Y he recordado la novela de Saramago, que relata, como en una parábola de la
sociedad, la extraña ceguera blanca , que, como un mar de leche, se extiende de
manera rápida, azotando a todo un país, hasta llenarse las calles de ciegos, que, a
medida que aumenta el temor y la crisis, irán cayendo en las situaciones más
miserables en todos los sentidos.
El texto evangélico invita a pensar en tantas cegueras de las que escasamente
tomamos conciencia: la de los que dicen que no ven a Dios por ninguna parte; la de
quienes se preguntan si la vida tiene algún sentido, si merece la pena seguir
viviendo, luchando; la del desconcierto ante una enfermedad imprevista o un revés
de fortuna; la que embarga a algunos cuando les asalta la duda de si vale la pena
continuar creyendo y esperando o seguir atado a esta mujer, a este hombre, a esta
vocación; la que empuja a traicionar la conciencia ante el negocio sucio o ante el
soborno. Tantos ciegos que están ahí, al borde de nuestros caminos, en los que ni
reparamos.
¿Ha tenido Bartimeo alguna noticia sobre Jesús? Tal vez, en alguna tertulia de
vagabundos, de las que se forman al caer la noche junto al fuego, alguien ha
hablado de Jesús de Nazaret, que hace prodigios y acoge con un cariño inusitado a
cuantos se acercan a Él.
La cosa empezó siendo un rumor confuso, lejano; luego bullicio, voces cada vez
más cercanas y más perceptibles; y alguien que dice de pronto: “ ¡Es Jesús, el
Nazareno !”. Y el corazn de Bartimeo que empieza a latir fuerte, y lanza un grito
que brota de su inmensa pobreza, un grito de fe mesiánica: “Jesús, hijo de David,
ten compasin de mí!”.
La nota triste del episodio, que debería hacernos pensar, la ponen los que van junto
a Jesús: “Le regaaban para que se callara”. ¡Cuantas veces. Dios mío, paso sin
prestar atención a tantas cegueras del cuerpo y del espíritu, a tantos que gritan
desde el silencio al borde de mis caminos, y que no quiero que me molesten!
Decíamos que Bartimeo, sin nombre, es como un número en la masa. Pero no es
esa la perspectiva de Dios, que, como dijo alguien con humor, no sabe de
matemáticas, sólo sabe contar de uno en uno. Dios no crea en serie, para Él cada
uno es único y personalísimo. Así actúa Jesús: está atento, escucha, ve y pide que
traigan al ciego. Y alguien que corre y le dice : “Ánimo, levántate, que te llama!” .
Jesús nos quiere atentos, capaces de dejarnos interpelar por los gritos de los
hombres.
Bartimeo soltó el manto, dio un salto, se encontró con Jesús. Es como una escena
bautismal, pues sabemos que los nuevos bautizados se quitaban el vestido viejo
para vestir uno blanco; que el bautismo se llamaba “iluminacin”. Es una
experiencia pascual. Jesús mirando a sus ojos cerrados, le pregunta: -“Qué
quieres que haga por ti?”. – “Seor, que vea!”. Es la pregunta que nos hace a
todos los que andamos a cuestas con nuestras cegueras. ¡Y admirable oración la del
ciego! : “Seor, que vea!”. Bartimeo empezó a ver y le seguía por el camino.
Estamos celebrando el “ao de la fe”. En mi carta pastoral digo que “la puerta de la
fe está abierta siempre que el hombre se sitúa ante la realidad y ante sí mismo con
humildad, aceptando su propia finitud, abriendo el corazón, dejando camino libre a
la gracia de Dios”. ¡Qué bueno si fuéramos capaces de desprendernos de los
mantos de las autosuficiencias y el orgullo, si reconociéramos nuestras cegueras
blancas o negras e hiciéramos nuestra la oración de Bartimeo! “Seor, que vea!”.
Permítaseme acabar con la petición que San Pablo hacía para una de sus
comunidades: “ Que Dios abra los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis
cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia
a los que le siguen, cuán grande es su poder para con nosotros, como lo manifestó
en Cristo arrancándolo de las tinieblas del sepulcro y llevándolo a la luz inmortal...”.
Y no olvidemos que no hay peor ciego que el que no quiere ver.