XXXI Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Introducción a la semana
En el último tramo del año litúrgico, el domingo trigésimo primero nos brinda
unas valiosas joyas para que nuestro seguimiento de Jesús no decaiga ni pierda
entusiasmo. Shemá Israel, nos evoca el Deuteronomio, icono de un pueblo
privilegiado por la elección de Yahvé. Como la carta a los Hebreos nos evoca los
verdaderos quilates del sacerdocio de Cristo, el que no pasa, el que ofreció el
sacrificio una vez para siempre. Y amor a Dios, amor al hermano, dos caras de
la misma moneda, mandamiento y sensatez, Dios y la criatura, los dos así
creando, los dos así velando por las cosas.
Para la Familia de Domingo de Guzmán, esta semana es casi calco de la semana
anterior si bien de alcance más general, porque también dedicamos un día para
los santos y santas familiares, así como también otra fecha a recordar a
nuestros padres y madres en la fe llamados definitivamente a la gloria del
Señor: nuestros formadores, hermanos de comunidad, nuestros compañeros de
evangelización, nuestros referentes en la forma de predicar y servir a la Iglesia
al estilo dominicano. Memorias litúrgicas completadas con la evocación de la
catedral papal, la dedicación de la basílica de Letrán, y León Magno, alma del
Concilio de Calcedonia y figura importante de la iglesia del siglo V.
A lo largo de estos siete días, la carta a los Filipenses desplegará para nosotros
sus mejores esencias. Escucharemos llamadas a la unidad, a coincidir todos en
Cristo Jesús, el que por despojarse de su rango y pasar por uno de tantos es el
‘Nombre sobre todo Nombre’. Él es la causa de nuestra alegría, y en Él radica
nuestra gloria hasta el punto que, para Pablo, todo es pérdida si con Él se
compara. Somos ciudadanos del cielo y amigos de quien es capaz de cambiar
nuestra condición: Cristo, el Señor, el que mejor nos conforta. El evangelio abre
con una sencilla llamada a la generosidad, seguida de una convocatoria a toda la
rosa de los vientos para entrar en el Reino, para cuyo servicio se nos requiere
muy ligeros de equipaje. Reaparecen las críticas a Jesús por acoger a pecadores
y comer con ellos, así como la amarga constatación de Jesús al afirmar que los
hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz (¿y por qué no al
revés?)
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org